Ayer tocaba cine de aquí. 1898. Los últimos de Filipinas. Aunque estoy libre de la exacerbación patria, la película llamaba mi atención por dos motivos principales: comprobar si la campaña de publicidad decía la verdad y comprobar, asimismo, cómo había evolucionado la visión sobre el colonialismo español con los años. Así que marché a ver la ópera prima de Salvador Calvo, excusa perfecta, además, para volver a ir al cine con mi padre, que la última vez fue con el estreno de Terminator 2: El juicio final.
Es lógico que 1898. Los últimos de Filipinas goce de visibilidad mediática. No solo en forma de anuncio sino también de promoción, bien llevando a Luis Tosar y Javier Gutiérrez a El Hormiguero, bien en forma de textos en los periódicos, redes sociales o blogs. ¿Cumple lo que se ha dicho de ella? Casi, casi. Es indudable que la película rezuma calidad y buen acabado en todos sus aspectos: es una gran producción; quizás la primera gran producción real, en términos de industria, que se ha hecho en España. Pero tampoco es una obra maestra... Despierta tu interés desde el primer momento, pero le falta un toque final para ser verdaderamente memorable.
La fotografía es espectacular, así como las interpretaciones. Luis Tosar y Javier Gutiérrez se muestran colosales, Karra Elejalde práctico, como siempre; aunque me sigo preguntando cómo es posible que Ricardo Gómez, el que fuera niño de Cuéntame cómo pasó, se puede ganar la vida interpretando papeles: cualquier árbol que aparece en la película lo hace mejor que él. El guion se desarrolla suave y fluido hasta cierto punto en el que parece atascarse, como si Alejandro Hernández estuviera pensando hacia dónde tirar. Eso le ocurre a todos los guionistas, pero el espectador no debe ser consciente de ello, y en 1898. Los últimos de Filipinas esto es perceptible. Un error que se manifiesta en forma de cierta incomodidad o pesadez ante el paso del tiempo.
Asimismo, se presentan una gran cantidad de personajes, y se pretende abarcar todas sus intrahistorias, pero al final se quedan en la superficie. Especialmente llamativo son los personajes filipinos, a los que se trata de otorgar cierto protagonismo argumental pero se quedan en la superficie. No obstante, si tenemos en cuenta que se trata de un guion original, podemos llegar a comprender este fallo de cálculo narrativo. Hubiera sido más pragmático centrarse en dos o tres que dividirlos en bloques conceptuales, como se ha querido hacer, y quedarse a las puertas de tocar las emociones.
1898. Los últimos de Filpinas nada tiene que ver con aquella cinta patrocinada por el franquismo en 1945 y que era un total ejercicio de nacionalismo. La visión ha evolucionado. A pesar de que la pérdida de las últimas colonias se sigue observando con nostalgia (comprensible por otro lado, dados los lazos emocionales e identitarios que se forjaron), se introducen diálogos que cuestionan la guerra, y la objetividad a la hora de retratar a los independentistas filipinos es loable, sobre todo si tenemos en cuenta que Telemadrid y 13Tv han colaborado económicamente en la producción. Y lo mejor, sin duda, es el retrato del imperialismo estadounidense, aunque sea solo de pasada.
Vedla. De verdad merece la pena. Es de las que te hacen viajar por un tiempo.