Quién lo iba a decir 15 días atrás que, casi en un chasquido de dedos, nos encontrábamos en nuestro último día en la zona de Normandía. Como comentamos al inicio de esta aventura, al hacer el viaje con nuestro propio coche, desde Madrid hasta Bretaña, hicimos paradas intermedias como Burdeos o Nantes y, ahora, de vuelta iba a ocurrir lo mismo. En esta etapa acabamos el día en Chartres (muy recomendable) y en la entrada siguiente lo haremos en Poitiers.
El diario se va a extender hasta nuestra llegada al Pirineo francés, donde nos quedamos tres días. De eso también os hablaremos nada más acabar con el diario de viaje, por si alguien se anima a ir a la zona, porque disfrutamos un montón allí,
El último día en Normandía iba a ser intenso. El que no escribe acabó llamándolo Normandía express, pero es que no podíamos irnos de la zona sin conocer su capital, Ruan (Rouen).
Tras levantarnos en el bucólico alojamiento, del que os hablamos en la entrada anterior, bajamos a desayunar. Un poco de todo, tostadas, croissant, zumo, había que coger fuerzas. Cogemos los bártulos de nuevo y parada en Fécamp, ya que la tarde anterior no llegamos a tiempo de visitar su abadía y ver el puerto.
La Abadía de la Trinidad lleva sobre sus muros una larga historia, ha sido lugar de peregrinación, ya que en su lugar se encontraron reliquias de la Santa Sangre. Cuando llegamos allí, no había nadie. Serían más o menos las 10 de la mañana. Estuvimos un rato visitando la iglesia y, desde allí, cogimos el coche para acercarnos la puerto.
Fécamp es un puerto de tradición bacaladera. No sabemos si el bacalao que tomamos la noche anterior era de allí, pero nos supo a gloria. El puerto, aquel domingo, estaba lleno de embarcaciones de recreo principalmente. La playa también se veía preciosa a primera hora.
Desde allí, ponemos rumbo hacia Ruan, capital de Normandía a una hora de camino, más o menos, desde donde nos encontrábamos. Llegamos hacia las 12:30 del mediodía.
De nuevo, estamos visitando una de las ciudades más grandes del itinerario en día festivo, la capital de Bretaña, Rennes, en 15 de agosto y Ruan un domingo.
Ruan nos gustó, nos gustó mucho más que Rennes, claro que a la pobre Rennes la vimos medio levantada por obras y un poco adormecida. No se puede decir que Ruan estuviera mucho más despierta, los festivos se notan bastante en las zonas comerciales y el ambiente. Aún así, su catedral nos volvió locos y la zona del casco antiguo nos pareció encantadora.
Si hay un elemento en Ruan (Rouen) que también es emblemático, a parte de la catedral y sus casas de entramado de madera, es “Le Gros Horloge”, un reloj que tiene la característica de tener el mecanismo más antiguo de Europa, es del s.XIV. Se encuentra sobre una bóveda en la calle que lleva hacia la catedral.
Aquel domingo, pudimos aparcar a unos 300 metros de la Plaza del Mercado Viejo, sin gran dificultad y gratis, alguna ventaja tenía que tener la visita en día festivo.
La Plaza del Mercado Viejo no es un lugar cualquiera, en este lugar, en el s.XV, Juana de Arco, con tan solo 19 años, fue ejecutada en la hoguera, en el lugar que ocurrió se encuentra una alta cruz en su recuerdo, justo frente a la Iglesia
La plaza, además, la conforma un conjunto de casas de entramado de madera y los restos de la antigua Iglesia de Saint Vicent, que se destruyó en 1944.
La llegada a Ruan nos trae calor, tras días viajando con una temperatura muy agradable, de golpe, empezamos a sentir que el sol ataca, así que vamos buscando las sombras con ansiedad. Lo curioso es que teóricamente estábamos a veintitantos grados. Misterios…
Desde la plaza, llegamos al reloj del que os hablamos antes y, desde ahí, continuamos la calle peatonal que lleva hasta la Catedral de Ruan.
La Catedral de Notre-Dame de Ruan (Rouen) nos impresiona por fuera. A pesar de tener el sol en los ojos cuando levantábamos la vista para mirar el majestuoso edificio, nos pareció preciosa. Cuando entramos en su interior, aún quedamos más alucinados. Es una pasada.
El edificio ha tenido una evolución a lo largo de la historia desde que se comenzó su construcción, pasando por diferentes etapas a lo largo de los siglos. En 1200 sufrió un incendio, a partir de ahí comenzó su época gótica. Os recomendamos la entrada al templo porque es realmente bonito.
Durante un rato, paseamos por las calles que rodean la catedral, nos parecen muy agradables. Trazo peatonal, muchas adoquinadas, sus bonitas casas con fachadas coloridas y listones de madera.
A lo lejos, vemos asomar las agujas de la Iglesia Abacial de Saint-Ouen, podría pasar perfectamente por un catedral. De estilo gótico, nos deja impresionados su apariencia y nos aproximamos para poder ver el interior, pero estaba cerrada, habíamos llegado tarde. Nos quedamos con las ganas.
Ponemos rumbo hacia el Sena, para ver la ciudad y alrededores del río desde allí. No teníamos ninguna referencia al respecto y, efectivamente, cuando llegamos no hay nada que llame especialmente nuestra atención. Eso sí, para llegar allí decidimos hacerlo yendo entre calles al azar y seguimos descubriendo zonas del casco histórico que nos parecieron muy pintorescas.
Al lado del río, además de calor, empezamos a sentir el hambre. Eran más de las 14:00 y en nuestro paseo, empezamos a pensar que se nos está viniendo el tiempo encima. Así que, por primera vez en el viaje (además del día de llegada) caemos en la comida rápida. Error, pasaríamos sed el resto del día hasta la cena.
Rumbo a Giverny. Dentro del vehículo con el aire acondicionado éramos felices. El camino hasta Giverny nos lleva una hora, aproximadamente. Teniendo en cuenta lo que nos cuesta salir de Ruan, porque allí la movilidad es tan lenta que casi es imperceptible a la vista humana, decidimos que vamos a coger una autopista. 3,70 euros hasta Giverny, cuando ponemos el coche a 130 km/h, velocidad máxima permitida allí, sentimos algo parecido a la “hipervelocidad”.
Pasamos por Vernon en nuestro trayecto y nos pareció que tenía buena pinta para haber parado un rato, pero aquel día no podía ser, quizá en otra ocasión. Ahí os lo dejamos, por si queréis echarle un ojo para vuestro itinerario.
¡Y llegamos a Giverny! Que tiene habilitado un aparcamiento inmenso a las afueras del pueblo, al otro lado de la carretera por la que se accede a él. Simplemente, sentimos un bofetón en la cara cuando vimos la cantidad de coches y autobuses que había allí estacionados. El sol caía de lleno y después del turismo tan relajado y poco masificado que habíamos tenido en el viaje, en general, abandonar Normandía, porque ese sería el último lugar de Normandía en el que estaríamos, en modo “procesión” no era lo que estaba en nuestros planes. Aun así, ya estábamos allí, así que habría que probar suerte.
Pues, efectivamente, tras cruzar la carretera por una especie de túnel peatonal que pasa por debajo de ella, nos encontramos un tumulto de gente importante. ¿Qué nos lleva a tantas personas a Giverny? Pues Monet.
Monet, a finales del s.XIX, decidió establecerse en este lugar verde, tranquilo (cuando él llegó, claro) y apacible, se inspiró y la lió. La lió mucho, porque ahora vamos todos para allá y Giverny, que parece ser solo una calle con alguna casa un poco más desperdigada, se convierte en peregrinación. Y es que allí se encuentra la Maison de Monet, visitable. Una larga fila de personas adornaban la fachada delante de ella. Nosotros nos miramos y leímos en nuestras pupilas que no estábamos por la labor de esperar.
Así que nos damos un paseo por la calle, que hay que reconocer que es un lugar bonito, verde, ante todo, verde, con casas que no te extraña que despertaran la inspiración de un artista, y decidimos tomarnos un café.
Se convierte, además de revitalizante, en el punto de inflexión para ver la parada con otros ojos. Lo hacemos en la terraza del Hotel Baudy. No sabíamos a qué lugar habíamos llegado. Un sitio lleno de encanto, donde siglos atrás se reunían los pintores. Una fachada preciosa, una terraza romántica y un jardín secreto, pero todo eso no lo sabíamos cuando nos sentamos, muy acalorados, allí.
Esta parada nos dio la vida, algo que lo deben de saber los muy granujas, porque nos cobran 4,80 euros por dos expressos.
Cuando nos íbamos a ir, nos pusimos a hacer fotos al bar por fuera y un camarero nos comenta en inglés que podemos atravesar el bar par ver el jardín que tiene por detrás, que es gratis, apunta. Y eso hicimos. ¡Qué preciosidad de jardín! hasta tiene un taller (o recreación) de un pintor. Definitivamente, esta parada hace que la visita de Giverny haya merecido la pena.
Desde ahí volvemos al coche, el termómetro marcaba solo 28 grados, pero creednos si os decimos que se sentían como 35.
Y así se queda Normandía atrás, mientras vamos en el coche refrescándonos y pensando en que los dos destinos culpables de esta aventura nos habían llenado los días de sensaciones, conocimientos, grandísimos momentos… eso sí, el viaje no terminaba. Aún nos quedaban 5 días más. De momento, hora y media de coche nos separaban del próximo destino donde haríamos noche: Chartres.
Chartres pertenece a la región del Centro Valle del Loira y cuenta con el privilegio de tener una catedral impresionante, que forma parte de los lugares Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Aparece en multitud de ocasiones en la lista de catedrales más bellas del mundo.
Lo primero que hicimos, como siempre, fue dirigirnos a nuestro nuevo alojamiento, Le Parc Stanislas. Nuestra hora de llegada eran, más o menos, las 19:00 horas. El hotel está camuflado detrás de una puerta de carruajes compartida con otra casa. Podemos meter el coche en el jardín y estacionar allí.
Enseguida salen a recibirnos. El hombre que lo hace es encantador y nos empieza a hacer preguntas, las típicas cuando llegas a un lugar “de dónde vienes”, “a dónde vas”, “has estado antes en”, “qué tal tiempo hacía por allá arriba”, “de dónde eres”. Vaya, en nuestro recorrido vamos diciendo de donde somos y nos encontramos a muchos que conocen España y pocos que conozcan Madrid, es el sino de la ciudad… algo no estamos haciendo bien por aquí. Nos dedicamos a vender un poco el encanto de nuestra ciudad, no sé si conseguiremos que cale, porque con nuestro idioma a saber qué nos entienden.
Cuando nos muestran la habitación se nos salen los ojos de las órbitas. No esperábamos algo así. Se accede desde el jardín, hace esquina, cristalera en dos de las paredes, jardín, decoración exquisita, amplia. Definitivamente, la ganadora, y eso que veníamos de una casa bucólica. Nos encanta. Nos siguen dando charla, veo inquieto al que no escribe, tiene la mirada perdida, espera, ¿qué es eso? ¡El baile de San Vito! Vale, quiere ir al baño, me hace desconectar de la conversación, sufro por él mientras me da la risa por dentro. Se me hace mayor por momentos, aunque para ser sincera, la incontinencia le viene de lejos.
Superado el momento, decidimos ir al centro de Chartres, hacia las 19:30. Habíamos pedido alguna recomendación para cenar y las llevamos en la mente anotadas.
Chartres vive alrededor de su catedral, cuando llegamos está abierta. ¡Qué suerte! Al entrar apenas hay gente, unas cuantas personas que están ensayando un concierto de música, al que nos invitarían a ir, nosotros nos conformamos con los ensayos, mientras vamos descubriendo los millones de encantos de este templo. Como decíamos anteriormente, es impresionante.
La reliquia de la conocida como la Santa Camisa de la Virgen fue un trozo de tela que se salvó de los incendios de la anterior catedral gótica que se hallaba en el lugar. Algo considerado como un milagro incentivó la construcción de un grande y magnífico templo como el que es la catedral de Chartres.
Su laberinto, dibujado en el suelo, es otro de los elementos populares. Parece ser que los monjes podían pasear siguiendo su trazado mientras pensaban y hacían sus oraciones, aunque hay mucha historia y suposiciones alrededor de este tipo de laberintos.
Estuvimos un buen rato dentro de la catedral disfrutando de la visita.
Una vez que terminamos la visita nos damos un paseo alrededor de la catedral, nos parece un lugar muy bonito, es muy agradable pasear por todas esas calles.
Antes de que sea demasiado tarde y, teniendo en cuenta que nos habían dicho que por la noche había un espectáculo de luz y música en la fachada de la catedral que queríamos ver, decidimos que es hora de cenar.
El lugar elegido el Café Bleu, frente a la catedral, uno de los recomendado por el anfitrión del alojamiento. Ensalada de pollo, bacon y aguacate y un tartar de ternera. Compartiremos, como de costumbre, vivo con miedo de acabar compartiendo un maki.
La ensalada sosilla, sin gracia. El tartar es un “diy”, está cortado superfino, parece que con máquina y te lo aliñas tú mismo. Estaba bastante sosito también, el que no escribe parece que empieza a jugar al “Quimicefa” (jóvenes de este mundo, el Quimicefa es un juego finales de los 80, principios de los 90, que era para jugar a hacer tus propias mezclas químicas). Le añade mostaza, salsa perrins, tabasco, sal y pimienta y parece que gana bastante. El que no escribe dice haber cenado bien, yo, en cambio, le doy la matraca un rato, según él, lo suficiente como para que no olvide nunca, jamás, en su vida, lo poco que me ha gustado. En fin, no siempre se acierta.
Cuando estamos con el café, escuchamos como la música empieza a sonar, empezaba el espectáculo. Nos entran las prisas por pagar e ir a verlo, el ansia viva nos invade. Luego comprobaríamos que el pase duraba 20 minutos y que según acababa volvía a empezar en bucle hasta que acabas interiorizándolo a la perfección.
Y sí, eso lo sabemos porque, al menos, lo vimos dos veces y media. Una vez disparando fotos como si nos hubieran contratado del ayuntamiento, otra disfrutándolo sin más y la media, haciendo un poco de ambas cosas.
El río L’Eure para por Chartres, teníamos ganas de acercarnos a él, para ver cómo era la ciudad por esa zona, el que no escribe decía haber visto algunas imágenes bonitas de Chartres en ese lugar. Pero a esas horas, casi medianoche, no nos quedaba fuerza para mucho más. Dudamos si buscar el río o no y, finalmente, decidimos ir en nuestro paseo de unos 10 minutos caminando hasta nuestro super alojamiento, no nos da la vida para mucho más.
A la mañana siguiente, antes de partir para los siguientes destinos, nos acercaríamos a la zona del río, para descubrir que merecía mucho la pena. Además os enseñaremos más rinconcitos llenos de encanto de Chartres. También nos esperaban Orleans y Poitiers…
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Revista Cultura y Ocio
17 días en Bretaña y Normandía. Día 15: Fécamp - Ruan - Giverny - Chartres
Por Tienesplaneshoy @TienesplaneshoySus últimos artículos
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