Una persona amable es aquella que se hace digna de amor. Dicho con un lenguaje más llano: la que se hace querer. ¿Cómo lo hace? mostrándose comprensiva, abierta, disponible, dispuesta a echar una mano. En una palabra, no escatimando simpatía. La palabra «simpatía», significa etimológicamente «sentir con»: sentir la alegría y también el dolor del otro, estar con él pase lo que pase, a las duras y a las maduras. Es la misma palabra que «compasión», que también significa «sentir con» el otro. La compasión es un concepto que se ha ido deteriorando con el tiempo, hasta el punto de que uno rechaza que le compadezcan. Identificamos la compasión con la piedad, la caridad, las buenas obras, la limosna, es decir, toda la parafernalia mojigata que acompaña a una más que sospechosa buena conciencia, dispuesta a atender momentáneamente al que sufre parar poder olvidarlo de inmediato. Así entendida, la compasión tiene poco que ver con esa disposición a una amistad cultivada, no sentida en primer término, pero imprescindible para que la vida en común sea cómoda y agradable. Por eso Schopenhauer pensaba que la compasión debía entenderse como «el resorte de la moralidad».Porque la compasión se opone a la crueldad, que es el mal propiamente dicho(...)Aunque la soledad radical es contraria a la humanidad, todos sentimos el atractivo de la vida solitaria que implica independencia y alejamiento de todo lo que puede molestar. La tendencia a la soledad, a la introversión, es muy característica de la adolescencia. Es la muestra de la «sociable insociabilidad» del ser humano, según la bella expresión de Kant: vivimos en la permanente contradicción de necesitar y querer a los demás y cansarnos de ellos o rechazarlos. Quisiéramos creer que nos bastamos a nosotros mismos pero sabemos que no somos autosuficientes. Para salir de esa paradoja inevitable, no hay más remedio que obligarse a ser sociable, amable, compasivo, simpático. Adam Smith, que fue un gran defensor de la simpatía como base y fundamento de las relaciones humanas, escribió lo siguiente: «la sociedad y la conversación son los remedios más poderosos para restituir la tranquilidad a la mente, si en algún momento, desgraciadamente, la ha perdido; y también son la mejor salvaguardia de ese uniforme y feliz humor que tan necesario es para la satisfacción interna y la alegría». O sea que la amabilidad es tanto un bien para los demás como para la salud, el bienestar y el buen humor de uno mismo. En realidad, no descubrimos nada que no tenga ya muchos siglos. Enseñar a ser amable es partir del supuesto de que sin amor la vida es inhumana. (p 53-55)
Fuente: Extractos de las páginas 53-55 del libro de Victoria Camps "¿Qué hay que enseñar a los hijos?" Ed. Proteus