Este es el día 22 de 365 días de escritura.
Supongo que lo propio del día antes de irse uno de viaje al otro lado del Atlántico es escribir sobre ello. Pero no tengo ninguna gana: quiero llegar allí y que la realidad y mi cuerpo provoquen un tsunami. Hace días que tengo el macuto armado. Estos días en Madrid han sido como diez meses (o como si los dos años en Barcelona nunca hubieran ocurrido). Así que, simplemente, diré que mañana me voy.
Ahora, hablemos de cosas importantes. He descubierto un libro maravilloso. Se llama La mujer del teniente francés, del señor John Fowles (El Mago y El Coleccionista, otro par de libros maravillosos). La metaficción forma parte del mismo relato: el narrador, en el pacto implícito con el lector (como ocurre en cualquier obra) muestra sus cartas y nos dice: yo estoy inventando todo esto (lo que no ocurre en cualquier obra). Quizá el narrador es el personaje, por ello mismo, más importante de todos: ¿qué importarían Charles o Sarah si no estuviera el demiurgo-narrador detrás de todos sus actos, moviendo los hilos? He leído por ahí que es la “novela total”, algo que siempre le dicen a los buenos escritores cuando un experimento les sale bien. Yo creo que, en cambio, es el “arquetipo de la novela total”, donde se explican no solo las intenciones y las consecuciones muchas veces ilógicas que han llevado a cada personaje a ser quienes son al final del libro, sino que también se reflexiona sobre una época desde el punto de vista de otra, se vive una historia de amor o se especula acerca del mundo del presente (de los años sesenta). Hablábamos hace unos días de cómo interpretamos las novelas y los cuentos: los críticos siempre quieren encontrarle la simbología a los gestos, encontrar a Dios en los libros para ateos y ruinas de antiguos mitos griegos en manuales de economía. ¿Por qué hay que explicarlo todo? ¿Es que el autor, al escribir, está dejando huellas visibles para que las sigamos? ¿O es, en cambio, que el papel del crítico (y de cualquier lector) es profundizar en la psicología del propio autor hasta llegar a las consecuencias finales? ¿Importa la novela o importa la mente que la crea?
Ya ves. Intento no pensar en Colombia. Intento no pensar en las zonas tomadas por las FARC (que desde que he dicho que me marcho, parecen haberse multiplicado, según todos mis amigos y familiares). No quiero plantearme si algún día tendré que revisar mi propia condición de visitante y cambiarla por la de migrante. À la dérive, decimos siempre A y yo, pero luego S escribe tajante que se necesita un objetivo en todos los viajes (“encontrar historias, hacer fotos, hacer negocios, relajarte, follar, aprender un idioma, o empezar el camino hacia la transcendencia espiritual con la última tendencia holística de su revista favorita”).
Supongo que así es: el día antes de uno parta de viaje tiene que hablar de ello. Rebelión. Yo quiero que hoy no pensemos en que quien regrese del otro lado del mundo ya no será la misma persona.
No me llevo más que a mí misma.
Algunos recuerdos.
Una camiseta térmica por si las moscas.
Una bolsa entera de dulces.
Los ojos llenos.