Aquella mañana tocaba empaquetarlo todo. Después de pasar las dos últimas noches en Bayeux, ya encariñados con el cojín brillante de gato, nos tocaba cambiar de alojamiento, acabaríamos el día al lado de Fécamp, en un alojamiento digno de película romántica.
Después de disfrutar del desayuno de los campeones y de que el que no escribe acercara el coche a la puerta del hotel para bajar el equipaje, nos ponemos rumbo a Arromanches por segunda vez.
El día anterior, tuvimos que abortar la misión porque no había manera de aparcar allí, así que aquella mañana pretendíamos, a primera hora, poder plantar la bandera.
Efectivamente, a las 09:30 estacionamos sin ningún problema y no había apenas gente. Había que darse un poco de prisa en llegar porque, además, ese día era sábado, mucho más proclive al turismo.
Cuando nos aproximamos a la playa, tenemos la suerte de que la marea está baja, y decimos suerte porque en la playa de Arromanches se pueden contemplar los puertos artificiales cuya función era, en la operación del Desembarco de Normandía, poder abastecer a las tropas desembarcadas. Son los conocidos como Puertos Mulberry.
En Normandía se instalaron dos zonas, una de ellas en la playa de Omaha, de la que hablamos ayer, pero tras una tempestad quedaron destruidos. Los otros, en la playa que nos encontrábamos.
Con la marea baja se puede acercar uno hasta ellos. La verdad es que impresiona ver el tamaño de las piezas de hormigón y la obra de ingeniería militar que supuso, sumando el componente estratégico que llevan implícito. Si llevabas la mirada al horizonte, seguían viéndose cadenas de bloques de hormigón en la distancia. Nos impactó mucho, tanto que, después de estar un buen rato en la zona intentando saber como sería el funcionamiento y para qué servirían determinadas aberturas que veíamos, cuando nos metimos en el coche para continuar nuestro itinerario fui leyendo acerca de este tema en alto.
Desde Arromanches, teníamos marcado como próximo destino Deauville, pero teniendo en cuenta los planes y la hora, nos pareció que llevábamos el día bastante apretado, así que cambiamos de idea y fuimos hacia Honfleur.
Habitualmente, cuando planificamos los viajes siempre marcamos con diferentes colores algunos destinos, en función de su prioridad para nuestros gustos. De esta manera, podemos ir adaptando el viaje en función de cómo vaya saliendo, las fuerza, ganas y apetencias de cada día. Nunca sabes realmente el tiempo que te va a ocupar un destino por mucho que otros te lo cuenten. El tiempo en los viajes es muy relativo en función de quién sea el viajero…
Hasta Honfleur había casi 100 kilómetros, pero leyendo sobre el tema de los Puertos Mulberry se nos pasó bastante rápido, bueno, igual no tan rápido... En nuestro optimismo máximo, decidimos evitar los peajes y así conocer las carreteras locales normandas. La lentitud con la que se mueven por allí permite apreciar cada detalle de lo que te rodea. Según avanzamos y vamos cruzando pueblecitos, tenemos la sensación de estar atravesando la Normandía profunda.
Nos llama la atención uno de los pueblos que atravesamos por la arquitectura de sus casas, tejados de paja y entramado de madera. Se trata de Tourgeville, donde paramos unos minutos para hacer un par de fotos y continuamos nuestro camino.
Como íbamos escasos de víveres, también paramos para hacernos con unas ensaladas, algo de embutido (una especie de mini fuets) y fruta. Y por fin, llegamos a Honfleur, a las 13:30.
La circulación en la entrada era muy densa y de aparcar ni hablamos, el efecto sábado estaba en ebullición. Pero ya se sabe “el que paga, encuentra” (¿o no era así el dicho?). Al lado del puerto estacionamos por 4,50 euros durante dos horas.
Honfleur es un lugar muy pintoresco, el conjunto arquitectónico que rodea al puerto es una chulada, totalmente diferente a lo que habíamos visto hasta la fecha. Si te fijas individualmente en cada edificio no destaca especialmente, pero todo el conjunto resulta encantador.
Las terrazas estaban a tope, pero nosotros teníamos un lugar privilegiado para disfrutar de nuestro picnic, primera línea de puerto. Nos sentamos en el suelo, en el borde, con las piernecillas colgando en el muelle, y encantados, porque somos viejóvenes (a la hora del café, sacamos la parte de viejos, y a la hora de comer de jóvenes). A ratos, pensamos cuántas fotos estaremos fastidiando y en cuántos álbumes del verano de 2018 de otros viajeros saldremos, porque era la esquina perfecta para fotografiar el lugar. Se siente…
Se dice de Honfleur que es, si no la ciudad más bonita de Normandía, una de las más bonitas. Nosotros no tuvimos la oportunidad de conocer muchas más en la zona, pero desde luego esta se llevaba la palma. Un lugar que de nuevo sirvió de inspiración a diferentes artistas y, por sus callejuelas, las galerías de arte se reparten por doquier.
Paseamos un buen rato, alejándonos un poco del puerto y callejeando por vías paralelas, hasta llegar a la zona de la iglesia. Encontramos una tienda que solo con su escaparate nos atrapó, chocolate y caramelos con una pintaza... Caímos en las redes. Compramos caramelos de varios sabores y un par de trozos de chocolate, todo artesanal, 8,70 euros por una bolsita minúscula, pero nos apetecía y diremos que, a pesar de ser tan pequeña aun nos quedan caramelos… Como no los tomemos se van a convertir en armas arrojadizas comparables con los famosos adoquines de Aragón.
De ahí, entramos a la iglesia. Resulta ser la iglesia construida en madera más grande de Francia. Totalmente diferente a lo que hemos visto hasta la fecha. Nos llama muchísimo la atención, aunque a ratos, con todos nuestros respetos, nos recuerda a una cervecería alemana.
Desde allí, seguimos disfrutando de Honfleur, un lugar lleno de gente, pero que no molesta, al contrario, le da un ambiente muy agradable a la visita.
Llega el momento de dejar Honfleur, siguiente destino los Acantilados de Étretat. Serían las 16:30, no está nuestra paciencia (teniendo en cuenta la velocidad crucero de las carreteras normandas), ni nuestra agenda para emprender una cruzada normanda, así que optamos por carreteras de peaje, ahí, dándolo todo, después del precio de los caramelos nada podría sorprendernos.
Salir Honfleur habría sido más rápido a la pata coja que en coche. Pero es que en el momento que vamos a tomar la autopista, a la altura del Puente de Normandía, eso ya directamente se para. Accidente en el puente. Por cierto, muy chulo el puente (de más de 2 km de largo), atraviesa el estuario del río Sena. No tenemos foto por estar maldiciendolo todo desde el coche en una retención de las buenas, y mira que habría dado tiempo a salir del coche y hacer un book completo a la megaconstrucción. Lección aprendida “no dejes que el atasco no te deje ver el puente”.
Pagamos 6,50 euros entre los dos peajes y el GPS nos indica una salida que nos da la sensación de que va en dirección contraria a nuestro destino. Como somos conscientes de nuestro nulo sentido de la orientación, pero también de las travesuras y las “tomtonadas” que hace a veces el GPS, seguimos las indicaciones de la carretera hasta que, en un punto, la carretera estaba cortada y un gendarme nos señalaba claramente que no se podía continuar. Detrás de él vemos varios coches en la cuneta, ni idea de qué estaba pasando, lo único evidente es que no había forma de llegar a Étretat.
Pues nada, camino alternativo, el destino quiere que escuchemos al Tomtom, “háblanos, ser de luz” le dijimos. Y así vamos circulando, pero no nos huele bien, no tiene sentido la dirección que tomamos… ¡Acabáramos! al cabo de un rato nos damos cuenta que el que no escribe, para una vez que lo hace en el GPS, había puesto Fécamp en vez de Étretat.
Sí, lo conseguimos, llegamos a Étretat, madrecita… las 17:50 de la tarde. Íbamos un poco estresados porque esa noche nos tocaba un nuevo alojamiento y no se debe de llegar demasiado tarde.
Étretat está también repleto de gente, en algún momento nos habíamos hecho a la idea antes de hacer este viaje que la zona de Bretaña sería en la que más gente podríamos encontrar, mientras que Normandía sería mucho más tranquilo. Pues no, en nuestra experiencia fue justo al revés.
Los acantilados de Étretat son muy populares en Normandía. Un paisaje natural pintoresco, cuya verticalidad de paredes blanquecinas resulta muy atractivo. A los pies de la zona de acantilados, la playa estaba llena de gente relajada disfrutando de cómo la tarde iba cayendo.
Hay una subida desde esta que lleva a la parte más alta que ofrece unas bonitas vistas sobre los acantilados. Cuando llegamos a Étretat, amenazaba lluvia, así que nos habíamos puesto los chubasqueros, no os contamos la sudada que nos metimos subiendo las escaleritas y la cuesta que llevaban a la parte más alta.
No nos da tiempo a mucho más, tenemos que ir al alojamiento o sería demasiado tarde. Nuestro alojamiento estaba a unos 10 minutos de la ciudad de Fécamp, en una zona rural, su nombre es Le Clos des ifs.
Aun siendo partidarios de coger los alojamientos en las mismas ciudades para no tener que coger el coche por las noches y descansar, en este caso, lo hicimos porque nos pareció un precio razonable, era solo una noche y las fotos nos encantaron.
Para llegar a él, el tomtom nos lleva por caminos aún por descubrir por el hombre, las carreteras se estrechaban cada vez más, desaparece la señalización horizontal y nos da la sensación de que estamos dando vueltas todo el rato, hasta que llegamos.
Un hotel precioso, de ensueño. Fuimos tan justos de tiempo que ni fotos decentes sacamos más que alguna con el móvil. Su fachada era totalmente bucólica. Nos atiende una mujer muy amable que, después de confundirnos con italianos, nos dice que somos sus primero clientes españoles. Y a pesar de ello, está aprendiendo español porque cada vez ve a más españoles por la zona.
La habitación también está genial. No nos entretuvimos demasiado, nos cambiamos y cogimos el coche para ir a cenar en Fécamp, a pesar de que a mí me ponía un poco los pelos como escarpias pensar en las carreteras rurales normandas por la noche. Pero no había otra opción y menos mal, porque fue un exitazo el final del día.
A Fécamp llegábamos a las 20:20. Directos a la playa, nos lo recomendó la anfitriona del alojamiento, nos comentó que era un buen lugar para cenar.
La luz estaba preciosa, el atardecer caía y la playa de guijarros con el mar en calma daba una paz infinita. Eso sí, empezaba a refrescar,
A esas horas, no había tiempo para pasear por Fécamp, lo dejaríamos para la mañana siguiente, era la hora de cenar. Lugar escogido: La Suite, probablemente una de las mejores cenas hasta la fecha. Se alinearon los planetas, no había sitio en la terraza acristalada y acabamos cenando a cielo descubierto, porque la vida es para los valientes, en primera línea de paseo marítimo, con un atardecer precioso para nosotros. Era la última noche que disfrutaríamos de la noche normanda en ese viaje…
Nuestra elección fue mejillones con salsa de roquefort y bacalao. Lo compartimos. Agua y una copa de vino. Total 35 euros. Muy bueno todo.
Debemos de reconocer que, a pesar de esta descripción de un momento romántico y bucólico, nos levantamos de esas sillas casi sin sensibilidad en los dedos. Sí, a partir de que se fue la luz natural, hacia frío. Pero oye, somos tan pavos, que íbamos tan felices con los dedos amoratados. Caminamos por el paseo marítimo hasta uno de los extremos de la playa. Intentamos hacer alguna foto nocturna, pero los que seguís el diario ya sabéis que en Burdeos nos dejamos olvidado sin trípode (ya quedaba menos para resolver el enigma del trípode) y fue complicado conseguir algo medio normal.
En ese momento, tocaba volver al hotel por esas carreteras temidas por mí con la noche cerrada. Recorrimos los 15 km mejor casi de noche que de día, llevamos algún coche delante y en 10 minutos estábamos llegando al hotel de película romántica. El problema de estos lugares es que no sabes dónde aparcar, hay que hacerlo dentro del jardín y en todos los lugares parecía que el coche molestaba. Tres veces lo movió el que no escribe. Muy lastimoso vernos desde fuera.
Al día siguiente, comenzaba la operación regreso, claro que Normandía aún tenía cosas que enseñarnos, una de ellas, su capital, Ruan… y si el alojamiento de aquel día nos encantó, no os imagináis cómo alucinamos la siguiente noche…
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Revista Cultura y Ocio
17 días en Bretaña y Normandía. Día 14: Arromanches - Honfleur - Étretat - Fécamp
Por Tienesplaneshoy @TienesplaneshoySus últimos artículos
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