El lunes 5 de abril de 1914, un agente de la policía se encontró por las calles de Toledo con dos mujeres quienes llevaban en brazos a una criatura de muy pocos días de edad
Actualizado:28/01/2019 13:31h
Desde mediados del siglo XIX, el desamortizado convento dominico de San Pedro Mártir de Toledo, hoy sede de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Castilla-La Mancha, albergó diferentes servicios benéficos asumidos por la Diputación Provincial.
Entre ellos se encontraban el asilo para pobres de San Sebastián y la casa-cuna de expósitos, lugar destinado para acoger a una de las protagonistas de esta crónica, reflejo triste de la mísera y desoladora realidad en que vivían algunos toledanos en el pasado, situación, por otra parte, frecuente en aquella
España retratada por el naturalismo literario que Galdós, Blasco Ibáñez o Pardo Bazán cultivaron en algunas
de sus novelas.Entrada del Asilo, en el Cobertizo de San Pedro Mártir (Foto, Linares. Archivo Municipal de Toledo)A primeras horas de la tarde del lunes 5 de abril de 1914, un agente de la policía se encontró con dos mujeres -Flora Fernández Fernández y Visitación Recio Mariscal- quienes llevaban en brazos a una criatura de muy pocos días de edad.
Despertaron sus sospechas y pensando que podría tratarse de algún desaguisado procedió a interrogarlas sobre la procedencia del bebé.
Sin mostrar recato alguno, le dijeron que paseando por el callejón de San Pedro, y junto a la puerta del Asilo, vieron a una mujer de pueblo que se disponía a depositar a la niña en el torno del mismo. "Nos dio mucha lástima -dijeron-, y espontáneamente le rogamos las dos que puesto que iba a deshacerse de la criatura nos la diese a nosotros para criarla como hija nuestra".
"La mujer -añadieron-, absolutamente desconocida para nosotras, dijo que no tenía inconveniente alguno en hacerlo, y en seguida nos hizo entrega de la niña, con el encargo de que hiciésemos la caridad de cuidarla lo mejor posible".
Las mujeres le contaron al policía que tras darles las gracias la desconocida, ellas marcharon contentas a su casa, donde sus maridos acogieron de buen grado a la pobre niña. Indicándole, además, que en esos momentos regresaban del Registro civil, donde habían pretendido inscribirla pero no pudieron realizarlo por carecer de la correspondiente documentación que certificase la maternidad de la pequeña.
Tras escuchar semejante relato, el agente las dejó marchar, advirtiéndoles que eran responsables de la custodia de la niña en tanto se localizase el paradero de la mujer que les entregó la criatura y pudieran aclararse los pormenores de tan extraño hecho.
Las averiguaciones iniciadas dieron como resultado que la mujer desconocida era Juliana Fernández Botija, de cuarenta y ocho años de edad, casada y vecina de la localidad de Quintanar de la Orden. Manifestó a la policía que hacía unos dos meses, una convecina suya, Rosario García Romeral, le confió que estaba embarazada, desconociendo la identidad del padre de la criatura, y pidiéndole que en cuanto diese a luz trajese el bebé hasta Toledo para dejarlo en el torno del Asilo.
El parto tuvo lugar el uno de abril y Juliana mandó a una hija suya a recoger a la recién nacida, para, en compañía de su esposo, trasladarse hasta la capital y cumplir el encargo.
Vista del rio Tajo y de las Carreras de San Sebastián, lugar solitario en los primeros años del siglo XX (Foto, Thomas. Archivo Municipal de Toledo)
También confesó que entregó la niña a Flora y Visitación, creyendo que con ello haría feliz tanto a la niña abandonada como a su madre. Tras dar a los agentes que la interrogaron la papeleta de inscripción de la recién nacida en el Registro civil de la localidad manchega, quedó detenida.
Conocidos estos pormenores, el inspector Ubaldo Domínguez se desplazó hasta el domicilio de Flora y Visitación, en el callejón Verde, en plena judería toledana, con la pretensión de recoger a la criatura. Cuando llegó allí, el marido de una de ellas, José Domínguez Ramos, "bastante beodo", según se indicaba en las páginas de "Diario Toledano", se ocupaba en intentar darle un biberón a la pequeña.
Las mujeres se negaron a devolverla, diciendo que a nadie sino a ellas les correspondía, "por habérsela regalado" la desconocida mujer con quien se encontraron a las puertas del Asilo. En la disputa intervino el sujeto antes referido, mostrando una actitud pendenciera por lo que fue trasladado al calabozo, donde pasó la noche.
La criatura fue llevada a casa del industrial Ramón Blázquez, quien regentaba una tienda de ultramarinos en la calle Tendillas y cuya esposa, Eulalia Cenador, estaba emparentada con la madre de la pequeña.Ella, indignada por "la pobreza en que había sido recogida la niña" y con deseos de ampararla, también había intentado infructuosamente que Flora y Visitación le entregasen a la pequeña, desistiendo ante las blasfemias y amenazas de José.Reclamo publicitario del establecimiento de ultramarinos de Ramón Blázquez, en la calle Tendillas
Siguiendo la pista del suceso, hasta el callejón Verde se desplazó un redactor de "El Eco Toledano", quien bajo el seudónimo de "Fantomas" nos legó una lúgubre descripción del deplorable ambiente en que hubiera transcurrido el futuro de la pequeña de no haber sido rescatada por la policía: "Al entrar, sentimos la impresión dolorosa de una vida miserable y pensamos en las privaciones a que se vería sometida la criatura en el caso de haber quedado en aquella casa. José, al entrar nosotros, está tendido en el suelo y aparenta estar algo enfermo.
A nuestras palabras, solo contesta desentendiéndose del asunto y disculpando la conducta de Flora por creerla fundamentada en principios de caridad [...] Salimos de allí sin conseguir gran cosa y pensamos, como siempre, que la niña no podría sufrir los rudos achaques de una miserable vida, en una casucha como esta donde se nota la falta de lo más elemental". En esa crónica, el periodista comentaba haber hablado con Juliana Fernández, quien le aseguró que "la criaturita le fue poco menos que arrebatada de las manos, dando las otras mujeres grandes muestras de contento al llevársela".
A la mañana siguiente, el juez de instrucción dispuso que la pequeña quedase ingresada en el Asilo, mientras Blázquez emprendía viaje a Quintanar de la Orden con intención de conseguir las correspondientes autorizaciones para que la que custodia de la niña le fuese concedida a él y su esposa.
Años después de ocurrir estos hechos, una de sus protagonistas, Visitación volvió a las crónicas de sucesos en los periódicos de la época. En la tarde del 17 de agosto de 1928 se personó en la Comisaría de Policía para denunciar que aprovechando su ausencia del domicilio conyugal su esposo, Toribio Gallardo Gutiérrez, de cuarenta y cuatro años de edad y con quien había contraído matrimonio hacía quince años, se había suicidado, ahorcándose en el montante de una puerta.
La Policía dio cuenta de estos hechos al juez de guardia, quien acompañado de un médico se personó en el lugar conocido como "Cuevas del Chato", en las inmediaciones de las Carreras de San Sebastián, donde Visitación y Toribio vivían. En aquellos años, aquel paraje eran la parte más solitaria de la ciudad y en palabras del estadístico y crítico literario, Javier Ruiz Almansa, "a donde no llegan las construcciones modernas, ni los cadetes, ni los burgueses, ni el mundo frívolo y vulgar de Zocodover".
Reconocido el cadáver, pudo comprobarse que el mismo presentaba señales inequívocas de haber sido agredido, así como diversas erosiones. A la vista de ello, se ordenó la detención de Visitación, quien declaró ser autora de los golpes recibidos por Toribio. Convicta y confesa fue recluida en la cárcel provincial, que apenas distaba unos metros del lugar donde se cometió el parricidio.
A finales de noviembre de 1929 la causa fue vista en la Audiencia Provincial. Durante el juicio se puso de manifiesto que las peleas entre Visitación y su marido eran frecuentes, muchas de ellas por cuestión de celos.
En la mañana del día de autos, tras uno de estos enfrentamientos, Toribio tomó una gran cantidad de aguardiente, quedándose profundamente dormido en mitad de la cueva. Aprovechándose de esta circunstancia, ella amarró su cuello con una cuerda suspendiéndolo de una puerta y quedando su cabeza colgando a unos treinta y cinco centímetros del suelo, produciéndole la muerte de forma casi instantánea.
Pese a que el abogado defensor, José Maldonado, solicitó su libre absolución y su internamiento en una Casa de Salud argumentando alcoholismo y trastornos mentales, que derivaban en irresponsabilidad ante el parricidio cometido, Visitación fue condenada a veintitrés años de reclusión.
Enrique Sánchez Lubián, periodista y escrito