Las cifras de 2011 serán famosas. Los años son como los seres humanos: hay muchos anodinos y grises y solo unos pocos consiguen permanecer en las memorias. Este que ahora termina ha hecho todos los méritos para conseguir el recuerdo, con tanto o incluso mayor merecimiento que el que le precedió en envergadura, que fue 1989, el año de la caída del muro de Berlín y punto final al mundo bipolar y a la guerra fría.
Las imágenes emblemáticas de este año son las de los tiranos caídos, entre las que destacan la de Mubarak enjaulado y Gadafi detenido, linchado y sumariamente ejecutado. Los álbumes de fotos de los derrocados no pueden ser más sorprendentes, porque tuvieron las mejores compañías y amistades del universo y en un parpadeo se han visto arrastrados al exilio, la cárcel o la muerte. Nada simboliza más plásticamente el tumbo que ha dado este año: celebrados como parte de un paisaje inmutable todavía hace 12 meses y ahora ya no están. Pero ninguna de estas imágenes de desposesión y deshonra consigue captar por sí sola el tamaño del cambio que alcanza a todo el planeta.
La idea de cambio queda corta para expresar lo sucedido este año en el que todo cambia. Y en el que todo sucede a la velocidad de la luz, como si un acelerador hasta ahora desconocido estuviera impulsando cada una de las acciones que pretenden modificar la realidad. En 12 meses se han acumulado tantos acontecimientos como en 12 años. Conocíamos estos acelerones de la historia, pero no podíamos sospechar hasta ahora que la aceleración pudiera tener explicaciones tecnológicas. Es lo que sostienen muchos expertos, apoyados en el papel que han jugado los teléfonos móviles y las tecnologías digitales en estos terremotos políticos.Las redes sociales, Twitter y Facebook sobre todo, han estallado en 2011 en número de usuarios y en relevancia en todos los ámbitos, pero han destacado como instrumentos de organización y comunicación vírica en los movimientos de los indignados y en las revueltas árabes. También ha sido el año de la transparencia, algo que puede tener relación con la celeridad de los acontecimientos.
Es un momento de redefinición. Muchos conceptos útiles hasta 2011 no sirven a partir de ahora. De ahí que sea un año lleno de quiebros, súbitos cambios de políticas, sorpresas geoestratégicas, inversiones de alianzas, bruscas mutaciones en los mapas.
Ya no es tiempo de emergencias: se han producido en los años recientes; es tiempo de emergidos. Hay que contar con los emergentes para cualquier cosa. Las potencias de antaño puede que sean todavía necesarias, pero es bien claro que son insuficientes. Crujen las cuadernas de la vieja arquitectura internacional, pésimamente adaptadas a los cambios que este año han tomado forma a la vista de todos, gracias a la nula capacidad de adaptación de quienes construyeron sus edificios.
Todo indica que ha terminado mucho más que una época. Quizá una edad o un eón geológico. El tiempo que se está yendo pedía a gritos nuevas ideas, nuevas esperanzas, formas distintas de hacer las cosas. Sarkozy, el más gallardo de todos, quería refundar el capitalismo. Nada como un buen consenso para no hacer nada o para decidir la fecha en la que decidiremos algo. Llegó 2011 y los deberes estaban por hacer. Y así fue como el mundo empezó a reinventarse a sí mismo. Sin avisar, que es como suceden estas cosas.