El tiempo pasa muy rápido. El parto fue difícil, pero gracias a la cesárea ahora hace dos años nació Colgado por los Newtons. Al coger la criatura en brazos y comprobar todas las partes de su cuerpo, la comadrona miró a la madre y las dos sonrieron. La madre susurró, entre sudores: “tranquila, su padre la tiene igual, a día de hoy, y del mismo tamaño”.
Pecas aparte, el niño se va haciendo mayor. Ya son 200 posts. El invierno ha sido largo y duro, pero como los tirantes y las minifaldas, con el buen tiempo Colgado vuelve a resurgir para seguir contando eso que nadie te contará.
Entender tu cuerpo con “El color de tus mocos”, curiosidades al estilo “Cómo despertar un sordo”, el poder laxante del café contado en “Coffee… ¡Chop!", o “Cómo huir de un pedo”, forman parte de la cosecha de este blog que empezó contando el mundo físico a través de la fricción y que se vio obligado a ampliar fronteras hacia las cosas que realmente nos interesan.
El post de hoy no trata sobre la eyaculación precoz. Hoy toca hablar de la conexión entre nuestro cerebro y el habla. La Universidad Pompeu Fabra y el Instituto Catalán de Investigación y Estudios Avanzados, cronometraron en el año 2009 el tiempo que pasa desde que una idea se forma en nuestra cabeza hasta que la lengua decide contarla. El resultado fue de 200 milisegundos, es decir, 0,2 segundos. ¿Cómo se cronometró? Mostrando a los participantes un dibujo y debían nombrar qué había en él. No me quiero imaginar la cantidad de cables y electrodos que había en sus cabezas.
Parece mentira que en un tramo tan pequeño de tiempo lleguemos a olvidar lo que íbamos a decir. Y no parece ser que la punta de la lengua tenga ningún defecto porque todos sabemos que funciona perfectamente en otras ocasiones.
¡Ah! Ahora recuerdo las sabias palabras de mi padre: “hijo, piensa bien antes de decir las cosas”. Con tan poco tiempo, ¡es imposible!