II. Encontrando la Misa en la BibliaLa Tradición recibida del Señor.
La Misa es culto bíblico en un sentido aún más obvio.
Es el culto que Jesús mandó a celebrar en su Última Cena.
Cuando San Pablo escribió a los corintios, para corregir abusos en la manera que estaban celebrando la Eucaristía, les recordó la noche en que Jesús fue entregado.
San Pablo les cuenta que Jesús, “tomó pan, dando gracias, lo partió y dijo, ‘Este es mi cuerpo” y de la misma manera “tomó el cáliz... diciendo ‘Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre.’” Recordó además las palabras de Jesús a los apóstoles, “Haced esto en conmemoración mía.”
Aunque San Pablo no estuvo en la Última Cena, les dice que él recibió esta enseñanza de las iglesias fundadas por los apóstoles; y estas, a su vez la recibieron directamente del Señor, por esto dice: “Yo recibí del Señor lo que les transmití.” (cfr. 1 Cor. 11:23-29).
Las palabras en el griego original, que se traducen “recibido” y “trasmitido” son términos técnicos que los rabinos de su época ocuparon para describir el mantenimiento y enseñanza de tradiciones sagradas.
San Pablo ocupa estas mismas palabras cuando habla de su enseñanza sobre la muerte y resurrección de Cristo (cfr. 1 Cor. 15:2-3).
Estas dos sagradas tradiciones —la verdad sobre la muerte y resurrección de Cristo y la verdad sobre la Eucaristía que es el memorial de su muerte—fueron “recibidas” del Señor y “transmitidas” por los apóstoles.
Estas tradiciones fueron inseparables y cruciales para el mensaje de salvación que predicaron.
Por la muerte y resurrección de Cristo, San Pablo dijo: “nos estamos salvando.” En la Eucaristía, ese evento salvífico es “recordado” en una manera que nos comunica la salvación: “Pues cada vez que coman este pan y beban de este cáliz, anuncian la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Cor. 11:26).
En el Cenáculo
La tradición que San Pablo describe es muy semejante a la que se cuentan en los Evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas (cfr. Mt. 26:26-29; Mc. 14:22-25; Lc. 22:15- 20).
Cada cita recuerda el origen de la Eucaristía en detalles no idénticos, pero muy semejantes.
Cada relato dice que fue durante la Pascua, la fiesta que Dios instituyó en vísperas de la huida de Israel de Egipto (cfr. Ex. 12:1-28). También están de acuerdo que fue la noche antes que murió, durante la última comida que compartió con sus apóstoles.
Durante la cena, Jesús tomó pan, lo bendijo, y se lo dio a los discípulos diciendo: “Esto es mi cuerpo.” Tomó el cáliz también, y después de darle gracias a Dios, se lo dio a sus discípulos diciendo: “Esta es mi sangre... de la [nueva] alianza.”
San Mateo y San Marcos dicen que Jesús habló de “la sangre de la Alianza”. Moisés ocupó estas palabras cuando ratificó la Alianza entre Israel y Dios, rociando al pueblo con la sangre del sacrificio (cfr. Ex. 24: 4-8).
San Lucas, como San Pablo, dice que Jesús habló de “la nueva alianza” (cfr. Lc. 22:20; 1 Cor. 11:25). Esto probablemente se refiere a la profecía de Jeremías en la cual Dios haría una “nueva alianza” con Israel. En contraste con la Alianza que hizo con el pueblo de Israel cuando lo sacó de Egipto, por esta nueva alianza, él escribirá su ley en sus corazones, no en tablas de piedra (cfr. Jer. 31:31-33; 2 Cor. 3:3).
Jesús en los tres evangelios, hace énfasis en el significado sacrificial de su muerte. Dice que su sangre es “derramada por muchos.” En San Mateo, él se ofrece “por el perdón de los pecados.” Los tres evangelios agregan una nota de urgente expectativa: Jesús jura a sus apóstoles que no beberá de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con ustedes, nuevo, en el Reino de mi Padre” (Mt. 26.29).
Pan de Vida, Vid Verdadera
El evangelio de San Juan no cuenta la historia de la institución de la eucaristía en el Cenáculo. Esto no sorprende, porque le interesa más a San Juan explicar el profundo fondo bíblico de las palabras y hechos de Jesús y en llenar los aparentes huecos en las narraciones de San Mateo, San Marcos y San Lucas. Aunque no nos narra que Jesús dijo: “Esto es mi cuerpo” y “Esta es mi sangre,” San Juan nos da dos sermones en que Jesús dice algo muy semejante.
En el primero, predicado en la sinagoga de Cafarnaún durante Pascua, dice dos veces, “Yo soy el Pan de Vida” (Jn. 6:34, 51). En el otro, durante la Última Cena (cfr. Jn. 13:2,4), Jesús dice dos veces más, “Yo soy la vid” (Jn. 15:1,5).
En las dos escenas, Jesús hace una declaración directa sobre su identidad (“Yo soy”). Ocupa la misma expresión en los dos pasajes para declarar que Él ha venido a ofrecernos una comunión que da vida.
Los que lo comen como el Pan de Vida “permanecen en mí”, dice él. Los que se unen con él por el vino eucarístico, el fruto de la Vid Verdadera, también “permanecen en mí”, nos dice (cfr. Jn. 6:56; Jn. 15:4-7).
La Eucaristía según las Escrituras
En futuras clases, volveremos a estas narraciones del origen de la Eucaristía, y veremos numerosas otras citas del Antiguo y Nuevo Testamento que tienen un sentido eucarístico.
Sin embargo, con los textos que ya hemos visto, podemos trazar un bosquejo de la enseñanza bíblica de la Eucaristía que profundizaremos más adelante.
La Eucaristía tiene que ver con la Alianza entre Dios y su pueblo. Como se ha presentado en los evangelios, la Eucaristía es el momento culminante de la historia de la salvación que se ha ido desarrollando de alianza en alianza en el Antiguo Testamento. Tiene estricta relación con la Pascua de Israel y el Éxodo.
La Eucaristía es sacrificio y es expiación de pecado. Este es el sentido literal de las palabras de Jesús en la Última Cena.
La Eucaristía es un memorial que crea a la Iglesia, el cuerpo de los creyentes. El mandato, “haced esto” llama de la nada a la Iglesia. Por su conmemoración, la Iglesia ofrece la nueva y eterna alianza de Dios a todas las generaciones.
La Eucaristía es comunión en el Cuerpo y la Sangre de Jesús que nos da la vida eterna. Como dice San Pablo de la Eucaristía: “¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo... no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1 Cor. 10:16).
La Eucaristía es comer y beber en el Reino de Dios hasta que venga el Señor. La Eucaristía recuerda un evento salvífico del pasado, lo revive en el presente, e inspira esperanza en un acontecimiento futuro, la última venida del Señor.
Revista Religión
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