Revista Cultura y Ocio

2020: mi año Montaigne

Publicado el 01 enero 2020 por Elpajaroverde

2020: mi año Montaigne

Château de Montaigne, fachada este, patio interior, en Saint Michel de Montaigne, Dordogne, France. Fotografía de Henry Salomé.


Retirado en el castillo de la imagen sobre estas líneas escribió Michel de Montaigne (1533-1592) sus ilustres ensayos. Retirada en ese castillo, metafóricamente hablando, tengo intención de pasar parte de este 2020 que hoy da su pistoletazo de salida.
El motivo de esta primera entrada del año es anunciaros mi propósito de leer a lo largo del mismo Los ensayos de Montaigne. No estaré exiliada entre esas paredes literarias (el propio Montaigne no rehuyó la vida pública e incluso se involucró activamente en ella) sino que pienso alternar las 1736 páginas de la edición de Acantilado (según la edición de 1595 de Marie de Gournay) con otras lecturas para así disfrutarlas y aprovecharlas como creo que se van a merecer.
«Un gran texto sobrevive a los azares de sus lecturas. Se ha leído todo lo que se ha querido en Los ensayos, y está muy bien así: es una prueba de la fuerza de la literatura. Si dejamos de discutir a propósito de su sentido y de su contrasentido, quiere decir que se nos vuelve indiferente. No seré yo, pues, quien se lamente del uso ni del abuso que se hace de Los ensayos a menudo a pesar de su contexto. Me inquietaría más que se dejara de interpretarlos en contra de ellos, porque esto significaría que ya no nos hablan. La mejor defensa de la literatura es la apropiación, no el respeto estremecido», deja dicho Antoine Compagnon en el prólogo a la obra de Montaigne (porque he hecho un poco de trampa y lo que voy a leer este 2020 son Los ensayos propiamente dichos; el prólogo de Compagnon y el estudio introductorio de J. Bayod Brau, editor y traductor de la citada edición, los he dejado leídos el pasado 2019). Me siento, por tanto, legitimada para apropiarme de Los ensayos a través de mi lectura desde el respeto, por supuesto, pero sin asomo de estremecimiento.
Me dispongo, pues, a dejar que Michel de Montaigne me hable, pero también dejo esta lectura al azar. No suelo hacerme propósitos lectores y, aunque el que os estoy presentando es firme, pues de ser otro modo no lo anunciaría, me libero a mí misma de la auto-obligación de cumplirlo si no me deparase la satisfacción esperada o si la falta de tiempo me limitara dicha satisfacción.
Respecto a la disponibilidad de tiempo, quién puede vaticinar el futuro; en cuanto al cumplimiento de expectativas, tengo la íntima sospecha de que el señor Montaigne y yo nos llevaremos bien. J. Bayod Brau cuenta en su estudio introductorio que «a través de Platón, Montaigne entronca con la vieja idea griega según la cual aprender es «aprender lo que ya se sabe», «llegar a ser lo que uno es»», así que es bien probable que me encuentre en estos ensayos con muchos reflejos de mí misma. Y no, lo que acabo de exponer no es presunción por mi parte, sino nuevamente la apropiación que hacemos los lectores del texto leído, tal vez no siempre certera pero sí inevitable y en parte necesaria; Antoine Compagnon vuelve a explicar muy bien lo que quiero decir en el siguiente fragmento de su prólogo:

2020: mi año Montaigne

Edición de Los ensayos que tengo intención de leer

«Los historiadores de la literatura, con un esfuerzo «sisifiano», tratan de reconducir los textos a su sentido original, pero, por una parte, no lo consiguen jamás, y felizmente -porque tiende a congelar la interpretación de la literatura-; por otra parte, no es posible detener el progreso, si puede llamarse progreso a la sucesión de las lecturas que renuevan a los grandes escritores, los deforman y les atraen nuevos lectores, a menudo a despecho del sentido original. ¿Acaso el contrasentido no constituye la vida misma de la literatura? Sin él, permanece encerrada en las bibliotecas como los muertos en los cementerios. [...] Así pues, no nos quejemos de que Montagine, como el resto de grandes escritores, haya sido a menudo leído en contra de sí mismo, arrastrado en una y otra dirección, y aceptemos que la lectura que hoy hacemos de él sea tan provisional como todas las que la han antecedido. Como nuestros predecesores, tenemos nuestro Montaigne, nos fijamos en un capítulo en el que no se había insistido demasiado hasta el momento, en una frase que armoniza con nuestra sensibilidad actual, y es mucho mejor así, porque así es como la tradición vive, como el pasado tiene futuro.
[...]«Sin duda, la importancia de un autor no sólo depende de su valor intrínseco, sino también y mucho de la oportunidad de su mensaje», reconocía Gide. Uno y otro apreciaban no el Montaigne de los filólogos, sino el Montaigne de los aficionados, el de la «gente honesta»: en él, el «lector capaz» encuentra respuestas a los nuevos interrogantes que se plantea; descubre en Los ensayos, como lo preveía Montaigne, «perfecciones distintas de aquellas que el autor ha puesto y percibido en su obra».
Así pues, junto al Montaigne de la escuela, el Montaigne de los profesores, ha puesto otro Montaigne que cuenta más, el de los «lectores capaces». Estos lo comprenden a su manera, aunque, en el fondo, lo que todos buscan, generación tras generación, no sea más que un poco de «sabiduría humana», una ética de la buena vida, una moral de la vida pública así como de la vida privada».
Llegados a esta declaración de intenciones, solo me resta desear ser una lectora lo suficientemente capaz (con honestidad me enfrento a todas mis lecturas) como para cumplir mi propósito y entender a Montaigne a mi manera. Lo que no prometo es que mi Montaigne, es decir, la lectura propia que de sus ensayos haga, vaya a asomar por este blog. Hace ya tiempo que me liberé de esa otra auto-obligación que es reseñar todo lo que leo, aunque, al final, pocos son los libros leídos de los que no dejo por aquí mis impresiones. Escribo en este blog, al igual que leo, por placer y por satisfacción personal, y las ataduras autoimpuestas no casan bien con este principio.
Termino ya y lo hago admitiendo que es bien probable que lo que me haya movido a emprender este propósito lector sea esa búsqueda de la sabiduría humana a la que hace alusión Compagnon. No olvido, sin embargo, que «Montaigne escribe» (y cito ahora a J. Bayod Brau) «que poseer la verdad queda fuera de nuestro alcance. Pero añade que buscarla es una tarea irrenunciable», por lo que es bastante más probable aún que, de tornarse irrenunciable mi propósito, tal y como espero que suceda, termine este 2020 martilleándome con la pregunta que Michel de Montaigne convirtió en su lema: «¿Que sais-je? (¿Qué se yo?)» Mucho me temo que mi respuesta será: nada.

2020: mi año Montaigne

Retrato de Michel de Montaigne. Autor desconocido.



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