Revista Educación

2020, la (mala) salud y la ‘Panza de burro’ de la Abreu

Por Siempreenmedio @Siempreblog
2020, la (mala) salud y la ‘Panza de burro’ de la Abreu

Si dejamos a un lado esta cruel pandemia, 2020 está siendo para mí el año de la salud −mala, por desgracia− y el de algunos descubrimientos literarios, entre ellos el de las Zonas Comunes de Nico Dorta, del que ya solté por aquí unas letritas, y casi al mismo tiempo la incalificable −porque no sabría por dónde empezar− y fascinante de Andrea Abreu.

Cuando una ha tenido siempre la suerte de no enfermar nunca es cuando se da cuenta de que cuando sucede, cuando esa salud flaquea, estar bien es lo único que importa. Sí, es una obviedad, lo sé, pero para llegar a esta conclusión me temo que en muchas ocasiones hay que pasar por trances similares. Y esa mala salud de la que hablo, sin embargo, me ha permitido hace pocas semanas sumergirme en una historia que me atrapó desde el principio.

Quizá no sea la historia en sí, sino la forma en que está contada. Una que siempre ha sido bastante defensora de la norma ortográfica y hasta del academicismo a ultranza, se ha quedado con la boca abierta al comprobar en esa Panza de burro cómo Andrea Abreu usa el lenguaje escrito con una inmensa carga de oralidad −a veces hasta excesiva−, pero con la que es capaz de transmitir a la perfección el significado y el sentido de lo que habría dicho si se hubiera ceñido a esa norma. Norma que, por cierto, conoce a la perfección, pero que se permite eludir para arrojar mayor autenticidad a su relato.

2020, la (mala) salud y la ‘Panza de burro’ de la Abreu

Son miles los matices que podría resaltar cada lector en su experiencia con la novela, pero yo me quedo con una circunstancia que me ha dejado muy pensativa. De no saber que la autora nació en 1995 y que narra una historia de la década de los 2000, lo que cuenta en esa Panza de burro podría describir perfectamente episodios de una zona rural de los años 50 ó 60 del siglo pasado, salvo por algunos detalles de ámbito tecnológico y algunas referencias sociales.

Desde la circunstancia de su crianza, mayoritariamente en manos de su abuela, ante la ausencia de unos padres que trabajan a destajo; una alimentación basada en papas, gofio, mojo y 'coditos de pollo'; las eternas tardes en solares repletos de malas hierbas y vegetación salvaje; los juegos infantiles de horas y horas con la amiga del barrio; el propio aburrimiento de un verano que no parece acabar nunca; la dificultad para conseguir que alguien la acompañe a pasar un simple día de playa; ese costumbrismo que inunda los días y es capaz de inyectar una inmensa sensación de sopor... Historias de niñas y su capacidad imaginativa −como el episodio del balón intragástrico−, que te dejan casi sin saber con qué te vas a encontrar en las sucesivas páginas.

Así que 2020 y mi mala salud me han permitido 'acercarme' a Andrea Abreu y su sorprendente Panza de burro, pero no acudir a una estival presentación de su libro, que hoy guardo con cariño y con su dedicatoria "como una estampita de la Virgen de Candelaria".

Yo, después de esta novela, me plantearé seriamente mi relación con el lenguaje escrito, la norma y el sunsuncorda. Y tendré también que dejar pasar tiempo para quitarme de la cabeza el runrún de la banda Aventura y su bachata de repelente tono agudo −Andrea, esto es lo único que no te perdonaré nunca 😉 −


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