Pink Floyd buscaba espectáculo y sorpresa con el pulpo hinchable, pero la cosa se desmadró
En 1971 el público del rock estaba fascinado con los éxitos y repercusión de los grandes festivales: Monterey Pop, Woddstock y, en Inglaterra, el de la Isla de Whigt. Por eso, había emprendedores ilusionados con llevar al mismo Londres uno de esas grandes reuniones de público y grupos de rock. Pink Floyd fue uno de los elegidos para el cartel, pero Waters y compañía quería dar algo más que música, así que se les ocurrió instalar un gigantesco pulpo hinchable
El organizador consiguió que le permitieran llevar el macro concierto al Crystal Palace Bowl de Londres, que hasta ese momento estaba reservado a la música clásica. El escenario de este recinto bordea un estanque, un lago pequeño, con el público al otro lado del agua. Allí se llevó el festival, The Garden Party, que incluía actuaciones de los estadounidenses Mountain, los poco conocidos hoy Sutherland Brothers & Quiver, The Faces y Pink Floyd.
El caso es que Pink Floyd deseaba ofrecer algo más que un concierto al uso, por lo que idearon colocar en el agua un enorme pulpo hinchable con tentáculos de 25 metros (el cual había sido usado en una exposición de un museo de Ámsterdam unos años antes). La idea era que el pulpo empezara a inflarse en cierto momento del concierto de Pink Floyd, como si saliera poco a poco del agua para sorpresa y pasmo de la audiencia; el artefacto se hincharía lentamente, de modo que tras la enorme cabeza irían emergiendo los interminables tentáculos.
El día era caluroso, pero con un lago al lado el público no tardó en echarse al agua con el bicho a medio salir. Lógicamente, el personal empezó a jugar, retozar y simular un ataque con los tentáculos, los cuales sufrieron notables daños. Los encargados de la bestia de goma intentaron insuflar más y más aire, pero el aire comprimido y el azufre produjeron bajo el agua algo parecido a llamas, con el consiguiente pánico. En todo caso el cefalópodo hinchable estaba tan deteriorado, tan flácido que ya no hubo forma de ‘resucitarlo’.
En la laguna había peces que, con el pulpo y su aire comprimido, las bengalas que se lanzaron, los petas y colillas y la muchedumbre, empezaron a aparecer en la superficie boca arriba (se dice que el potentísimo sistema cuadrafónico también contribuyó a la ‘masacre’). Así, de repente, el estanque estaba lleno de gente medio enloquecida, una estructura de plástico gigantesca flotando y miles de peces flotando entre todo. Para completar el cuadro, empezó a llover torrencialmente; unos salieron del lago y buscaron refugio, pero la mayoría pensó que ya estaba suficientemente mojada como para salir del agua, y allí siguieron mientras más y más peces muertos iban apareciendo en la superficie.
El batería Nick Mason recordaba que “la cosa no se hubiera descontrolado tanto si unos cientos de fanáticos demasiado desinhibidos y con la mente totalmente ‘alterada’ no se hubieran desnudado y lanzado al agua entre ungriterío ensordecedor. Me acordé de la novela de Julio Verne ‘Veinte mil leguas deviaje submarino’. No faltaba ni el pulpo. Lo peor es que algunos de los enloquecidos fans se pusieron a jugar con las tuberías de aire, las dañaron e incluso algunos quedaron atrapados, enredados”. Y concluye Mason su recuerdo con una divertida reflexión: “Estuvieron a punto de ahogarse y, lo que es peor, de estropear la actuación”.
Todo se saldó con una facturita que el ayuntamiento de Londres (lo que se llamaba Greater London Council) envió a Pink Floyd por los daños producidos en el lago y, claro, por lo que costaría reemplazar los peces muertos.
La experiencia del hinchable no debió parecerles tan mal a Waters, Gilmour, Mason y Wright, aunque cambiaron el pulpo en el agua por el cerdo volando. ¡Lo que no pase en un concierto de rock!
CARLOS DEL RIEGO