Tenía nueve años cumplidos cuando el 19 de septiembre de 1985 a las 7:19 de la mañana me encontraba en el baño viendo en el espejo mi rostro recién amanecido para ir a la escuela. Mi madre toco muy fuerte la puerta del baño, salí asustado porque ya estaba sintiendo el estremecimiento de la Tierra. La casa donde vivíamos no fue afectada ni la colonia, si acaso una que otra barda de algún lote baldío se calló. Nosotros vivíamos al oriente de la ciudad en Santa María Aztahuacán; un antiguo pueblo de Iztapalapa. Como muchos saben, ese día se derrumbo gran parte de la ciudad y una de las más afectadas fue el centro, de esto no hablaré tanto: hubo más de 40 mil muertos, 30 mil estructuras caídas, otras 68 mil con daños parciales, en suma: uno de los mayores desastres en la Ciudad de México.
Luego de algunos días, mis padres me llevaron a la zona donde estaban los escombros. Mucha gente había quedado en la calle y ahora vivía en albergues, de todas partes llegaba ayuda para los damnificados, palabra que aprendí muy bien por aquellos días pues no crean que habíamos ido para ayudar a la gente, no, mis padres y yo estábamos allí, como muchos otros, para aprovechar la situación y recoger de entre los escombros todo aquello que pudiera servirnos y no sólo eso sino que además nos hacíamos pasar por damnificados y comíamos en los albergues y nos llevábamos ropa, zapatos y despensa que debería ser para los verdaderos afectados. Sí, junto a mis padres aprendí a ser un ave de rapiña. Mientras tanto, otros luchaban por recuperar lo perdido, lloraban sus muertos, buscaban entre los escombros sus documentos, sus recuerdos, alguna esperanza. El hedor a muerte y la tristeza eran algo común por aquellos días, pero uno se acostumbra. Me daba pena llegar al barrio con los costales llenos de aquellas cosas. Ahora recuerdo que mis padres repartían algunas de esas cosas con gente del barrio y luego íbamos a Chalco (otro barrio), donde tenían un terreno, allí los vecinos vivían con lo mínimo en chozas de cartón y madera, a ellos también les llevamos mucha de esa ropa y zapatos, sin embargo, esto no nos exime de nuestra culpa.
Mis padres ya son viejos, ahora tengo treinta y dos años y hace más de veinte que pasó aquello, pero el recuerdo lo tengo aquí. Duele saber que pudimos haber hecho otras cosas frente al desastre aquel, como ayudar, o por lo menos no haber robado. Con mis padres nunca he tocado el tema, no me atrevo a decirles lo mucho que he llegado a odiarlos por aquello, esto último luego de hacerlo consciente, porque en su momento estuve contento con algunos hallazgos; una autopista que fui recogiendo por partes, recuerdo que removí mucho y me costó bastante trabajo encontrar todas las piezas, sólo faltaron los autos, pero de niño hay cosas que no importan y en lugar de correr autos en esa pista, corría canicas que al fin y al cabo imaginaba como autos de carreras; un muñeco de ventriloquia con el que jugué mucho, pero que además me daba miedo ver por las noches.
Quizá el hallazgo más importante fueron tres libros: Odas Elementales de Pablo Neruda, un Diccionario de Mitología Griega y un Pequeño Larousse ilustrado. Estos libros dispararon mi imaginación, al grado de que muchas de las travesuras que cometí por aquel tiempo las iba atribuyendo a divinidades o personajes mitológicos, por ejemplo, en alguna ocasión prendí fuego a una colcha encima de un tanque de gas, luego de haberla apagado entre los vecinos y mi madre, recibí una buena paliza por aquello y fui encerrado en mi habitación, allí escribí sobre el suceso y claro, mi versión estaba plagada de fantasía, magia y seres mitológicos; Hefesto había encendido aquella colcha para mostrar su poder a este simple mortal en venganza de que había enamorado a su Afrodita.
Neruda influyó en otros aspectos de mi personalidad, copiaba fragmentos de sus poemas, revolvía las palabras y las mezclaba con letras de canciones rancheras, todo eso para hacer cartas de amor a las niñas que me gustaban en la escuela: quienes recibieron esos primeros experimentos literarios me rehuyeron desde entonces.
El temblor de 1985 fue algo terrible y a la vez fascinante, surgieron historias de héroes, de familias que reconstruyeron sus vidas, de personas que sobrevivieron varios días entre los escombros, de edificios que se mantuvieron firmes, de bebés sobrevivientes dentro de incubadoras, de filántropos anónimos. Mi historia no es es una de esas.
Martín Dupa
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Fotografía:
«« Maxime Perron Caissy
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««Temblor1985-2.PNG
««Marcelo Vidal
««Bouguereau_venus_detail.jpg
En la Wikipedia:
Terremoto de México de 1985