Este es el día 19 de 365 días de escritura.
Una vez comprendí (y después lo leí en alguna parte) que quien se sienta a escribir solo empieza a decir cosas importantes cuando ha escrito, por lo menos, una página y media de desventuras lingüísticas. Eso son muchas páginas que fueron quemadas en la historia de la literatura. Esto que escribo, por ejemplo, debería ser quemado también: cinco frases absurdas recién despierta de una noche que soñé con el desierto y era un sueño dulce (en el que a uno le gusta sumergirse cuando no se ha corrido la persiana todavía) y en el que aprendía a construir tiendas de campaña con hilos de seda. Cinco frases absurdas, continúo, que solo llenan una pantalla en blanco de un ordenador portátil, tecleo, tecleo, ritmo uniforme como una máquina como un tren como una Olivetti en manos de una secretaria aventurada a las cifras o a los dictados de cartas. Cinco frases absurdas que, sin que apremie la magia, se convirtieron en diez y pronto en doce y pronto en veinte.
Qué más da.
Entonces, sigamos con la verborrea hasta la página y media: el lugar donde, indefectiblemente, llegaré a la conclusión correcta, a la palabra infinita que desborde un sinfín de ideas y emociones en el lector, la reflexión que, a modo de mantra único, provoque oleadas pasiones todas esas palabras que se le han quedado grandes a la literatura de los cotidiano. Mantra: ¿mantis? Lo mismo me da un poema de Oliverio Girondo que las transmutaciones urbanas de la Place de Saint Sulpice de George Perec.
Vamos a reinventar al genio:
La fecha: 7 de julio de 2014 (un lunes)
La hora: 12:26 de la mañana
El lugar: escritorio de la Habitación Azul
El tiempo: se despertó el día limpio, pero poco a poco unas nubecillas querubinescas poblaron el horizonte.
Parque del instituto. Desde la ventana de rejas blancas, solo se intuye el movimiento de dos columpios. Hay tres niños. Uno grita “oi, oi, oi” al uniforme ritmo de las batidas arriba-abajo del (busco un sinónimo de columpio) (no lo encuentro) columpio. Siguen las conversaciones entrecortadas pero dejo de prestarles atención: estoy contando el número de árboles alrededor. Llego a la conclusión de que son siete solo en el espacio correlativo a mi ventana. (“Una, dos y tres”, gritaron). Antes hubo un pruno que me gustaba mucho. Pero eso no es deconstrucción de espacio, sino de recuerdos. Así que continúo.
Una estructura, amago de casa, a medio construir, exactamente en ángulo recto a mi ventana. Cemento visto. Al menos durante los últimos tres años nadie ha movido ni uno solo de los nueve ladrillos que están apilados sobre lo que parece ser el esqueleto de un segundo piso (sin duda, la observación científica no es lo mío). En el centro, dejaron por construir un techado, así que ahora solo hay un agujero (negro) que tiene la capacidad de tragarse el tiempo (¿en serio?). Si estiro el cuello (no estoy segura de si debo deconstruir el espacio de forma estática o los movimientos cervicales están permitidos) encuentro, colgantes y blandientes, las banderitas de ayer noche, puro símbolo de los alegres cumpleaños familiares en el patio del hogar. Hay cinco ristras: una de farolillos con mariposas, dos de banderines sencillos (mi preferido), una de banderines morados con frases de cumpleaños, y por último una más de payasos subidos en carricoches (bizarro). A la derecha de la casa, una valla, que da a un huerto, que no tiene frutas ni árboles, sino la tierra seca y abandonada y la hierba de color pajizo (el sol quema en el valle). Un poco más a la derecha (en pro de la consquista del espacio permitiré a las cervicales un ligero alargamiento) una callecita, doble sentido, dos cubos de basura (uno verde, el otro gris con tapa verde) que se esconden tras la copa del árbol de L. Un número 21 en la puerta justo al final de la calle. Qué casualidad, como el de mi casa, pero en paralelo (no es casualidad sino puro urbanismo, qué fatídico que lo racional se imponga a lo mágico). Pasa un coche azul. La diferencia con la Place Saint Sulpice es que, en este pueblo del valle, no ocurren cosas. Nunca ocurren cosas (por eso cada vez que vuelvo ponerse al día de las novedades es cuestión de diez minutos) (de cinco minutos). Jardín de cipreses al fondo. No lo había visto.
Llegado este momento, he de decir: aquí estamos, en el ecuador de una segunda página en blanco-tipo-documento-de-Word. Ideas magníficas hasta el momento: 0. Musas: 0. Inspiración: nula. Intento de inspiración o creencia en lo ritual de la escritura: es lunes (nula).
Señoras y señores, acabamos de desperdiciar una página y media para no decir nada.
Eh.
Eh.
Espera.
Georges Perec quiere hablar:
(Leve cambio de luminosidad)
“Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva: arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.”
Especies de espacios
Me siento mejor.