Además como ya he dicho, quiero que seamos más unidos y confraternicemos, y siento que al publicar esto les estoy enseñando una pequeña pero muy importante parte de mí. Y sí, está relacionado con ese post que subí unos días atrás en el cual dije que había tenido ciertos problemas en el mes de marzo.
Así que...aquí vamos.
ESCRITO EL 07/04/15
Los diecisiete ya casi se van, y en parte estoy muy frustrada. Es decir, ¿ahora qué usaré como excusa para justificar mis errores, la mayoría a causa de mi infinita inmadurez? Ya voy a ser mayor, me verán como una joven adulta que tiene responsabilidades y que esperan a que se comporte como tal. Pero a los diecisiete no eres un adulto...aunque tampoco un niño. Tienes los mismos derechos que los menores, pero todo el mundo sabe que no pensamos igual que alguien de catorce o quince. La cagamos mil veces y eso se le atribuye a nuestra juventud. Tenemos diecisiete, por lo tanto, tenemos lo mejor de dos mundos.
Los diecisiete son maravillosos...
Pero también son una mierda. No puedo decir que esta fue mi peor edad, aunque sufrí bastante y me envenené, emocionalmente hablando. He odiado, lo sigo haciendo, y es algo que me permito afirmar con toda seguridad. Conozco el odio, y no estoy hablando de un odio superficial estilo "ugh, odio a Justin Bieber". Hablamos de un odio puro, ponzoñoso y destructivo que me hacía más daño a mí misma que a la persona a quien dirigía todo ese rencor. Nunca había sentido algo así en mi vida..., hasta que llegaron los diecisiete.A los diecisiete años de edad protagonicé un papel para la cual no estaba lista; no era muy madura y veía todo con el ojo de la fantasía romántica. Además...fue algo tan de improviso e inesperado que me agarró completamente desprevenida. Me tocó improvisar...
Mi coestrella, sin embargo, se sabía todas las líneas de memoria. Para proteger su identidad lo nombraré Milán. Sí, Milán, como aquella presuntuosa, vana, antes sobre valorada pero ahora olvidada cuidad italiana. Ja, el nombre le queda como anillo en el dedo. Verán, Milán es este tipo de muchacho que está acostumbrado a recibir atención femenina en cantidades exageradas. No se ve para nada mal y lo sabe, incluso utiliza sus virtudes a su favor. Llevo conociendo a Milán mi vida entera. Asistíamos al mismo instituto y a la misma iglesia. Siempre lo he visto y he sabido quién es. Sin quererlo estaba bien informada sobre a quiénes se había ligado, cuáles eran candidatas para el próximo asalto, su color favorito…, El colegio era un sitio bastante pequeño y sin muchos estudiantes para aquel entonces; Milán era popular, pero no era por esa razón que todo el mundo estaba al tanto de su "vida amorosa", era por el simple hecho de que sus víctimas eran niñas de mi edad (algunos trece años) y hasta uno o dos años más jóvenes que yo. Lo contaban todo. Se sentían especiales y "mujercitas" porque alguien de último año estaba manoseándoles hasta la madre. A mí nunca me importó. Seguía mi vida normal y él era solo un muchacho más con el que no debía hablar. Hasta que el tiempo pasó y me faltaban dos meses para cumplir los diecisiete. Yo estaba en mi penúltimo año de instituto y él tenía dos años en la universidad. Era una noche de San Valentín. Él me habla de tú a tú por primera vez y yo lógicamente me siento desconcertada. Milán y yo jamás habíamos intercambiado más de tres palabras en todo el tiempo en que nos conocíamos. ¿Y que viniera ÉL a hablarme a MÍ? ¿A la niña rara de la que él solía burlarse en tiempos de colegio junto a sus mejores amigos? No encajaba, era incoherente y fuera de contexto, del mío y del suyo. No, simplemente...no. Hablamos, se me hizo extraño pero no en un mal sentido. Extendimos nuestras conversaciones hasta que formaron parte del día a día. Hablábamos todos los días y de todo un poco. Él me decía cosas como "eres diferente y eso me gusta" o "me importa mucho lo que tú puedas pensar de mí" y el típico "cambié y ya no me interesan esas cosas (¡JA!)". Hasta que un día me dijo que le gustaba, que le gustaba en serio, y me lo dijo frente a frente. Yo le respondí que él también a mí. Sin embargo, Milán tenía talento en eso trazar líneas borrosas. No interpretaba bien sus palabras porque eso era lo que él quería desde un principio. Me hacía ese tipo de promesas que hoy quedan sueltas y casi inexistentes, me hizo creer algo que no era y luego me planteó el clásico, el "no eres tú, soy yo" que nunca falta en estos casos, seguido del "pero de una manera u otra quiero que formes parte de mi vida". La cereza del helado; y yo detesto las cerezas, pero, como era Milán quien me la ponía en la boca, hasta buena sabía.Debo admitir que en un sentido también quería lo mismo que él. Me decía a mí misma, "bien, entonces si no podré ser esto, entonces déjame intentar ser aquello". Todo para estar en su vida, incluso si eso significaba tener un papel secundario. Hoy puedo decir que esa fue la decisión menos sana que he tomado en toda mi vida. No sabía dónde estábamos parados, cuál era nuestra posición, qué debía hacer. Nos gustábamos pero esta vez era cada quién por su lado...Y el tiempo pasó. Llegué a convencerme de que no sentía nada y como él ya no me hablaba creí que se sentía de la misma forma. No sabía lo equivocada que estaba respecto a mis sentimientos hasta que lo vi hablar con una de sus, como yo suelo llamarlas, ex-putas. Celos, rabia, enojo...todo por una simple conversación. Comencé a experimentar esas sensaciones a una mayor escala. Literalmente no podía verlo hablar con alguien del sexo opuesto porque de repente me sentía celosa irracionalmente y pensaba lo peor. Quería golpearlo e insultarlo tanto y luego ponerme a llorar. Lo único que terminaba haciendo de estos tres era la última, y lo hacía a solas y en mi habitación. Lloraba de la frustración y me echaba la culpa de todo, de no ser lo suficientemente valiente para ir a hablarle y conquistarlo de nuevo. También me echaba la culpa por ser como era, porque pensaba que mi personalidad lo había alejado. Entonces fue ahí, llegando a esa conclusión, que comencé a dejar a París. Me perdí y hasta ahora no me he encontrado del todo. Me comportaba diferente, hablaba diferente y hasta caminaba diferente. Hice cosas que nunca creí que haría por nadie, cosas estúpidas y que no eran propias de mí. Empecé a actuar como una más de sus putas, una chica urgida que se quedó con ganas de más. Intenté llamar su atención de manera extraña y jugaba a ser de payasa cuando él estaba cerca. Al ver que mis esfuerzos no daban resultado explotaba en mi habitación y lloraba hasta quedarme dormida. Mi comportamiento era incoherente y si me hubiese visto en tercera persona, estoy segura de que me caería mal. Me volví ese tipo de chica que criticaba y que en el pasado estaba orgullosa de no ser.Pero yo era insistente, y quería seguir intentándolo hasta obtener los resultados que quería. Independientemente de si fuera sano o no, lo que me interesaba era la atención de él, de Milán. Dejé de hacerlo, me propuse a parar de manera definitiva, cuando hace poco casi pierdo a dos amigas que son muy preciadas para mí. Por celos, por rabia, por sentimientos irracionales que me calientan la sangre y no me dejan pensar. Me distancié de ellas por un corto tiempo y dije cosas que hoy, 7 de abril del 2015, faltando 35 días para mi cumpleaños número dieciocho, desearía tragarme. Mis sentimientos vinieron sobre mí y me enterraron hasta tal punto que ni siquiera podía gritar para pedir ayuda. Sin embargo, al darme cuenta que era inútil pelear contra Dios y sus designios, contra las consecuencias de mis propias acciones, me relajé y dejé que el agua hiciera todo lo que tenía que hacer. Luego lentamente fui flotando hacia la superficie y cuando pude sacar mi cara al exterior tomé una gran bocanada de aire y respiré. Respiré por primera vez en mucho tiempo y me sentí limpia.
Milán no ha dejado de gustarme, pero tomé la decisión definitiva de parar de buscarlo y en cambio, tratar de encontrarme a mí misma.