Era domingo, y Sara se encontraba en el vehículo de un hombre del cual tenía la certeza que debía de tener algún secreto para seguir soltero a los 40. Quizás es que era un vago redomado, o quizás es que padecía de eyaculación precoz, o quizás era que su madre aún le elegía la ropa. A simple vista no se le veía ningún defecto, pero a la mujer le preocupaba bastante que después de dos meses no hubiera intentado acostarse con ella. Todos los hombres que habían pasado por su vida lo habían intentado a la primera cita, o como mucho a la segunda.
─ ¿A dónde vamos?─ le preguntó Sara.
─ ¿Confías en mi?─ inquirió el hombre acariciándole la mano.
─ ¿No pensaras descuartizarme?─ dijo la mujer eludiendo una pregunta con otra.
─ ¿Lo dices por la moto sierra?
─ Y los tres cuchillos, y la macheta que he visto atrás, y eso que parece…─señaló dubitativa.
─ Es un limpiador neumático de fósiles. Es para las icnitas.
─ ¡Ah, sí! Busque esa palabra en wikipedia.
─ ¿Y?
─ Creo que sigues soltero porque estás loco.
─ ¿Y qué piensas hacer?
─ Me gustas mucho, pero…
─ Si aguantas hasta el final del recorrido te haré el amor como jamás te lo han hecho ─le prometió él acariciándole provocadoramente el muslo.
─ Es que ─empezó a negar Sara, ─ bueno, vale, me has convencido─ se escuchó decir.
Ocupar los domingos en buscar icnitas de ornitópodos gigantes o dinosaurios terópodos era su secreto, y todas las mujeres con las que había salido huían pues no estaban dispuestas a seguirlo por mucho que les hiciera reír. Ella también tenía un secreto y seguía virgen a los 35 años porque era una exigente en cuestión de hombres, pero había llegado el momento de cerrar los ojos si quería conseguir el viaje a Venecia que le habían prometido sus amigas si dejaba de serlo antes de los 36. Y tenía un problema, sólo le quedaban unas horas para cumplir los 36 y por muy loco que estuviera tenía que ser con él.
─ Sígueme, y no hables pase lo que pase─ dijo el hombre deteniendo el vehículo muy cerca de la orilla del río.
─ Nunca he estado callada más de cinco minutos.
─ Si crees que no puedes hacerlo quédate en el coche, pero…
─ ¿Pero?
─ No habrá el final que ambos deseamos─ sentenció.
Aquello prometía. Sara se cosió los labios con un gesto y se dejo llevar. Se vistió un traje de neopreno que él le entregó y cuando se subió la cremallera se percató de que él la miraba, éste se acercó y la beso lento, rápido, con lengua, succionando, comiendo, lamiendo hasta que con duelo se alejó de su boca. Sara nunca reconocería que lo deseaba y que no le importaba que estuviera loco, ni encontrarse sola a su merced entre la tupida maleza de los confines del mundo, bosques de árboles que lucían sus mejores trajes, y un río rebosante de agua caída en el invierno que recientemente se había ido.
─ No hablare ─aseguró la mujer con las rodillas temblándole por el mejor beso que había recibido en su vida.
Cruzaron el río nadando contra corriente, una culebra se cruzó en su camino y contuvo la respiración hasta que él la alentó para que siguiera, varias truchas nadaban a la par de ellos saltando de un lado al otro, mientras que por la orilla una pareja de ciervos no perdían de vista a los intrusos.
Cuando llegaron al otro lado del río había una aldea que sortearon siguiendo un sendero que no hacía mucho que alguien había hecho, y que estaba oculto tras un montón de escobas y de helechos brillantes. Él la cogió de la mano y caminaron en silencio un buen rato hasta toparse con una montaña donde por señas le indicó que lo siguiera, y ella lo imitó escalando la ladera, hasta que llegaron a una cueva en cuya entrada la mujer vio la primera icnita que veía en su vida, y se sorprendió a si misma saltando emocionada en completo silencio.
─ Lo descubrí una semana antes de conocerte─ le explicó él.
─ ¿Por qué no puedo hablar? ─preguntó curiosa.
─ Simplemente porque me gusta el silencio, y pocas mujeres saben disfrutar de él ¿Quieres entrar?─ le dijo cediéndole el paso a la cueva.
Las huellas eran claras, se veía algún diente que había sido delicadamente desempolvado, y unos huesos que parecían pertenecer a una pata.
─ Nunca imagine que existieran de verdad ─exclamó Sara.
A medida que se adentraban en la cueva, la mujer se sorprendió al descubrir un lecho rodeado de flores, una botella de champán, y un fuego preparado para dar calor y que él encendió diligente.
─ ¿Qué significa todo esto?
─ Sé que has pensado que soy un loco por dedicar los domingos a buscar icnitas─ dijo rodeándola con sus brazos, ─ y creo que no te equivocas ni un ápice al pensarlo, y precisamente porque soy un loco es aquí donde quiero amarte por primera vez.
─ Creí que estaba preparada para hacerlo…─ musitó Sara ligeramente asustada dando un paso hacia atrás.
─Y lo estás ─le aseguró él volviendo a abrazarla.
─ No lo estoy, tú no sabes que…
─ Sé que eres virgen. Se lo escuché decir a tus amigas en una terraza, y supe que tenía que conocerte. Me he enamorado por segunda vez en mi vida Sara. Primero de ellas─ musitó él señalando las icnitas, ─ y ahora de ti.
Él le cogió el móvil del bolsillo, y éste empezó a grabar.
Y ella no pudo hacer otra cosa que caer rendida en sus brazos, y en su lecho, rodeados de icnitas descubiertas y de otras que aún por descubrir esperaban en lo más profundo de la cueva.
LIDIA GOPRA REAL (Loli González Prada)
El penúltimo de los relatos presentados al Segundo Certamen Literario Koprolitos.
¡Muchas gracias Loli!