Con motivo de la reedición de ¡QUE VENGAN CUANDO QUIERAN!, reedito un antiguo post que escribí hace tiempo, cuando salió publicada la primera edición.
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El Rey Carlos I de España y V de Alemania decide ignorar las recurrentes peticiones de la República de Venecia de controlar la estratégica plaza de Castilnuovo y la reclama para sus dominios, lo que provoca la ruptura de La Santa Liga, formada por España, el archiduque Fernando I del Sacro Imperio Romano Germánico y la Serenísima República de Venecia. El mando de la fortaleza recae sobre el Maestre Don Francisco de Sarmiento y Mendoza, quien comandaba un contigente de tropas compuestas por el recientemente reformado (y disuelto) Tercio de Lombardía, tropas del Tercio de Niza y soldados de otras procedencias.
El Tercio de Sarmiento, o como después pasó a llamarse, el Tercio de Castilnuovo, fue testigo de la retirada de la flota y de las tropas cristianas ante los rumores del avance de un fortísimo contingente turco. Las tropas cristianas, apenas 3.500 hombres y reforzadas por un pequeño número de monjes guerreros y de caballería al mando del Capitán Lázaro de Corón, recomponen las defensas de su plaza y se preparan para resistir los embates del enemigo.
Pero lo que no pudieron imaginar fue que ante ellos acamparon más de cincuenta mil hombres al mando del lugarteniente más sanguinario y temido en el Mediterraneo: Jereddin Barbarroja, quien instaló su tienda de campaña en lo alto de un cerro para dominar la ciudad sitiada noche y día. Barbarroja, quien deseaba poner fin al asedio lo antes posible, ofreció una muy generosa oferta de rendición: las vidas de los cristianos serían respetadas, y serían embarcados hacia el destino que ellos desearan, además de recibir una compensación económica. La respuesta de los españoles fue rotunda: ¡Que vengan cuando quieran!
El combate comenzó, y la gesta del Tercio de Castilnuovo fue recordada durante siglos, pues sus valientes soldados resistieron durante más de dos meses al cruel asedio turco, ocasionando más de 25.000 bajas enemigas antes de capitular, exhaustos y diezmados.
Ésta, querido lector, es la historia de aquellos hombres que combatieron sin descanso, protagonizando una proeza comparada con la del mítico Rey Leónidas y sus 300 soldados espartanos. Una historia de pólvora, sangre, valor y un orgullo capaz de levantar el muro más sólido.