Tuve deseos de odiarte, pero eran deshonestos por mi parte. Porque yo, al igual que tú, también engañé a la persona que amé. Mirándola por encima del hombro, desde arriba, cuando siempre estuve muy por debajo de ella.
A él lo tratabas con displicencia y desdén, y parecías disfrutar con ello. No sé muy bien en qué momento nos volvimos indignos y dejamos de lado el respeto, salvo para pisotearlo cegados de vanidad.
Desde luego, ambos merecían algo mucho mejor que nosotros.
Ha pasado mucho tiempo. Mi corazón ha envejecido y solo queda el reconocimiento de errores irreversibles y una catarsis purificadora. Y después de todo aquel montón de mierda, hoy, nos hemos vuelto a ver.
Nos hemos reconocido, pese al tiempo pasado y la distancia que nos separaba, y he sentido en tu inmovilidad el mismo deseo de acercamiento que has percibido tú en la mía.
Me he imaginado de nuevo contigo, y he recordado aquellos dos animales envenenados que fuimos. Y me he preguntado por qué no cometer una jodida locura allí mismo.
¿A quién coño le importa si de nuevo todo se va a la puta ruina? Seamos otra vez portaestandartes del dolor y la mentira. Tú y yo otra vez.
Pero nos hemos contenido, y segundos después nos hemos movido para continuar con nuestras vidas. Quizá aprendimos algo de todo aquello. Quizá aquello nos cambió y ya no somos los mismos.
En cualquier caso, nos perdemos de vista dejando claro que ni tú te acercarás a mí, ni yo permitiré que lo hagas.