Revista América Latina

2025 ha sido un round victorioso para Venezuela en desigual confrontación con EEUU

Publicado el 30 diciembre 2025 por Jmartoranoster
guerra comercial

Cantar victoria en la confrontación con el poder imperial no sólo sería un exceso de optimismo, sino también una actitud imprudente. Pero, poniendo como límite temporal el año que culmina, se puede afirmar que Venezuela ha ganado este round.

En primer lugar, el desarrollo de los acontecimientos ha dejado al descubierto, de forma ya inequívoca, cuál es el verdadero motivo de la injerencia de Washington. La imagen hollywoodense (¿o será netflixera?) de militares estadounidenses tomando por asalto un buque mercante, reviviendo los tiempos de Francis Drake, sir Walter Raleigh y John Hawkins, demostró que a los vampiros imperialistas (como los calificó una vez el comandante Hugo Chávez) lo que en realidad les interesa de Venezuela es chuparle todo el petróleo.

Pero, si esa escena no hubiese sido suficiente, el Agente Naranja se encargó de puntualizar el motivo de tanta movilización militar: lanzó la tesis de que el petróleo que se encuentra en las entrañas del territorio venezolano es, en realidad, propiedad de EEUU. No contento con declararse dueño de los hidrocarburos, también habló de tierras y otros activos.

En esa confesión de Donald Trump radica el triunfo parcial de Venezuela sobre el arrogante poder imperial. Afirmar que EEUU quiere saquear nuestros recursos naturales dejó de ser la “narrativa” del chavismo; no es ya un argumento político para inflamar el patriotismo del pueblo. No. Es una realidad confirmada por la contraparte.

Supongamos que usted lleva años denunciando a un vecino delincuente que quiere apoderarse de su casa y sus otros bienes. El vecino, que se cree la referencia moral del barrio, alega que él lo que quiere es restablecer el orden en su casa (la de usted) porque no le gusta su manera de ser. Pero, de pronto, el sujeto en cuestión se deja de zoquetadas, manda a sus lugartenientes a asediar la vivienda y asaltar a los miembros de la familia que entran o salen, y luego admite públicamente lo que se propone, cuando aparece en tono de matasiete y dice: “¡Sí, vale, yo quiero esa casa y la voy a tomar a punta de pistola!”. Pues bien, puede afirmarse que aumentó el riesgo de que usted pierda su casa, pero ha ganado la batalla simbólica porque ha llevado al malandro a admitir su pretensión.

El discurso del embajador Samuel Moncada ante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, plasmó brillantemente este punto, al explicar serenamente que el disparate de Trump no es tal, sino una manera ramplona y sobreactuada —muy característica de ese personaje— de decir y hacer lo que siempre han dicho y hecho los jerarcas imperiales: amenazar, amedrentar, robar, saquear, piratear riquezas de países soberanos.

¿Qué importancia tiene este triunfo simbólico? Pues, mucha porque deja sin efecto todo el tinglado legitimador del intervencionismo. Queda probado que EEUU no pretende cambiar el “régimen” de Venezuela porque quiera defender los derechos humanos, la democracia y la libertad o porque esté en lucha contra el narcotráfico. Lo hace por la misma razón que ha ejecutado tantas invasiones, bombardeos humanitarios y por la que ha patrocinado tantas guerras civiles o delegadas: apoderarse de territorios y recursos ajenos.

Demostración de fuerza que se transforma en debilidad

La segunda razón por la que se puede afirmar que Venezuela ha salido victoriosa, al menos en el período 2025, en su desigual confrontación con EEUU se puede encontrar en los resultados de la operación militar en el Caribe. Cinco meses de movilización de importantes fuerzas marítimas y aéreas solamente dejan como balance un conjunto de ejecuciones extrajudiciales perpetradas contra civiles y, más recientemente, asaltos piratas a tanqueros petroleros. En cambio, no han producido el resultado que los asesores de Trump le aseguraron que tendría.

El pueblo venezolano no sucumbió ante las operaciones psicológicas asociadas al despliegue militar. Por el contrario, se sumó masivamente a iniciativas para la eventual defensa del territorio. Falló rotundamente el cálculo de que la gente aterrorizada realizaría compras nerviosas o saldría a exigir la renuncia del presidente Nicolás Maduro para evitar el baño de sangre y la destrucción masiva que siempre conlleva un ataque gringo. Ni siquiera el espíritu navideño tradicional del país se vio mayormente afectado, salvo por los opositores radicales de siempre, que se han quedado varias veces ocultos en sus búnkeres, durmiendo con ropa de calle y con las alacenas repletas de enlatados, esperando la invasión o la “extracción quirúrgica”.

Esa falta de resultados obligó a Trump a ir aún más lejos, violando cada vez de peor manera el derecho internacional e, incluso, las propias leyes internas de EEUU. En esa onda, “ordenó” el cierre del espacio aéreo venezolano y generó actos de sabotaje (tipificables como terroristas) contra aviones civiles, incluso algunos en otras zonas del Caribe.

Como suele pasar tanto en la vida cotidiana como en la geopolítica, las demostraciones fallidas de fuerza generan debilidad. De allí que el gran problema que tiene Trump en estas horas finales de 2025 y en el comienzo del 2026 (y el mayor riesgo para nosotros, dicho sea de paso) es que si ordena el retorno de la enorme fuerza naval desplegada, será una derrota ya no solamente simbólica, sino también “cinética”, como se le ha comenzado a llamar a los actos militares reales. Hacer volver con las manos vacías a lo que el mismo Trump calificó como “la Armada más grande jamás reunida en la historia de Suramérica”, equivale a hacerlo con el rabo entre las patas, sobre todo porque, el día 16 de este mes, acotó que “Venezuela está completamente rodeada” y aseguró que la flota en cuestión “sólo crecerá, y la conmoción para ellos será como nunca antes la han visto”.

Hasta ahora, el triste balance de la incursión ilegal e ilegítima de EEUU en una zona de paz es más de un centenar de viles asesinatos (incluyendo sobrevivientes que fueron rematados sin piedad) y unos tanqueros robados.

El fracaso de la política de aislamiento internacional

Durante décadas, EEUU y sus aliados locales han apostado a la política de aislar internacionalmente a Venezuela. El propósito explícito ha sido siempre que el Gobierno Bolivariano sea tratado como la cabeza de un Estado fallido. Parcialmente lo han logrado, sobre todo durante el anterior período de Trump, mediante la patraña del gobierno interino. Sin embargo, esa estrategia fue perdiendo fuerza y en este último tramo (desde que comenzó la operación naval en el Caribe) ha colapsado casi por completo. En este momento, quienes aparecen como parias internacionales son Trump y su pandilla, que andan por el mundo matando civiles, hundiendo pequeñas embarcaciones y asaltando tanqueros llenos de petróleo.

Este cambio se debe, primeramente, a que ya el mundo no es el mismo. El ascenso de China al rango de primera potencia económica y la consolidación de los BRICS; la firme postura de Rusia en la guerra proxy de Ucrania; la determinación soberana de países como Irán y el repudio mundial al genocidio de Gaza han configurado un escenario global en el que EEUU ya no puede mandar caprichosamente, como pretende hacerlo Trump.

Ante las agresiones sufridas por Venezuela, numerosas voces se han elevado. Y ese ánimo contestatario se ha incrementado con las violaciones cometidas contra el derecho marítimo y la seguridad aérea. Al afectar directamente los intereses de otros países grandes, el asunto deja de ser una “tensión entre EEUU y Venezuela”, como lo pinta la maquinaria mediática proimperialista, y se transforma en un conflicto global en potencia.

Esto ubica a Venezuela en una posición privilegiada, tal como quedó demostrado en la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU. Aliados de gran envergadura revirtieron la estrategia, dejando a EEUU aislado, obligado a aplicar su derecho a veto para impedir la condena diplomática que merece.

¿Hasta dónde llegaría el apoyo de los aliados?

Ganarle un round a una bestia imperial—hay que insistir en esto— es motivo de orgullo y celebración, pero no es razón para cantar victoria. Este episodio perdido por EEUU bien podría ser el inicio de una derrota estratégica, lo cual sí sería motivo de jolgorio universal en el mediano plazo. Pero, en lo inmediato, eleva muchísimo el riesgo de una reacción aún más violenta.

La historia de este poder imperial está plagada de ejemplos de ese tipo de gestos mafiosos. Los ha cometido en las etapas previas: mientras EEUU ascendía como potencia global; en tiempos de la permanente pulseada con la Unión Soviética; y durante el esplendor de la unipolaridad. Así que es de suponer que, con más razón, una respuesta feroz y arrebatada sea de esperarse de un imperio en decadencia manifiesta, que intenta recomponer las piezas rotas de su hegemonía. Y, como agregado a esa cuestión estructural, se debe considerar que hablamos de un “emperador” hundido hasta el cuello en su propio detritus.

Considerando esa hipótesis, surge la pregunta de hasta dónde estarán dispuestos a llegar los aliados que, en el plano diplomático y mediático, han salido a defender a Venezuela. Si Trump ordena la agresión militar terrestre con la que viene amenazando hace meses o en caso de que sus juguetes bélicos en el Caribe toquen los intereses de alguna de las potencias emergentes, ¿pasarán al campo de los “cinético”, con todas las consecuencias que se derivarían de ello?

Son preguntas para hacerse en la esquina de este ring de boxeo ideológico, político, diplomático y militar en el que Venezuela —tal vez por predestinación histórica— le ha tocado pelear.

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv) 


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