Este es el día 20 de 365 días de escritura.
Supongo que a los cuerpos siempre les llega antes la ansiedad, la excitación, el miedo, las noticias; supongo que al inconsciente se le ocurre, antes que a mi parte racional, que marcharse así, un poco por darle bola a la idea de que se puede vivir con poco (excepto con pocas palabras) es algo posible. Por eso entre los sueños aparecen no uno, sino tres sacos de dormir de diferentes tamaños, en correspondencia con la ansiedad por el frío andino, porque yo me acostumbré a viajar por Asia, es así de sencillo, y allí el frío solo es cosa de los sleeping buses.
Un avión calcinado en los sueños. El piloto se lanzaba por un tobogán blanco y enorme y entrábamos de lleno en el espacio. Negritud y una velocidad contenida en el afuera, pero en el adentro había mujeres que lloraban y paseaban confusas. Han sido sueños raros. La angustia, el miedo, esas cosas que he decidido no sentir y no siento –ascetismo de monje algunas veces- se traducen en imágenes oníricas de noche y las disfruto, bueno, no sé bien qué decir, o más bien asumo que está llegando el día en el que abandone, otra vez, esta habitación azul, para irme más lejos que la vez anterior, y así sucesivamente, solo que esta vez me alegra que el español sea la lengua madre, me alegra poder charlar con quienes no tuvieron oportunidad de aprender algunas palabras del inglés como pasa en Asia, con los campesinos y los conductores de autobús y también con los bibliotecarios, y sobre todo me gusta poder entender las conversaciones ajenas y quedarme escuchando como en un recital, a la vez absorta y captando y robándole sonidos palabras ideas a los otros. Será problema mío: hubo un septiembre y un octubre de orgasmos en las palabras –la palabra otoño era erótica en potencia- y desde entonces el valor del placer se ha contaminado por la poesía, y también por el viento, como el que entra ahora, en este bendito verano que no llega, por la ventana de la habitación azul.
Me cuenta M muy de noche: en el idioma turco, no hay palabras para diferencias he, she, o it. Todo es lo mismo, y se dice “o”. El círculo, lo entero, el todo.
¿No es bello?
¿Qué importan las palabras de cortesía, el dónde está el baño, el cuánto cuesta, si todo eso podemos entenderlo en lo intrascendente de los gestos cotidianos? Pero ah, que los pronombres personales no existan como tal, sino como un círculo, lo entero, el todo, eso sí: me rindo ante las lenguas. Qué pasión tan rara encontré (pero hay a quien le gustan los coches de carreras, lo que a mí me parece también raro).
Cuerpo comprende que la cuenta regresiva ha comenzado. Cuerpo seduce la idea de callemontañaselva. Cuerpo titila. Cuerpo dibuja mapas. Solo cuerpo hay ahora.
Todo lo que hay adentro ya cruzó el Atlántico.