Vámonos de vacaciones; hagamos turismo.
Paseemos por París en una tarde apacible, maravillados por la inmovilidad ficticia de las estatuas humanas. Espantemos palomas en San Marcos de Venecia y creamos que el amor existe. Hagamos un mágico trayecto en góndola bajo los puentes del Sena, y vayamos a Florencia a ver arte, sea lo que sea tal cosa.
O visitemos países de encanto prohibido. Claro está, inyectados con las vacunas que en ese país no tienen, que las enfermedades de allí, allí se han de quedar. Y admiremos los templos y el brillo del oro y, en definitiva, las construcciones de lujo insultante.
Disfrutemos del paisaje; del idílico reclamo turístico y de exóticos manjares y néctares, obviando, como siempre, las desigualdades sangrantes. Y por supuesto, hagámonos muchas fotos y con una gran sonrisa, al lado de la desgraciada población autóctona, hundida en la miseria.