El pasado lunes 7 de abril comenzó una serie de encuentros semanales en el CIA, que implican bailarines y músicos, improvisadores, actuando en conjunto a través de una práctica en común: un juego. Más detalles sobre la convocatoria aquí.
Se trata de un proyecto de construcción de un proceso que va a presentarse. Los encuentros por un lado constituyen un espacio donde improvisar con otros y desarrollar pensamientos, elementos y quizás hasta herramientas para la improvisación. Por otro lado, también son un continuo para el desarrollo de una propuesta de aproximación a la construcción de un lenguaje: es decir, para la conformación de un grupo que presenta una propuesta.
Hablando ahora sí específicamente de la propuesta, hay que decir que es un juego. Se juega en un espacio delimitado, a manera de tablero, donde ocurre el movimiento. El movimiento está condicionado por el espacio: cada lugar tiene una condición para ser habitado y una consecuencia al ser habitado. De estas consecuencias se nutre el hecho sonoro. Los pormenores, los objetivos y a fin de cuentas el aprendizaje del juego (que es dinámico y cambia su estructura interna cada vez), son tratados en los encuentros mismos.
Así como hablé de cierta condición escénica del juego, hablo ahora de cierta condición improvisada. La relación entre improvisación y juego siempre fue, a mi parecer, evidente y bastante tratada¹. Pero no por eso es menos interesante notar algunas cuestiones. Por ejemplo puntualmente la necesidad de atención al momento presente a la hora de tomar decisiones. O la importancia que adquiere un hecho que, fríamente y a simple vista, es efímero, o sinsentido, o inútil, en cuanto se lo aborda con total entrega. Cómo es la improvisación para el improvisador, cómo es el juego para el niño. Todas cuestiones que hacen a una relación entre dos actividades que no deberían dejar de relacionarse. Todas cuestiones que también relacionan a estas dos actividades con un modo en particular de llegar a "jugar bien" o a "improvisar bien": entregarse completamente al presente de esa actividad, para dejar de pensarse uno el centro de la actividad.
Este juego en particular apunta además a la construcción de un lenguaje conjunto entre danza y música a través de la composición del espacio (o más precisamente, del habitar de un espacio). El espacio visto como el lenguaje en sí: en vez de un lineamiento estético de la improvisación, el factor común es una serie de reglas, un "lineamiento lúdico". Claro está, sin caer en la ingenuidad de pretender reemplazar o eliminar la "carga" que lleva cada improvisador, sino intentando ubicar toda esa "materia de la improvisación" en una situación más horizontal con la "carga" de los demás. Es decir, descartar la consideración de una carga (que puede ser llevada con fingido pesar o con demasiado orgullo), para pensar en aportes, en materiales disponibles, y así también quitar del ámbito de la especulación no conducente a la consideración de dichos materiales. Reducirlos, digamos, a lo que como "materia" connotan.
Viendo a los bailarines en las improvisaciones dentro de estos espacios delimitados, veo que algo en común es la búsqueda de los límites de esos espacios. No simplemente jugar a transgredirlos, tampoco a estar en varios a la vez. Sino a habitar sus límites, a asentarse ahí. Pienso en la relación de eso con algo de la práctica creativa, o por lo menos de un tipo. Pararse "entre" lugares, buscar el lugar propio en los espacios que hay entre cosas. Entre conceptos, entre estilos, entre lenguajes.
¹ Ver Nachmanovitch, Stephen (2003) Free Play. Buenos Aires: Planeta.