Un año y medio dando el pecho.
Dieciocho meses que han pasado volando en los que Lucy ha crecido hasta casi doblar su tamaño y triplicar el peso con el que nació.
Más de 540 días con la teta fuera a demanda en los que todos mis conocidos me han visto los pechos cuando yo nunca hice top less. Al principio reparo y para qué negarlo, también vergüenza. Pero duró poco y ahora es lo más natural del mundo para mi.
Todo este tiempo en el que le he dado lo mejor, lo natural, lo más sano. Aquello que mi cuerpo produce específicamente para ella.
Noches sin dormir porque no suelta el pecho, dolores de espalda por la posición haciendo colecho. Pero sin levantarnos para hacer biberones, simplemente nos enganchamos a la teta y seguimos durmiendo. Noches geniales.
Mordisquitos y su búsqueda de tetita dormida, sentándose en la cama con los ojos cerrados y encontrándola por intuición. Durmiéndose encima mía en posturas incómodas pero de amor.
Tomando pecho haciendo el pino, cambiando mil veces de posición y haciéndome daño. Y también dándoles besitos a las tetis.
Sirviéndose ella misma en cualquier lugar y momento. Cambiando de teta según le apetezca dando mil vueltas.
Su carita mirándome desde ahí abajo. Su sonrisa y el escape de pezón con una risita.
Exigiendo teta en momentos inverosímiles e incómodos. Y también buscando la seguridad que solo yo puedo brindarle cuando hay gente desconocida.
Lo agustito que sale del baño entre toallas y albornoz, y lo único que mejora ese momento de relajación es engancharse a la teta abrazadita a mamá.
En la cama tumbada buscando su tetita para "dormititir" (dormir con la teta).
Sintonizando, pellizcando, aplastando el pezón. Pero también acariciando la teta con la manita, despacito y con amor.
Ese "¡teta!" tan perfecto dicho de esa manera tan alegre con ilusión en los ojos. Lo primero que me dice por la mañana muchos días.
Cómo señala la cama para que me tumbe a darle el pecho y como se acurruca a mi lado..
Dando el pecho leyendo, escribiendo, al ordenador, en el baño, cocinando, limpiando... Cambiándole de ropa, de pañal, cortando sus uñitas... La teta lo facilita todo.
A veces hartura. "No puedes tenerme toda la mañana sentada con la teta fuera dando chupitos cariño..."
A veces cansancio: "Si quieres teta estate quieta y deja de hacer fuerza que me matas la espalda".
A veces la única manera de consuelo y tranquilidad: "Cariño, ¿te has hecho daño? ¿Quieres teti?"
A veces maravilloso: "¿Nos tumbamos en la camita y nos damos cariñitos?"
A veces miedo por terminar esta etapa en la que me siento tan poderosa. Mis pechos alimentan a mi bebé. Jamás había sentido algo tan especial y puede que cuando nuestra lactancia termine no vuelva a sentirlo nunca.
18 meses en los que la lactancia ha ido cambiando según las necesidades y demandas de Lucy. Exactamente igual que la leche materna que sigue alimentándole.
Nunca me planteé un tiempo máximo pero si dudé si sería capaz de hacerlo, aunque ha habido momentos y noches duras, creo que lo estoy consiguiendo. Siento que me supero a mi misma.
Simplemente hemos dejado que todo fluyese, dejándonos llevar y disfrutando al máximo esos momentos que cada vez son menos.
¿Y el día que se termine? Ni lo pienso, lo veo tan lejos... Aquí estamos y seguiremos.
Hemos cambiado y crecido juntas. Aunque ella más rápido y yo voy detrás corriendo para alcanzarle. Y esforzándome al máximo para que sea feliz y el pecho le ayuda a ello.
La lactancia nos ha facilitado un vínculo especial y único, el cuál desconozco si seria igual de no haber instaurado la lactancia, aunque mi instinto me dice que sería muy diferente.
No soy la misma que hace 18 meses. Lucy tampoco. Juntas crecemos y evolucionamos.
Volvería a repetir estos 18 meses una y otra vez.
Dar el pecho no es solo sacarse la teta, no es solo alimentar a mi retoño. Le doy amor, seguridad, tranquilidad, felicidad, complicidad... Y eso, no se sustituye con nada.