Autor: Blogracho
Había terminado de secarme las lágrimas, absorta en la idea de que en ese preciso momento, hace veinte años atrás, también había llorado con el "Viejo y el mar": cuando el muchacho estaba junto a su viejo, cuidándolo, y reprochándose por no haberlo acompañado. Y tuve la certeza que, también veinte años atrás, había leído este libro en un solo suspiro.
Secadas las lágrimas, terminado el libro, pasé a "Por quién doblan las campanas", y fue como ver dejar al muchacho su caña de pescar para coger el rifle. Cambiarse el azul del mar y del cielo con el verde terracota de las montañas. Y junto al muchacho, el viejo, que lo aconsejaría, lo guiaría y con el que tendría largas conversaciones.
Y esos fueron los elementos repetitivos que encontré en Hemingway. No he leído otras obras suyas, pero cuando lo haré, estaré atenta para ver si aparece esa figura masculina joven y una adulta, hijo y padre. Si las faenas de sus historias se desarrollan en pocos días. Y si continúa a detallar con tanta minuciosidad, casi obsesiva, el ambiente, como el puente que tenía que hacer volar y todos los instrumentos de pesca del viejo.
Y aunque creo que los detalles deban ser usados con mesura, porque a lectores distraídos como yo pueden terminar aburriendoslo (y terminamos abandonando el libro); considero la escritura de mi primer gran amor literario, Hemingway, el uso de la puntuación, su guerra declarada a las comas, el uso de las "y", su amor a la estética, simplemente fantástica.
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