Revista Insólito

1x12 La jirafa que asoma - Un relato sobre el vecino elefante

Publicado el 22 abril 2020 por Elmundomasallademisojos @lnanta_ou

Podcast nº12 de La jirafa que asoma, mi sección quincenal en el Cactus Confetti:

Un relato sobre el vecino elefante

Qué casualidad. Veo las dos películas el mismo día. Una la ponen en televisión, de mi tocaya de pelo azul Lucía Bosé. La otra la alquilo en una filmoteca online. Una es Muerte de un ciclista, cierto es que sin tráiler ni sinopsis se puede intuir algún acontecimiento dramático. La otra es Al final de la escalera o, en su título original, El reto. En ésta un hombre ve cómo su mujer y su hija mueren atropelladas. El accidente es la primera escena del largometraje. En las dos películas.

Me encantan las coincidencias. Me persiguen. Me hacen fantasear. Las persigo al igual que me persiguen mis vecinos. Sobre mi techo. Corren, gritan, follan, se divorcian. Todos los días hacen una mudanza. El peso de los muebles no puede evitar que sean arrastrados. El parqué es un disco de vinilo muy mal escuchado.
Encima de mi casa vive un elefante con nombre de mujer."No creas nada a menos que coincida con tu propio razonamiento" decía, al parecer, Buda. En su línea diré que mi vecino no conoce las zapatillas de andar por casa. Que... ¿en qué sociedad ha crecido esta persona? No lo sé. En la sociedad del incordio.

El peso de mi vecino sobre sus tacones agujerea mi techo y mis tímpanos. Temo matar al elefante y que vaya al cielo. Nunca he creído en estas cosas pero el trastorno difumina la realidad y esos tacones a veces parecen sonar en mi mente. Segura estoy de que cualquier dios le asignaría la planta -N de los infiernos, siendo N infinita, siendo esta actuación divina la protección hasta de los muertos.

Decido beber. No para olvidar sino para evadirme del ruido. Para escuchar mis pensamientos, para alucinar, para ser consciente de que no todo es real. Remuevo el copazo hasta que le dan ganas de vomitar. Él y yo estamos en sintonía aquí en nuestra intimidad.

La intimidad de mis vecinos no existe. Airean sus discusiones como si pretendieran que alguien llamase a emergencias. Pero para que me atiendan a mí, que me devuelvan mi cordura, mi silenciosa tempestad.

Creo en el divorcio. En el divorcio obligatorio. En Romeo y Julieta. En la Julieta entre rejas. En la prohibición de Julieta a tener pareja.

Llueve y me parece normal. Por fin algo acierta con mi sentido racional.

Decido buscar en google "cómo joder a mi vecino de arriba". Encuentro un artículo en un periódico digital "15 ideas para incordiar a tu vecino molesto". El molesto soy yo, me digo. Incordiar suena a juego de niños pero me pongo a leer. Los muy estúpidos consideran que una forma de fastidiar es pedir comida a domicilio con su dirección, para pagar en mano. ¿Fastidiar a quién? ¿Creen que le van a enviar al cobrador del frac? ¿A congelar sus cuentas bancarias? ¿A quedarse con la casa de su madre? Demasiado ambiguo tal y como reflejaba el título.

Confucio creía que la educación podía transformar la sociedad. Ya te digo yo que no. Sócrates, al parecer, dijo que el único mal es la ignorancia. Habrá que repensar entonces la educación pública.

Recuerdo la película de Santiago Segura con el título Sin rodeos. Una pequeña esperanza dentro del sinsentido de esta relación vertical. El guión comienza con la frase: "Cariño estás roncando". Y yo pienso: Cariño estás taconeando. Y ya está, es todo lo dura que puedo llegar a ser. Así me enfado.

Ablando el pensamiento, siento tristeza y preocupación por ese alma que vive en el piso superior. Quiero librar a mi vecino del samsara en el que está atrapado.

Buda tenía razón, la existencia de ese vecino permanente causa enorme sufrimiento. La riqueza espiritual se logra a partir de una vida individual, sin vecinos. O con vecinos con zapatillas para estar por casa. Mudos. Los elefantes deben estar en la sabana.

En el foro de expertos me lo indican, claro y conciso: "La gravedad es tu enemiga". Mudarme al tercero parece ser la única solución.

Pongo música de Nirvana al máximo volumen del tocadiscos con la esperanza de que alguien capte el mensaje y me libere de este sufrimiento. Con la esperanza de que esas almas lleguen a encontrarse y gritar en otra esfera, aquella en la que solo Iker Jiménez puede escuchar, en la que yo todavía no debo descansar.

Así que salgo por la puerta con mis muebles y dejo la música puesta. Gritando sin afonía como mi vecina. Confiando en que un pliegue temporal los condene. Y que el accidente de las dos películas no aparezca mañana en la página de sucesos del periódico.


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