El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 fue la mecha encendida por los fascistas para comenzar una guerra civil que hizo de España, durante cuarenta años, un campo de concentración donde la dictadura cruel, asesinó, violentó y mantuvo en silencio a millones de españoles.
El franquismo sigue, es verdad que hoy es de baja intensidad, pero ahí está. Mientras que los caídos golpistas fueron homenajeados en un tiempo récord, todavía quedan los cuerpos de miles de republicanos desparramados por las cunetas de España.
Hoy, aquellas arengas radiofónicas de Queipo de Llano han sido sustituidos por una división mediática de armas tomar, que defiende valores arcaicos, crueles y superados por la Constitución y que se aparta de la justicia social y de los derechos humanos.
Ahí están los Pío Moa, Cesar Vidal o el mismo líder de Ciudadanos Juan Carlos Girauta (este demócrata, que hoy tiene un puesto en la dirección del partido de Rivera, escribió un libro prologado y elogiado por PíoMoa, donde se defiende la tesis de que la República fue la responsable de la guerra civil y defiende la actitud patriótica de los golpistas), que tratan con su inconsistencia histórica de dar la vuelta a la realidad de la República y la Guerra Civil.
Todavía vemos, día a día, como algún alcalde, concejal, diputado o miembro del Partido Popular nos deleita con frases e improperios contra la Memoria Histórica, despreciándola y olvidando a las víctimas franquistas, mientras que, por puro interés electoral, defiende a ultranza a las víctimas del terrorismo de ETA, como si aquellas no hubieran sido víctimas de un Estado terrorista, el franquista.
Aún estamos esperando una condena del franquismo y una petición de perdón por parte de los que dirigieron el cotarro de nuestra dictadura, también de la Iglesia Católica que acumuló beneficios, aún en vigor, impensables en una sociedad democrática. Hoy, bien en el PP, bien en otras instituciones pasan de largo, hablan de mirar adelante, eso sí, con sus muertos bien enterraditos, y con el gran genocida Franco sepultado en un mausoleo donde murieron al construirlo miles de presos republicanos, que muertos pretenden que le sigan prestando vasallaje.
A lo más que se llegan, con desvergüenza y con cara dura, es a defender una inverosímil equidistancia entre republicanos y golpistas con un desparpajo que alumbra su ignominia y esconde la verdad histórica.
Se iguala en culpa y responsabilidad a los golpistas con los republicanos, a los terratenientes con los obreros, a los militares con el pueblo, a los verdugos y a las víctimas.
Hoy ya queda lejos el tiempo en que se podía enjuiciar a los instigadores. Han pasado ochenta años, pero al menos no cejamos en pretender que se devuelva la dignidad a las víctimas, que se les pida perdón, que no se desvirtúe la historia, que la verdad aflore y que se repare su honor.
Parece que la única esperanza que nos queda está ubicada en Argentina. La jueza María Servini, que aunque no pueda ajusticiar a los culpables, por la defensa a ultranza que de ellos hace el gobierno español –son de los suyos--, al menos los está haciendo visibles y los está avergonzando ante el mundo para su propio bochorno.
Hoy, todavía sigue vivo el 18 de Julio. No es sólo historia, es una realidad que vivimos. Y mientras que no se reconozca y se repare ese episodio, no se considerará algo pasado. Somos muchos todavía, los que no olvidamos. Muchos los que seguiremos gritando, aunque sea en un desierto lleno de huesos tricolores, que les seguimos recordando, que su muerte ha sido un crimen y que su ejemplo nos dignifica.
Salud y República