No. No os echéis las manos a la cabeza ni gritéis de la emoción, no he encontrado trabajo, ni es un sueldo en “moneditas”.
Es el sueldo de una madre.
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Ayer, me tocó recoger a mi hijo y a un amiguito y llevarles hasta el cole de los mayores donde recojo al resto de churumbeles. Hacemos un recorrido “a pata” de unos 500 metros y, para divertirles un poco y que no echaran a correr como posesos, decidí ir dándoles con el paraguas en el culete mientras les llamaba terneritos. Vamos, toda una juerga para ellos y una tontería para los mayores. Cuando en un cruce donde nos cogemos de la mano, le dice mi hijo pequeño a su amiguito: “¿A qué mola mi madre?”¿Se puede pedir un sueldo mejor? Yo creo que no. Es verdad que con este sueldo no se come, pero se engorda de orgullo ¡de lo lindo!
Pero no acabó ahí la tarde cuando, después de pelearnos chorrocientas veces por los deberes, el mediano, muy introvertido y poco dado a cariños, mientras estoy fregando las sartenes de la cena, sin decir ni una sola palabra, me abraza por detrás y me estruja contra él.
Lavé los platos, sí, ¡pero con mis babas!
Es verdad que hay veces que piensas y repiensas y te planteas muchas cosas de la vida. Sobre todo, si lo estás haciendo bien. Si las decisiones que tomas (o tomaste) son las correctas. Si muchas veces, no nos dejamos guiar por directrices poco honestas o ejemplarizantes. O peor, si no estaremos siendo demasiado ambiciosos y/o materialistas, sin percatarnos que lo importante no es el tener sino, el ser. El querer. El poder. El amar. El luchar...
Ayer, unas pequeñas personitas de seis y diez años, me demostraron, me enseñaron, lo que de verdad importa.
Y, a vosotras, ¿qué lección de vida os han dado vuestros pequeños churumbeles?