Cuando parecía que despertábamos de un mal sueño, resulta que aún seguimos instalados en este día de la marmota pandémica... pero menos. 2022 promete ser un poco más soleado y dejarnos respirar un aire más puro. Mientras tanto, y como ya comentábamos en algún post a lo largo del año, la literatura, el cine y los cómics nos han ayudado a sobrellevar el estrés y las obligaciones en tiempos de COVID. Los Reyes Magos, por ejemplo, nos han vuelto a regalar una lista llena de pequeñas joyas en la que se atisba mucho producto nacional...
La mentira por delante (astiberri), de Lorenzo Montatore: Era Umbral un personaje literario en sí mismo, una autoficción. En la mentira por delante Montatore hace otro personaje del personaje. Lo hace a partir de ese estilo tan propio, una caricatura esquemática que toma prestada en mestiza hibridación la línea depurada de Ware y el rasgo sincrético-humorístico de los Miura, Gila, Tono y demás autores de La Codorniz. Colección de gags, catálogo de aforismos, ramo de ocurrencias ilustradas..., este cómic reconstruye con imaginación y mucha gracia una biografía fragmentaria de uno de los escritores más prolíficos y laureados de las letras españolas. Lo hace mediante la digestión y regurgitación gráfica de materiales audiovisuales y testimonios documentales bien conocidos, como las intervenciones de Umbral en programas televisivos (aquel careo hostil con Mercedes Milá o esa otra entrevista impagable que Joaquín Soler Serrano le hizo en A fondo) o los fragmentos de sus columnas periodísticas. De igual manera, ese documental excelente que es Anatomía de un dandy nos ha regalado la ocasión de acercarnos a muchos de los episodios biográficos y las anécdotas que conforman La mentira por delante. Un buen complemento al divertido ejercicio de estilo que es el cómic de Lorenzo Montatore.
Crónicas de juventud (Astiberri), de Guy Delisle: Como se anuncia en la contracubierta, el dibujante canadiense nos invita a otro de esos viajes en viñetas que han hecho de él una estrella del cómic; aunque esta vez sea un viaje en el tiempo más que en el espacio. Crónicas de juventud nos sitúa en Quebec, la ciudad natal de Delisle, y nos invita a acompañarle en los años de su post-adolescencia; el periodo que terminaría de definir su vocación y su devenir artístico. Dicho lo cual, que nadie crea que estamos ante un cómic autobiográfico al uso. Tras el empacho de slice of life que ha vivido el cómic en la última década, se agradece la concreción temática de la que hace gala esta obra. En ella, Delisle recurre a la misma mirada curiosa y a la ironía amable que caracteriza sus cómics de viaje, para mostrarnos la difícil existencia de un obrero industrial en las entrañas mismas de una gran fábrica de papel. ¿La excusa autobiográfica? Los tres veranos en los que él mismo trabajó allí para poder costearse sus estudios de animación. Como suele hacer en sus crónicas de viajes, Delisle adopta la posición del observador circunstancial, la de quien se sabe de paso pero tiene el privilegio de participar de la "fiesta", para diseccionar con inteligencia narrativa y un ritmo impecable las vidas ajenas. Y en ese empeño, una vez más, el canadiense se revela como uno de los grandes autores del cómic contemporáneo.
Oleg (Astiberri), de Frederik Peeters: Pues ya tiene Frederik Peeters su autoficción. Parapetado detrás de ese alter ego apenas disimulado llamado Oleg, el dibujante abandona los cómics de género (ciencia ficción, western, noir) a los que ha dedicado buena parte de sus años recientes para retomar la senda que abrió con Píldoras azules, el cómic que le dio fama universal y cuya estela le persigue desde entonces; un trabajo mucho más cercano a la biografía que a la ficción. En un guiño a aquel momento creativo epifánico, casi todos los personajes que se cruzan con Oleg le preguntan cuándo piensa publicar la segunda parte de su exitoso cómic El reparto del mundo. Hace Oleg un recorrido inductivo de lo particular a lo general, de las pequeñas miserias laborales e intelectuales al drama universal de la vida y la muerte, y, entre medias, se insertan de forma natural las historias que discurren a la deriva por la mente del creador; las que habrán de germinar en las páginas de una posible siguiente obra o naufragar definitivamente en el olvido de los cómics nunca realizados. Estas semillas de relato, como no podía ser de otra manera, se alimentan de la vida propia y de los pensamientos que en ese momento ocupan la cabeza del artista. Son y se explican, únicamente, por las circunstancias que les dan vida. Y todas ellas, todas esas posibles historias (que en esencia podrían llegar a ser) colapsan y se derrumban cuando a su hacedor, Oleg el dibujante (que es Frederik Peeters el dibujante de Oleg), le toca vivir un cataclismo existencial, un accidente en forma de la enfermedad de un ser querido, de esos que le cambian la vida a uno.
Los grandes espacios (Impedimenta), de Catherine Meurisse: Después de aquella sacudida emocional y el mal cuerpo que nos dejó ese cómic fabuloso que es La Levedad, recuperamos ahora a una Meurisse más amable, divertida y adánica. Su cómic es un carta de amor a la infancia, pero, sobre todo, es una carta de amor a la naturaleza; no a una naturaleza abstracta, sino a aquellos árboles, flores y plantas, con sus correspondientes nombres, historias y evocaciones literarias, con los que convivió en su niñez. Cuando era una niña, sus padres decidieron mudarse al campo, abandonar la gran ciudad y empezar una nueva vida en un entorno rural. Los grandes espacios nos cuenta ese episodio de la vida de Meurisse, y lo hace desde una mirada al pasado cargada de nostalgia y agradecimiento. En su recuerdo se enlazan las correrías y los divertimentos infantiles junto a su hermana con las vivencias que ayudaron a forjar esa nueva vida junto a su familia. Y en su relato, las centifolias, las higueras y las aguileñas conviven con los detalles literarios y familiares surgidos a su alrededor que ayudaron a construir la biografía de la protagonista. Un cómic para levantar el espíritu.
Rhapsody in Blue (Roca Editorial), de Andrea Serio: Visualmente desbordante, el cómic de Andrea Serio bucea en la memoria histórica y personal de sus tres protagonistas, para narrar la historia verídica de tres jóvenes primos judíos que tuvieron que emigrar a Estados Unidos escapando del fascismo italiano. Sus imágenes poderosas se despliegan como cuadros nostálgicos de tonos grises, las fotografías evanescentes de un pasado juvenil que, poco a poco, se va contagiando con las certezas trágicas de una guerra y el peso plomizo de un futuro sin esperanzas. Como anuncia su gershwiniano título, Rhapsody in Blue avanza con lentitud siguiendo los compases melancólicos y libres de una melodía que suena a Nueva York, a invierno y a pérdida. El tiempo de la narración salta entre el pasado y el presente y las escenas de situación se alternan con los diálogos cargados de presagios de sus personajes. Todo ello al ritmo de unas imágenes que nos recuerdan al cromatismo expresionista de Lorenzo Mattotti o Alfred y a la conmovedora frialdad emocional de Hopper.
La Isla (Reservoir Books), de Mayte Alvarado: el primer cómic de la pacense Mayte Alvarado tiene la cadencia de un poema marinero; por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, con ese preciosismo pictórico que atrapa la vista entre colores serpenteantes y masas cromáticas de cálida solidez. Porque la gran fuerza de La isla reside en su apartado gráfico y en sus numerosas metáforas visuales. Cuadros secuenciados (o secuencias pictóricas, como queramos verlo) que, con su expresionismo colorista, desbordan el hecho narrativo para tejer una cadencia poética en una red de referencias cruzadas y asociaciones connotativas. El pincel de Alvarado se mueve con libertad entre la secuenciación tradicional en viñetas y otras composiciones simbólicas cercanas a la abstracción que parecen desbordar la página en un flujo centrífugo. La isla es un debut luminoso, un ejercicio de estilo que, en su afortunada combinación de lenguajes (el pictórico, el poético, el narrativo-secuencial), propone una lectura cargada de lirismo al mismo tiempo que invita al puro disfrute visual.
Warburg & Beach (Penguin Random House), de Jorge Carrión y Javier Olivares: El escritor y ensayista Jorge Carrión se alía con ese dibujante heterodoxo y especialmente dotado para el trazo expresionista y la mirada oblicua que es Javier Olivares para facturar un homenaje al libro y a la edición libresca. Lo hacen, como no podía ser de otro modo, con un libro que en realidad no lo es: Warburg & Beach es un cómic-objeto desplegable y reversible (al estilo de aquel La Gran Guerra, de Joe Sacco); un friso con dos caras que, detrás de su apariencia lineal, se descompone como un gran collage en el que conviven las dos biografías que dan título a la obra, la del historiador y archivista Aby Warburg y la de la librera Sylvia Beach. Sus vidas se entrecruzan con las de otros personajes de trayectoria libresca y pasión bibliófila, como Mary Wollstonecraft, la primera escritora feminista de la historia, la librera neoyorquina Frances Steloff o Marcel Duchamp, padre del arte contemporáneo. Las biografías, las fechas y el simbolismo visual de Olivares se retroalimentan y superponen en una red de relaciones cruzadas, vínculos sutiles y paralelismos que aluden a una mirada postmoderna de la Historia y sus complejos laberintos.
El ladrón de libros (El mono libre), de Alessando Tota y Pierre Van Hove: Son los años 60 en el Barrio Latino, en La Rive Gauge: el territorio de Sartre y los existencialistas franceses. Daniel Brodin, un joven estudiante de Derecho, llega a aquel París de cafés e intelectuales con el ánimo de hacerse un nombre en el mundo de la poesía: un don nadie sometido al cinismo y al desprecio de las élites intelectuales más inescrutables y displicentes de la cultura europea. Muy pronto, Brodin descubrirá que las únicas salida en un mundo de apariencias y esnobismo son la impostura y el fraude. Así arranca El ladrón de libros, el cómic de Tota y Van Hove que obtuvo el premio a Mejor Novela Gráfica en el Festival Lucca Cómics de 2015 y, un año después, el Premio Attilio Micheluzzi al Mejor Guion. Con estilo ligero y narración fluida, los autores construyen una historia que nos remite al aire vanguardista e improvisado de la Nouvelle Vague, los existencialistas y el resto de productos culturales del 68, pero que está impregnada de un saludable cinismo postmoderno y de esa narración expresionista que los Sfar, Blutch, Larcenet y Blain han convertido en firma distintiva de la nueva línea clara europea. Muy disfrutable.
Tito Andrónico (Astiberri), de Marcos Prior y Gustavo Rico: Desde su edición inmaculada y su preciosa portada, hay algo hipnótico en este cómic sangriento. Puede que sea el dibujo brecciano de Rico, con su expresionismo violento, sus personajes feroces de rostros afilados y su técnica collage de texturas digitales; o quizá se trate de la adaptación, concisa y estremecedora que ha hecho Marcos Prior del texto isabelino original; el caso es que Tito Andrónico se lee en un suspiro, con el ánimo encogido y la mirada espeluznada por el explícito despliegue visual de sus sanguinarios acontecimientos. El cómic actualiza la obra teatral clásica según unos códigos contemporáneos en los que tiene cabida el trash-metal, el cine gore, la ciencia ficción y la estética industrial. Como si La Fura dels Baus se hubieran decidido a hacer un cómic a partir una de sus rompedoras adaptaciones de material clásico... Y, visto así, por qué no interpretar Tito Andrónico también como un "cómic de fricción". Una vía a explorar (en esa misma línea en la que el propio Rico y Jorge García llevan trabajando estos últimos años).
Romeo muerto (Reservoir Books), de Santiago Sequeiros: La reaparición de Sequeiros después de veinte años de silencio es en sí misma un acontecimiento de los que merecen titulares. Una de las noticias comiqueras del año: el regreso del gran maldito del cómic español. Y sigue siendo tan maravillosamente raro como siempre. Que nadie espere encontrar en Romeo muerto una narración al uso. Su nuevo cómic es una galería de pesadillas escrita en versos emponzoñados; la inversión poética y perversa de un relato, cuya recitación interpuesta emana, como una letanía incesante, de la boca de sus personajes. El malditismo de Sequeiros no es una etiqueta. Sus odas biliosas a la embriaguez enfermiza y al sexo ulcerante beben de la experiencia y de la necesidad catartica. Hay un mucho del propio autor en cada uno de los seres que habitan la Mala Pena. En Romeo muerto nos reencontramos con los personajes que ya protagonizaban su obra en aquellos años 90 en los que le y les descubrimos como un escalofrío: Nostromo Quebranto, Ambigú, Susi Patíbulo, la Mamá Grande... El dibujo de Sequeiros bebe de mil fuentes que confluyen en una penumbra frondosa que se extiende por sus páginas como una plaga vírica que infecta hasta el último rincón de la última viñeta. Y, sorprendentemente, de este caos de negrura profusa y angulosa, de espacios y personajes que se superponen y estrangulan unos a otros, surge la belleza luminosa (tenebrosa) de unas páginas que resumen la búsqueda virtuosa del estilo: es imposible no reaccionar con asombro y fascinación ante el dibujo de Romeo muerto, ante el impacto visual de su trascendencia artística.