Patio de la Posada de la Sangre, antiguo mesón al que Blasco dedicó un artículo de la serie «Desde Toledo» publicada en «El Pueblo», donde él y Soriano almorzaron juntos años antes de batirse en duelo
ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN TOLEDO Actualizado:20/01/2020 12:13h
El jueves 9 de julio de 1903, en el semanario «Tribuna Pública», los toledanos pudieron leer que Vicente Blasco Ibáñez estaría durante varios días en la ciudad, avanzando en la redacción de su novela «La Catedral», que podría ser publicada en octubre próximo.
Se indicaba, además, que se hospedaría en casa de los señores de Costea y que entre las personalidades ilustres que vendrían a visitarle «y saborear las primicias» de la referida obra se daba como seguro a sus amigos Mariano Benlliure y Joaquín Sorolla.
Por entonces el escritor valenciano contaba treinta y seis años y ya había publicado sus obras más populares de ambiente regionalista: «Arroz y tartana», «Flor de mayo», «La barraca», «Entre naranjos» y «Cañas y barro».Blasco Ibáñez destacó tanto por su amplia producción literaria, periodística y cinematográfica, como por su vehemencia política en el campo de republicanismo español
Desde su llegada a Toledo, el entonces gobernador civil, Álvaro Carvajal y Melgarejo, marqués de Cenete, dispuso que agentes policiales vigilasen discretamente al polémico e impetuoso escritor valenciano.
No es que la autoridad gubernativa temiese que durante su estancia en la ciudad alterase el normal devenir de los toledanos con su reconocida vehemencia republicana, sino que quería evitar a toda costa que participase en un duelo que tenía pendiente con el abogado, periodista y político donostiarra Rodrigo Soriano.
El Código Penal de 1870, vigente en aquellos años, encomendaba a las autoridades que tuviesen noticia de estar concertándose un duelo, que procediesen a la detención del provocador y del retado, y no los pusieran en libertad hasta que diesen palabra de honor de desistir de tal propósito.
Las penas por faltar a ello podrían ser de inhabilitación para cargos públicos, así como confinamiento o destierro. Pese a ello, tal disposición era bastante ineficaz en el día a día.
Rodrigo Soriano, escritor y político donostiarra, quien gustaba dirimir sus polémicas en duelo, llegando incluso a retar al general Primo de Rivera
Aunque compañeros de partido, Blasco y Soriano llevaban unos meses a la gresca. De forma inesperada, en el periódico «El Pueblo», fundado por nuestro protagonista en 1894, el segundo publicó un artículo titulado «Revolucionarios de entretiempo» en el que relataba la peripecia de un político dotado de vibrante oratoria con la que se había ganado grandes adeptos como convicto revolucionario, pero que pasado un tiempo traicionó a sus seguidores
. Blasco, quien había auspiciado la carrera de Soriano, hasta hacerle diputado por Valencia, se sintió aludido por el texto y rompieron de forma tumultuosa sus relaciones, llegando a citarse en el campo de honor para dirimir sus diferencias.
Del reto entre ambos estaban al tanto los mentideros políticos, periodísticos y literarios de Madrid. Nicolás Salmerón, gran patriarca del republicanismo no pudo evitar que las diferencias entre sus pupilos llegasen a tan dramático extremo.
Y en el Congreso, José Sánchez Guerra, ministro de Gracia y Justicia, empeñó su palabra en que el envite no llegaría a verificarse.
Era tal la expectativa por lo que podría ocurrir y el celo gubernamental para que Soriano y Blasco no se batiesen, que hubo quienes, pasado un tiempo, aventuraron que la anunciada y divulgada estancia del escritor valenciano en Toledo formaba parte de una estrategia preparada para despistar a las autoridades.En octubre de 1903 se editó «La Catedral», obra esencial dentro de la bibliografía toledana.
Apenas llevaba Blasco Ibáñez tres días en Toledo, cuando una noche, mientras se encontraba en un café, recibió la visita de una persona venida desde Madrid.
Era el periodista Antonio Zozaya, por entonces redactor de «La Correspondencia de España». Tras conversar unos momentos, ambos abandonaron el establecimiento, montaron en un automóvil y se encaminaron hacia Madrid.
El viaje, según relataron algunos diarios de la época, fue toda una epopeya. Zozaya tan pronto conducía por la carretera como por las veredas y sembrados, dando rodeos para evitar ser localizados. La noche estaba lluviosa, a causa de una tormenta veraniega, y en más de una ocasión terminaron en el barro. Kilómetros antes de llegar a su misterioso destino, y como el recorrido estaba siendo más largo de lo previsto, se les acabó el carburante, por lo que hubieron de concluir la etapa a pie, tras varias horas de viaje.
El encuentro entre Soriano y Blasco estaba concertado en una finca del entonces pueblo de Hortaleza, propiedad del exministro Francisco Romero Robledo. Allí les esperaban sus padrinos, testigos, médicos y jueces de campo. Los contendientes deberían situarse a veintiocho pasos de distancia, avanzando a discreción hasta los veinte y, desde ahí, podrían dispararse hasta que alguno de ellos quedase herido en condiciones de inferioridad.
Dada la señal, se efectuaron los primeros disparos. Soriano lo hizo al aire. Ante ello, Blasco se negó a apretar su pistola diciendo que no podía tirar contra un hombre que no buscaba en él blanco. Se ordenó repetir el lance.
Y volvió a ocurrir lo mismo. En vista de ello, se dio por finalizado el duelo. Los dos contendientes se estrecharon las manos, prometiendo que terminarían para siempre los insultos que desde hacía semanas se cruzaban en diferentes publicaciones.
Horas después, ambos, como si nada hubiese pasado, concurrieron en el Congreso a sus obligaciones como diputados. Pese a estas buenas intenciones de los duelistas, sus respectivos partidarios no tardaron en reanudar las disputas.Reclamo publicitario en la prensa toledana de la época, anunciando la reciente publicación de «La Catedral»
Antonio Zozaya, quien vino hasta la ciudad de Toledo para llevar a Blasco Ibáñez al duelo de Hortaleza, fue uno de los periodistas más destacados del primer tercio del siglo xx, formando parte de un nutrido grupo de escritores menores que simultanearon con profusión las páginas de los diarios y revistas ilustradas con las numerosas colecciones de novela corta de la época.
Su nombre, junto a otros como Francisco Villaespesa, Eduardo Zamacois, Emilio Carrere, Emiliano Ramírez-Ángel o José Francés, forma parte de una generación «perdida» en el limbo de nuestra historia literaria pero que gozó de enorme popularidad y fue arquetipo, en algunos casos, de la bohemia más paradigmática.
Afortunadamente para los numerosos lectores que Blasco Ibáñez tenía en aquel tiempo, el duelo con Soriano, como cuantos mantuvo en su azarosa vida, se saldó con bien y pudo concluir la redacción de «La Catedral».
Tal y como se había anticipado en las páginas de «Tribuna Pública», en el mes de octubre la novela, considerada como la primera de sus obras del denominado ciclo social y que en la prensa de la época se anunciaba como escrita «a lo Zola», llegó a las librerías toledanas.
Actualmente, la editorial «El Perro Malo», dirigida por Francisco Carvajal está trabajando en la una nueva reedición de «La Catedral», con un amplio estudio introductorio de Juan Carlos Pantoja. La misma incluirá algunos dibujos realizados por el pintor valenciano José Segrelles, encargados ex profeso por el propio Blasco para ilustrar una edición de su novela toledana que, por causas diversas, no llegó a publicarse.
Esta obra, junto a otras firmadas por Galdós y Urabayen, es imprescindible para conocer el universo eclesial de los últimos años del siglo XIX y primeros del XX en la ciudad de Toledo, cuyo peso era tan determinante en el devenir diario de la capital.
Seis años antes del incidente recordado hoy, Blasco Ibáñez había publicado en el periódico «El Pueblo» varios relatos bajo el título genérico de «Desde Toledo».
El primero de ellos se refería a la ciudad en su conjunto, describiendo la misma como «amontonamiento de recuerdos». Otros estuvieron dedicados a la sinagoga de Santa María la Blanca, a san Vicente Ferrer y sus incendiarias predicaciones en Toledo, al Corpus, a la Posada de la Sangre, a las obreras de la Fábrica de Armas y a la Catedral, el cual puede ser considerado como un adelanto de lo que luego sería su gran novela toledana.Vista de la calle Chapinería, hoy dedicada a Vicente Blasco Ibáñez (Foto, Casiano Alguacial, Archivo Municipal de Toledo)
Actualmente en la calle Chapinería de Toledo, que desemboca en la Puerta del Reloj del templo primado, una placa recuerda a Blasco Ibáñez. La misma responde a una solicitud presentada ante el ayuntamiento por Acción Republicana Democrática Española en 1980.
Tres años después se acordó por unanimidad la dedicación de tal vía urbana al escritor valenciano, si bien hubo de esperarse hasta que en junio de 2002, siendo alcalde el popular José Manuel Molina, se descubriese tal reconocimiento.
El mismo se materializó pocos meses después de ser presentada la reedición de «La Catedral» publicada por el editor Antonio Pareja con prólogo del añorado escritor Luis Béjar, concejal de Cultura cuando se aprobó tal dedicatoria.
https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/abci-blasco-ibanez-toledo-horas-antes-batirse-duelo-202001192104_noticia.html&version;
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