Acaba de cumplirse el segundo aniversario de la victoria electoral de Mariano Rajoy, y esta vez casi nadie recordó que el 20 de noviembre, el 20N, era desde hace décadas una fecha con un poderoso simbolismo histórico que, gracias a esas elecciones, perdió casi todo su valor.
En su carrera hacia un abismo político y económico que denuncian algunos de los suyos, como ahora Pedro Solbes, y tras casi ocho años de mandato, José Luis Rodríguez Zapatero enterró para siempre a Franco en un gesto que debe agradecérsele, aunque ese resultado no fuera el que buscaba.
Quien evocaba constantemente al dictador para resucitar las dos Españas había llevado a tal fracaso al país que se vio forzado, por la UE, EE.UU. y China a acortar su mandato cuatro meses.
Otros cuatro meses antes de las votaciones, en julio, anunció la convocatoria, y aunque había varias fechas posibles, eligió el 20 de noviembre.
Que era el de los homenajes franquistas y falangistas, entonces el 36 aniversario de la muerte de Francisco Franco y el 75 del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera.
La elección de esa fecha, y dada su personalidad, según la cual él también era una víctima del terrorismo porque Franco le habían fusilado en 1936 a un abuelo del que sólo tuvo noticia con 17 años, hace pensar que usaba su proclamado antifranquismo, para presentar así como franquista a Mariano Rajoy.
Y resultó que con el triunfo del PP –un abuelo galleguista de Rajoy fue represaliado por Franco, aunque después rehabilitado— condenó la resurrección artificial del franquismo-antifranquismo, quizás para siempre.
Ahora, muy pocos que no sean de la izquierda y del nacionalismo pasionales se acuerdan de que existe el Valle de los Caídos, tumba de Franco y Primo de Rivera.
Así que, gracias, Zapatero.
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SALAS