Revista Opinión

1971, golpe al FBI de Hoover

Publicado el 15 octubre 2016 por Miguel García Vega @in_albis68
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hoover-fbi-officeAquel 8 de marzo de 1971, Muhammad Alí y Joe Frazier tenía una cita para pegarse ante más de 20.000 personas. Todo el mundo quería estar aquella noche en el Madison Square Garden de Nueva York o, en su defecto, asistir al combate por televisión.

Alí y Frazier no solo representaban dos maneras diferentes de boxear, eran dos mundos diferentes en unos tiempos convulsos. Frazier era serio, discreto y disciplinado, el tipo que se dedica a lo suyo y no se mete en problemas; Alí el talentoso superdotado, showman y activista por los derechos civiles, lo que le había despojado del título mundial en los despachos.

Aquella pelea, que ganó Frazier a los puntos, ha pasado a la historia como El combate del Siglo.

Pero esta es la historia de cómo, en ese mismo momento, un grupo de activistas le daba un golpe directo al mismísimo FBI.

Aquella noche, aprovechando que todo el mundo se había ido al boxeo, un pequeño grupo de pacifistas se colaron en una oficina del FBI de Media, un pueblo cercano a Filadelfia, y se llevaron cerca de 1000 archivos comprometedores sobre la guerra sucia del Bureau contra pacifistas y activistas negros.

De izq a dcha: William Davidon, John Raines, Bonnie Raines, Keith Forsyth, Bob Williamson y Judi Feingold. Web The Burglary, Betty Medsger.
De izq a dcha: William Davidon, John Raines, Bonnie Raines, Keith Forsyth, Bob Williamson y Judi Feingold. Web The Burglary, Betty Medsger.

El todopoderoso Edgar Hoover dedicó más de 200 agentes y muchos recursos a devolver el golpe cazando a los responsables. Para el hombre al que temían incluso sus presidentes, aquello era un desafío inadmisible. Pero tras 5 años, 400 sospechosos y 1800 personas investigadas, el caso se cerró sin resolverse. No dejaron ni rastro. Nadie cantó, ni una pista sólida. Victoria por KO.

Lo que ahora sabemos se lo debemos sobre todo a Betty Medsger, que dio la primicia en el Washington Post y, en 2014, escribió un libro sobre el caso, The Burglary, en el que descubrió el nombre de algunos participantes.

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Retrato robot de Bonnie Raines

De las 8 personas que integraban el ‘comando’, todavía se desconocen algunas identidades. Sí salieron a la luz los de John y Bonnie Raines, profesor de teología él y directora de un centro de día ella. Matrimonio con hijos en aquellos años y miembros conocidos de los ambientes universitarios. Y el de Keith Forsyth, estudiante y taxista por aquel entonces, que estuvo semanas entrenando para abrir cerraduras, pues esa era su misión en el robo. Como veremos, no sirvió de mucho. También participó en el asalto otro estudiante, Bob Williamson. El último nombre en salir a la luz  fue el de Judi Feingold, la más joven del grupo.  Tras el robo llamó a sus padres avisándoles de que iba a desaparecer y pasó muchos años ‘bajo el radar’ con una identidad falsa, yendo de un sitio para otro con solo lo que le cabía en una mochila.

William C. Davidon

Y para el final, el líder del grupo y cerebro del asalto, William C. Davidon, un profesor universitario asiduo de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, que murió en 2013, un año antes de que su nombre y el resto de detalles salieran a la luz en el libro de  Medsger.

Davidon poseía una mente brillante, catedrático de Física y Matemáticas en el Haverford College desde 1961 y asiduo a las protestas contra la guerra de Vietnam. Es a principios de los 60 cuando empieza su activismo por la paz y en contra de las armas nucleares. También simpatiza con el movimiento por los derechos civiles, y participa, por ejemplo, en la famosa marcha de Selma a Montgomery, en Alabama. Le arrestan por primera vez en 1965 por repartir folletos contra la construcción de helicópteros y llega a viajar con un grupo de pacifistas a Saigón en 1966. Es arrestado de nuevo en 1970 por otra protesta contra las armas químicas y nucleares ante el Pentágono.

Dando un paso más, participa en sentadas ante las oficinas donde se reclutan soldados para Vietnam y se le involucra en asaltos a esas oficinas en las que se destruyen las listas de reclutamiento, intentado así dificultar el flujo de soldados a la guerra. Obviamente es una acción ilegal pero nadie fue procesado, por diversas circunstancias incluyendo que algunos de los implicados eran infiltrados del FBI.

Se dice que esa experiencia es la que le lleva a proponer y diseñar una operación para asaltar una oficina del FBI y probar lo que era un secreto a voces: la guerra sucia del FBI de Hoover contra los movimientos antimilitaristas y, en general, cualquier grupo de corte izquierdista. Pero en una sociedad que confiaba en su gobierno eso era difícil de creer, “no había más que una forma de convencer a la gente de que era verdad, y era obtener los documentos escritos de su puño y letra”, en palabras de uno de los participantes en al asalto.

De izq a drcha: John N. Mitchell, Richard Nixon y Edgar Hoover. Henry Burroughs/AP.
De izq a drcha: John N. Mitchell, Richard Nixon y Edgar Hoover. Henry Burroughs/AP.

El robo

El primer plan era asaltar la sede del FBI en Filadelfia, pero pronto vieron que estaba demasiado protegida, para ellos era una misión imposible. Y se fijaron en la pequeña sede de Media, a unos 30 kilómetros de Filadelfia. El único problema era si en esa pequeña sede encontrarían la información que buscaban. decidieron arriesgarse. Estuvieron durante semanas vigilando el lugar, anotando todas las rutinas y movimientos de los agentes y llegaron a la conclusión de que esta vez sí podían hacerlo. Incluso Bonnie Raines entró a inspeccionar la sede con la excusa de ser una joven universitaria en busca de trabajo en la agencia.

Oficina del FBI en Media. Betty Medsger.
Oficina del FBI en Media. Betty Medsger.

La noche del Combate del Siglo, el 8 de marzo, con todo el mundo viéndolo en la tele, era el momento ideal. Forsyth era el encargado de abrir la puerta, pero se encontró con una cerradura inesperada. Tras un momento de confusión, no se dejaron llevar por el pánico y probaron en una puerta lateral. Para su sorpresa, apenas tenía una cerradura común que pudo reventar haciendo palanca.

Rápidamente metieron en unas maletas todos los papeles que les parecieron interesantes y salieron pitando de allí sin que nadie les viera. Se recluyeron en una granja solitaria  y durante 10 días  examinaron los documentos.

La primera parte había sido un éxito, allí estaban las pruebas que buscaban. Ahora tenían que conseguir que se publicaran.

La noticia

Portada del Washington Post con la noticia de los documentos robados.
Portada del Washington Post con la noticia de los documentos robados.

Hicieron fotocopias (el FBI investigó posteriormente más de 4.000 copiadoras Xerox, sin resultado) y mandaron paquetes a distintos medios.  El 23 de marzo de 1971, la periodista Betty Medsger encuentra un gran sobre marrón en su buzón del diario Washington Post. Viene de Media, Pensilvania, y el remitente es una desconocida “Comisión Ciudadana para Investigar al FBI”. El primer archivo atrapa su atención. En él lee que el FBI tiene como una de sus metas crear un estado paranoico en los círculos políticos alternativos al gobierno que les llevara a pensar que había “un agente del FBI detrás de cada buzón de correo”.  Los siguientes documentos hablan del seguimiento de estudiantes y líderes negros comprometidos con la igualdad racial.

Una hora después de leer los informes, Medsger confirmó con el FBI que eran documentos auténticos robados de una de sus oficinas.  Por la la tarde ya tenía escrito el artículo, que esperaba sobre la mesa de la mítica dueña del Post,  Katharine Graham. En principio, tanto ella como el editor, Ben Bradlee y el asesor legal del diario están contra su publicación. Estaban recibiendo presiones del Fiscal General, John N. Mitchell, para evitar que se publicara el artículo. El argumento tal vez les suene: sería un peligro para la seguridad nacional, munición para los enemigos de la nación y pondría en peligro vidas americanas. Pero en aquel diario mandaba la señora Graham y no el consejo de administración de un banco, así que tras arduas deliberaciones se impuso el interés de los lectores y a las 10 de la noche se decidió publicarlo. Y las actividades del señor Hoover y sus muchachos quedaron a la vista de todo el país.

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COINTELPRO

Así el público estadounidense se enteró de qué era COINTELPRO (Counter Intelligence Program), un programa secreto del FBI contra organizaciones radicales, desde el Ku Klux Klan a los grupos pacifistas (radicales antisistema, en lenguaje actual).

Se trataba de “exponer, desbaratar, descarriar, desacreditar o de lo contrario neutralizar” a dichas organizaciones y sus líderes, usando todos los medios, legales e ilegales, a su alcance. La practica más usual era infiltrase y dividir dichos movimientos, desacreditarlos mediante noticias falsas, muchas veces suplantando la identidad de dichas organizaciones. También usaban el chantaje, la coacción e incluso la violencia física, asaltos y palizas contra sus “enemigos”.

Entre los casos encontrados hallaron documentación sobre el chantaje del FBI a Martin Luther King en el que le presionaban para que abandonara su actividad a cambio de no revelar sus infidelidades amorosas, e incluso incitarle al suicidio. Como saben, al final no se suicidó.

Betty Medsger y la portada de su libro
Betty Medsger y la portada de su libro

El resultado de todo el escándalo fue el cierre oficial de COINTELPRO y la puesta en marcha de una serie de medidas para controlar un poco más al FBI y evitar que se siguieran saltando las leyes que protegen los derechos civiles de los estadounidenses. Papel mojado, claro, como nos muestra el caso Snowden y otros.

Eso sí, Davidon y su equipo demostraron que el FBI de Hoover no era intocable y su pequeña gran victoria en favor de la información no se la quita nadie.

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