Vale, lo reconozco, la noche anterior, cuando llegamos al hotel, me tiré a la cama y me abandoné a hacer el oso bajo el edredón. El que no escribe, que lleva una madre dentro, en cambio, se puso a hacer su maleta mientras yo le decía “mira qué gustito doy y me descojonaba” y él, muy hacendoso dejó todo perfecto para la mañana siguiente. Así que, aquella mañana que daba inicio a nuestro día 6 de viaje, al que no escribe le tocó esperarme un poquito, porque yo no solo no había preparado todo mi equipaje, sino que había decidido lavarme el pelo, que a muchos esto no les sonará a nada trascendente, pero cuando desciendes de la familia de Chewbacca, esta tarea rutinaria debe de ser planificada con detalle. Pero estas cosas son las que me hacen tan encantadora. Así de oportuna soy y, por culpa de las prisas, encima, tuve que renunciar a echarme la mascarilla, algo que pagaré el resto de mis días cuando mire las fotos que han quedado para la posteridad.
Aquel día teníamos que recoger todo y de nuevo hacer el tetris del maletero del coche, a ser posible, intentando no dejarnos nada más en nuestro viaje, el trípode y el vestido, de momento, era suficiente.
Ese día nos alojaríamos en Quimper, seguimos en la Bretaña francesa aún. Pero, entre medias, teníamos planificadas dos paradas, una en Pont-Aven y otra en Concarneau. Y, además, no nos podíamos ir de Vannes, tras tres días, sin visitar su catedral.
Así que ¡para allá vamos! Se nos ocurre la maravillosa idea de llevarnos el coche y, al final, nos toca aparcar casi a la misma distancia que estaba el hotel, eso sí, en aparcamiento VIP, a 1 euro los veinte minutos.
Visitamos el interior de la catedral, de nuevo, la entrada gratuita. Esta catedral comenzó su construcción en el s.XV, sobre el lugar donde se encontraba un templo anterior, y estuvo hasta el s.XIX en construcción.
Tras la visita de la catedral de Vannes, vamos hacia Pont-Aven, también conocida como “ciudad de los pintores”, a una hora de camino.
Pont-Aven fue un lugar que pasó desapercibido durante muchísimo tiempo. El establecimiento del puerto de Lorien y la llegada del tren a Quimper hicieron que hubiera gente que llegara con más facilidad a este rincón lleno de puentes y verde, que ha servido de inspiración a muchos artistas, aunque si por uno ha sido conocido es Gauguin, quién se estableció durante algún tiempo en el pueblo y pintó alguna de sus obras recreando este lugar.
Y su pasado artístico se palpa en sus calles, donde parece que el establecimiento más predominante son las galerías de artes y hay constantes referencias artísticas que se pueden encontrar en algunas de las fachadas.
A la entrada del pueblo, junto al río hay un aparcamiento. Desde allí se puede coger parte de la llamada senda Xavier Grall, que discurre a las orillas del río Aven, creando estampas preciosas.
Era estupendo llegar a los lugares y pasear con tranquilidad. Estábamos en el corazón de Bretaña y, a excepción de algún pequeño atasco que os hemos contado, es un destino totalmente disfrutable.
En Bretaña, la gente te sonríe y, en menos que canta un gallo, te están dando algo de conversación. No pasa nada si dices que no hablas francés, porque se ríen y lo intentan hasta con las manos. Allí, en Pont-Aven, mientras el que no escribe estaba posando a metros de distancia de mí, bajo un puente, y yo me había quedado arriba, una señora me daba muchísima conversación acerca de las fotos, de lo que yo entendía poquísimo. Mientras tanto, mi modelo particular estaba esperando a que yo tomara la instantánea, fastidiando con ello la postal que el resto de personas intentaban tomar. Pero ¿cómo cortar aquella conversación de esa mujer tan encantadora? Es lo que tiene la amabilidad.
Pont-Aven nos pareció otro lugar lleno de encanto. Cada día nos sorprendían rincones preciosos. Desde allí, ponemos rumbo a la siguiente parada Concarneau, concretamente a la Villa Close de Concarneau, que es la parte de ciudadela, encerrada entre murallas. Es una media hora en coche.
Bueno, pues todo lo dicho anteriormente de la paz, la tranquilidad y la no masificación, se acaba cuando llegamos aquí. La entrada a la ciudad es un poco desoladora, la típica apariencia industrial, pero, según nos aproximamos a Villa Close, la cosa cambia.
Villa Close es una zona amurallada construida en una isleta a la que hoy se accede a través de un puente y que era accesible también con marea baja. No hay más que ver su apariencia exterior para entender que, en sus orígenes, tuvo un carácter plenamente defensivo.
Aparcamos en los alrededores, en un aparcamiento gratuito. Antes de entrar vemos un mercadillo (sí, nos perseguían), lo estaban cerrando ya y no parecía tener nada gastronómicamente interesante, salvo unas cerezas con una pinta impresionante. Nos dejamos llevar por la pasión y, fruto de eso, aún se escuchan las carcajadas de la persona que nos las vendió a 9,80 euros el kilo. Buenas estaban, por lo menos.
El interior de Villa Close es bastante pequeño y está compuesto por una calle principal que la atraviesa a lo largo y un par más paralelas, más cortas. Impresionante la cantidad de gente que había ahí dentro. Si nos preguntáis si es bonita la zona intramuros, casi ni os podemos contestar porque de verdad que, probablemente, el que no escribe viera algo más al ser alto, pero yo vi todo tipo de cabezas, peinados, gorras, camisetas y poco más. A parte, los locales del interior eran muy turísticos, mucho souvenir, mucha heladería, etc. Si a eso le sumamos que veníamos de días de total tranquilidad, sentimos bastante agobio en el interior. Fuera de temporada alta tiene que ser otra cosa, seguramente.
Villa Close es el corazón de Concarneau, allí nació la ciudad, siendo un lugar estratégico gracias a su enclave. Actualmente, es el primer puerto de Francia en la pesca del atún y el tercero de importancia en pesca general. De hecho, la industria conservera se expande a su alrededor.
Durante la historia, esta ciudadela vivió diferentes etapas, comenzando por ser el lugar donde habitaban pescadores, hasta pasar a una función militar y protectora, que tuvo que sobrevivir a los asedios.
Las murallas de Villa Close (del s.XV y completadas en el s.XVII) son practicables, se puede subir a ellas y dar la vuelta circular a lo largo de toda ella. Desde arriba, las mejores vistas que se obtienen son extramuros, ya que hacia dentro, al menos en nuestra visita, se veían algunos tejados y muchas cabezas.
Pues nos vemos dentro de Villa Close, que solo tiene 350 metros de largo y 100 metros de ancho, a la hora de comer, con unas cerezas deluxe total, pero insuficientes para calmar nuestro apetito, es la hora de parar a comer. La cosa estaba difícil, así que en la plaza que está a mitad de la Rue Vauban (calle principal), que parecía encantadora lo que se dejaba ver entre piernas, brazos y cabezas, un puesto de bocadillos, sandwiches y cosas varias es el elegido. Ahí nos hacemos con algo para sobrevivir y, posteriormente, saborear las “reinas cerezas”.
Al terminar seguimos caminando hasta el final de la calle, allí en unas gradas había un espectáculo interactivo bastante divertido. Nos paramos un rato a verlo, pasamos por detrás de ellos y desde ahí tomamos la escalera que sube la muralla para tomar rumbo, por arriba, hacia la puerta de salida (misma que de entrada).
Por arriba estaba todo bastante más tranquilo y las vistas estaban muy bien, lo único es que de golpe se puso a llover. Fue algo fugaz, porque a la salida de Villa Close, el sol iluminaba todo con fuerza y la verdad es que la vista por fuera de Villa Close es muy chula.
Y ponemos rumbo a Quimper, deseando volver a nuestro turismo apacible y cruzando los dedos porque así fuera. En Quimper, lo primero que haríamos sería ir a registrarnos al hotel.
Veintiocho kilómetros separan un lugar de otro. El hotel que elegimos en Quimper estaba fuera de la ciudad, algo que intentamos evitar a toda costa a lo largo del viaje, pero que al final no nos quedó otro remedio que hacer, ya que en las fechas que hicimos las reservas muchos de los alojamientos estaban ocupados.
El hotel fue el Kyriad Quimper Sud, donde solo pasaríamos una noche. Nos costó un poco encontrar la entrada del alojamiento, las coordenadas no eran muy exactas y nos veíamos dando vueltas durante un rato de forma muy ridícula. Este hotel solo tiene sentido planteárselo uno si tiene coche. De allí al centro de Quimper no son más de cinco minutos en vehículo, pero andando no vimos accesos cómodos.
Bueno, pues nos recibe una mujer que era toda una cachonda. Hablaba inglés perfectamente y bromea con nosotros durante un rato. Nos informa también que se paga por adelantado. Cuando llegamos a la habitación, nos quedamos anonadados. Lo de la pared roja con luces moradas da para reirte un rato, así de entrada. La habitación tenía dos estancias, una que pretendía ser una especie de salón, con sofá y mesa y la otra que era el dormitorio, cada una de las estancias tenía una puerta adicional, la del salón daba paso al lavabo y espejo, pero ¡atención!, la del dormitorio da paso al váter y, dentro, el armario. Váter-armario. Repetimos váter-armario. Un metro cuadrado con una taza y un burro, en una habitación de unos 30 metros cuadrados. No damos crédito. No nos afecta porque no vamos a sacar nada de las maletas, a la mañana siguiente nos íbamos, pero nos planteamos que a alguien se le ocurrió esta maravillosa idea y una de dos, o alguien comentó ¡no hay huevos! o a alguien se le ocurrió y el resto dijo ¡que se j***!
En fin, los alojamientos siempre nos regalan momentos surrealistas, porque aún viviríamos más en otras etapas del viaje.
En pocos minutos ponemos rumbo al centro de Quimper antes de que se hiciera demasiado tarde.
Quimper nos gustó mucho. Nos dirigimos a un aparcamiento que nos indicó la recepcionista del hotel, que teóricamente era de pago hasta las 19:30, pero se quedó un sitio libre justo al lado de su entrada. No nos costó nada aparcar (en todos los sentidos).
Para saber qué dirección tomar desde allí, escribimos en el móvil “catedral” que suele ser un lugar bastante representativo. Y el primer lugar que nos encontramos es en la Plaza Francois Miterrand, que en aquellas fechas contaba, de forma temporal, con una colección de esculturas de lobos, obra del artista chino Liu Ruo, que resultaba muy impactante. De hecho, por la noche nos haríamos una sesión de fotos imposibles, entre ellos que nos hizo pasar un gran rato.
Continuamos relativamente rápido porque, según nuestras anotaciones, la catedral de Quimper cerraba a las 18.30 y solo faltaban 40 minutos para ello. Lo cierto es que después veríamos a gente entrando hasta pasadas las 20.00. No nos quedó muy claro el tema de los horarios.
En poco tiempo vemos como nos estamos adentrando en el casco histórico de Quimper, más Bretaña en cada rincón.
Nos encontrábamos ya, durante todo ese día en el departamente de Finisterre, del que Quimper es capital administrativa. Desde la distancia
La plaza en la que se encuentra la catedral permite tener diferentes perspectivas de la misma y es fácil hacerte una idea de las dimensiones.
Entramos en su interior, de nuevo el acceso es gratuito. Y dedicamos un rato a recorrer su nave central.
Las calles que rodean Quimper son encantadoras, cada rincón y los detalles de las fachadas. También había un ambiente buenísimo, gente, pero sin masificación.
Entre unas calles y otras, nos vamos acercando al río Odet. A ambos lados del mismo las flores de colores son protagonistas. Y no solo las flores, los troncos de los árboles que van paralelos a la ribera están tapados con fundas de ganchillo de colores, nos dedicamos a abrazarlos, porque a veces hacemos cosas sin sentido, lo sabemos.
Nos quedamos un rato allí sentados, disfrutando mientras la luz iba cayendo. Y volvemos al centro para seguir disfrutando. Un chico joven nos observaba desde la distancia mientras nos sacábamos fotos el uno al otro y sonreía.
Al cabo de unos minutos se acerca con la misma expresión para decirnos que si queremos que nos haga una foto. Tanta ambilidad y proactividad nos asusta un poco, pero en Bretaña todo estaba siendo armonía, así que le dejamos la cámara y él pone toda su mejor voluntad y nos saca tres o cuatro, para después despedirse con plena felicidad. Los bretones siguen conquistando nuestro corazón.
Y llega la hora de cenar, en una callecita empedrada con cinco mesas típicas francesas, de estas que piensas que es imposible que te quepan los codos, pero con un toque romántico, nos sentamos a cenar. El restaurante es Au Vieux Quimper, una crepería. Vamos a probar dos galettes nuevas, al final ambas resultan tener queso, huevo y champiñones y luego ingredientes varios en cada caso que no llegamos a identificar claramente, pero lo cierto es que estaban buenísimas. Para acompañarlas, sidra bretona y agua. Y para terminar el sabor más popular de la zona y que se convirtió en nuestro favorito, el crepe de caramelo y mantequilla salada, que simplemente fue espectacular (pronunciado por nosotros como “caramel abeg salí” que en en nuestra boca, además, sonaba como si fuéramos Apu de los Simpsons). El importe de la cena fue de 32 euros. Super, super, recomendable. Además, los tiempos de espera fueron muchos¡ menores que en el resto de lugares hasta la fecha.
Nos quedó un rato para tomar algunas fotos nocturnas, entre ellas las de los lobos que os comentamos anteriormente.
El día había sido intenso y muy completo. La Bretaña francesa estaba superando nuestras expectativas y cada día de vacaciones nos llenaba la vista de lugares preciosos, pintorescos y, sobre todo, llenos de gente que desbordaba amabilidad.
Al día siguiente dejábamos Quimper para seguir nuestra ruta hacia al norte, no sabíamos que encontraríamos nuestra primera expectativa vs. realidad de esta aventura, teníamos varias paradas intermedias antes de llegar al lugar donde haríamos noche, Morlaix.
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Revista Cultura y Ocio
17 días en Bretaña y Normandía. Día 6: Pont-Aven - Concarneau -Quimper
Por Tienesplaneshoy @TienesplaneshoySus últimos artículos
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