Revista Opinión

2019 .”Oposición boliviana: sin programa, sin debate”

Publicado el 22 julio 2018 por Marka

Por Taroa Zúñiga y Javier Calderón |

“El apoyo mayoritario con el que ha contado el MAS desde las elecciones del 2006 ha venido de la mano de un continuo crecimiento económico del país, lo que se traduce – a partir de una lógica de gestión que prioriza la redistribución de las riquezas- en la variación de las condiciones materiales de la vida de los segmentos más amplios de la población boliviana. Es decir, la propuesta programática del MAS ha funcionado y se refleja en beneficios como la transferencia directa de recursos a través del pago de doble aguinaldo, los planes de empleo joven, etc.

Este hecho objetivo representa una dificultad concreta en la constitución del discurso opositor: enarbolar un programa de gobierno neoliberal -que implica la restauración de una lógica que sumergió a Bolivia en un contexto de terrible desigualdad y concentración de la riqueza- resultaría sumamente contraproducente en términos electorales.

Ante esto,  la oposición se queda sin posibilidad de debatir un programa para Bolivia, por lo que recurre a estrategias de confrontación directa candidato/candidato, personalizando el debate político. La oposición atenta directamente contra la imagen de  Morales, utilizando todas las formas posibles de deslegitimación –como en el referéndum del 2016[ii], cuando se organizó una lapidación mediática del presidente, centrada en cuestionamientos éticos (hijos no reconocidos, y un affaire) que luego de la votación se desplomaron, al conocerse que fueron montajes a base de noticias falsas (fake news)-.

Esta estrategia de llevar el debate político al plano de la deslegitimación personal, va acompañada de intentos de reordenamiento de la oposición boliviana, que se pueden categorizar desde dos lógicas de aglutinamiento: 1. En apoyo a un candidato y 2. En contra de un proyecto.

Hasta ahora, en el plano de la disputa electoral, la oposición ha dejado clara su incapacidad para cohesionarse en torno a una propuesta única, lo que ha impedido que los candidatos más votados superen el 30% de apoyo. Esto posiciona la necesidad de activar una lógica de aglutinamiento en torno a un candidato único, que no cuenta con una concreción a la vista.

Ello desde noviembre del 2017, cuando los líderes opositores anunciaron la voluntad de “construir una alternativa de esperanza y unidad” para las elecciones del 2019. Esa posible coalición fue suscrita por los ex-presidentes Tuto Quiroga, Carlos Mesa, y los políticos Luis Revilla (alcalde de La Paz), Rubén Costas (gobernador de Santa Cruz), el ex-vicepresidente Víctor Hugo Cárdenas[iii] y el empresario Samuel Doria Medina, aunque después no han anunciado si funcionará, ni cómo lograrán consensuar la candidatura.

¿Cuáles son las diferencias que impiden la concreción de la propuesta por una única candidatura?

El ex-presidente Carlos Mesa, acusado de corrupción por un tribunal boliviano, es el opositor mejor valorado en las encuestas[iv], pero no logra cohesionar las distintas facciones de derecha constituidas por liderazgos con trayectorias e intereses muy diversos (empresariales, clasistas, racistas) y sin una visión homogénea para comprender los cambios del escenario político después de doce años de gobierno del MAS. Mesa es el preferido de los medios de comunicación, por su cercanía al poder norteamericano y por su trayectoria en el periodismo como agente de influencia del MNR y de los procesos de privatización

Sin embargo, no logra consenso entre los demás candidatos que tienen un perfil distinto, anclados en logros personales como el de Samuel Doria Medina que se muestra como caso “inspirador” de progreso y sobrevivencia (por ser el hombre más rico de Bolivia y haber sobrevivido a un secuestro y la caída de un avión), o el terrateniente Rubén Costas, gobernador de Santa Cruz y el más visible líder de la facción secesionista de la llamada “media luna boliviana” que intentó dividir al país en el 2008.  Es claro que ninguno quiere ceder en su intención electoral.

Tampoco logran ponerse de acuerdo por su lectura de la coyuntura política boliviana. El sector de la oposición liderada por Samuel Doria Medina y Soledad Chapetón (alcaldesa de El Alto), critica el modelo económico y cultural del proyecto del MAS, al mostrarse como representantes de una visión norteamericana del progreso que pugna por el emprendedorismo y el esfuerzo personal como “salida” al proyecto de país plurinacional y de derechos que lidera el MAS.

Es decir, una derecha neoliberal que contiene liderazgos indígenas como Soledad Chapetón, formula que les ha permitido taladrar algunos bastiones electorales del MAS como la población de El Alto. Una formula “criolla” que no los acerca la oposición elitista y colonial liderada por el santacruceño Rubén Costas y por los ex-presidentes Mesa y Quiroga, quienes directamente niegan los cambios políticos de los últimos años y apelan al desprecio de la idea plurinacional de la constitución del 2009. Ello sin contar que no tienen ni un solo logro para demostrar como ex-presidentes, y que su poca credibilidad se pone en duda con los juicios por malversación de fondos públicos, y pagos indebidos a multinacionales[v]. Una diferencia aparentemente sencilla de resolver pero que, por ahora, resulta insalvable. Esa diferencia de miradas les impide construir un relato de campaña que no suene a restauración neoliberal y al apartheid anti-indígena.

La derecha se aglutina en contra de la continuidad del proyecto del MAS, liderado por Evo Morales, como se demostró en el referéndum del 2016. Pero cuando tienen que definir el candidato y una propuesta, se hunden en contradicciones, resaltan sus propias sujeciones e intereses que les anclan al oposicionismo, es decir, a oponerse al Gobierno per se. Los pocos intentos de aglutinación parecen no superar tales dificultades; la división se sigue expresando, hasta ahora y otra vez, como exposición de la fragmentación opositora: el gobernador de La Paz, Félix Patzi, (Movimiento Tercer Sistema) ha anunciado su candidatura por fuera de una posible coalición, lo que permite pensar que la unidad de las derechas no está cerca.

Las organizaciones sociales opositoras: resignificación de los “espacios de resistencia”

Más allá de los eventos electorales –pero siempre con el objetivo final de recuperar el poder político-, la oposición ha tratado de arrebatar la base social de apoyo al MAS y de estructurar sus proyectos con jóvenes y sectores de ingresos medios de las ciudades. Lo hacen, a partir de discursos de superación individual, de sueño americano y emprendedorismo, tratando de arrebatar el control simbólico que representa la idea de “cambio” en el sentido común de la población, manipulando aspiraciones de ascenso social, profundizando la disputa entre los espacios urbanos y rurales, generando disputas inter-étnicas, y focalizando en actores jóvenes:

División del Movimiento Indígena-Campesino

Con las disputas generadas por el proyecto de autopista Beni-Cochabamba -conocida como el proyecto TIPNIS[vi]-, sumadas a las movilizaciones del 2017 de la Asociación de cocaleros del Yungas[vii] y a las marchas de sectores de la Central Obrera Boliviana a comienzos del 2018, se expresan contradicciones en el movimiento indígena y popular. Algunas de esas disputas son alimentadas por factores externos, principalmente por ONG financiadas desde el exterior[viii], favorecidas por conflictos de liderazgo o de comprensión de algunas tensiones entre Estado y Movimiento Social[ix]. Si bien estas disputas no son sólo generadas por la derecha, abrevan a la perforación del sólido respaldo popular logrado en años anteriores por el gobierno de Morales.

De la federación campesina e indígena de La Paz, salieron dos líderes que están en la oposición, Luis Revilla -actual alcalde de La Paz- y Félix Patzi, actual gobernador del Departamento de La Paz. Una situación que medra las intenciones de continuidad del proyecto del MAS y reorienta la discusión de un importante sector del movimiento social, pues divide la potencialidad electoral de los grupos mayoritarios de las nacionalidades indígenas que hacen parte del Estado.

Cooptación del estudiantado

Históricamente, la incorporación de las nuevas generaciones a la confrontación electoral es materia de trabajo intenso de los actores con perspectivas de poder, cuya labor implica una actualización constante de su discurso político para atraer, con sentidos comunes de época, a la juventud. La oposición boliviana está buscando capitalizar el agotamiento o desgaste de las formas tradicionales de hacer política relacionando continuidad gubernamental con formas políticas anticuadas. Una estrategia que apunta a un colectivo joven, para el que todos sus años de participación política –o, por lo menos, el mayor porcentaje de este- han  transcurrido con el mismo gobierno. Ello se refleja en el plano concreto con la promoción en ambientes universitarios -específicamente la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y la Universidad Pública del Alto-, de manifestaciones violentas para tomar las calles en procura de generar un ambiente social caótico, construir acciones cargadas de simbologías épicas ante el disgusto ocasionado por la posible  “represión” oficialista a las “manifestaciones”. Un guión similar al utilizado en Venezuela y más recientemente en Nicaragua.

Discurso para la “clase media”

La oposición ensaya disputas callejeras que se sincronizan con el reclamo de la oposición boliviana por el respeto a los derechos humanos (callando los años de apartheid al que sometieron a indígenas y campesinos). Se  movilizan desde una lógica de comprensión neoliberal y de conveniencia, que apunta a la individualización privilegiada de los DD.HH. y a la omisión de los logros en el plano de los derechos colectivos y sociales, garantizados por los nuevos contratos sociales bajo la tutela estatal. A esta estrategia se han sumado algunos colectivos pertenecientes a la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia, el Comité Cívico de La Paz, el Comité Nacional de Defensa de la Democracia y a Humans Right Foundation de Bolivia (esta última vinculada a Hugo Achá, quien sería el principal financista de un grupo terrorista que en 2009 planeaba ejecutar un magnicidio en Bolivia[x]).

Aunque hasta ahora el MAS ha demostrado mantener un diálogo activo y fértil con la mayoría de sectores sociales y sindicales, la oposición ha logrado movilizar la Asociación Departamental de Transporte Pesado y el Colegio Médico de Bolivia, quienes han tomado las calles por reclamos corporativos. Éstos son promovidos y utilizados por la oposición para generar un imaginario multiplicador –mediático- colectivo sobre la existencia de un “régimen” autoritario y contrario a las posibilidades subjetivas de riqueza, y diferenciación social.

Con esas disputas, la derecha intenta resignificar resistencias, utilizando sectores sociales que, en caso de la restauración, terminarán siendo afectados -como ocurrió en Argentina con el gremio de camioneros, quien apoyo a Macri para llegar a la presidencia y hoy está en la orilla opuesta tratando de resistir a la demolición salarial y social impuesta por el neoliberalismo-.

Un escenario que se enturbia aún más con la situación regional, y obliga a no minimizar el poder de la derecha para enfrentar la campaña electoral. Existe margen de tiempo para que el MAS ajuste su política hacia los sectores priorizados por la derecha, segmentos poblacionales de jóvenes, personas con ingresos medios y profesionales (en espacialidades urbanas y rurales).

Desde el oficialismo, Evo Morales es el candidato con capacidad de triunfar y garantizar la continuidad del proceso iniciado en 2006, mientras que la oposición navega por la etapa conspirativa de bloquear a Evo Morales, y enlodar el escenario electoral para centrar su campaña en contra del presidente, sin tener que poner en debate sus postulados de restauración neoliberal”.

21 Jul, 2018

Fuente: CELAG Contornos de la disputa política en Bolivia


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