Aprovechando una visita de mi hermano a la ciudad condal, volvimos a bucear este domingo, esto se ha convertido ya en algo casi adictivo. Aunque a mí todavía me cuesta creerlo, MªJesús ha pasado de tener cierta fobia a los deportes acuáticos a querer ir a bucear siempre que nos sea posible, y esto es algo que a mí, para ser sincero, no me importa demasiado.
Aunque ya hemos entrado en la estación de la caída de las hojas y debería empezar a cambiar la climatología, para ser sincero, el tiempo era fantástico. Como es habitual estos días, amaneció frío, pero en cuanto el sol empezó a subir en el horizonte, el ambiente se fue caldeando hasta volver a notar frío.
Hicimos la inmersión de las 12, para asegurar el tiro de la temperatura ambiente. Además, sin quererlo, nos comentaban que la visibilidad era algo mejor a esas horas.
A eso de las doce y media empezábamos a dar nuestro paso de gigante para meternos en el agua. Había un montón de regatas, por lo que no tengo muy claro dónde fuimos a parar definitivamente. Descendimos los 16 metros cerquita del cabo del ancla confirmando que la visibilidad no era muy buena.
Esta vez no fuimos con IoNelu, fuimos con Gabi, fácilmente reconocible por sus aletas blancas.
En cuanto empezamos, fue un no parar de encontrar vida por allá donde mirábamos. Ahora una langosta, ahora dos morenas, otra langosta... Mira que nos hemos tirado casi toda la temporada sin ver ni una, pues ahora es que no paramos.
Que vaya muy bonito,