“Es evidente que, de no haberme puesto a escribir este libro a los veintiún años, me hubiese suicidado” (Emil M. Cioran[1])
“Entre leer un libro y estudiarlo va, por lo menos, esta clara diferencia: leer es recibir el pensamiento del autor; estudiar es reconstruirlo mediante la propia meditación. El estudioso de filosofía deberá acostumbrarse a no leer libros filosóficos. Si se deja llevar por la comodidad de la lectura está perdido: nunca será dueño de los problemas y métodos de su investigación” (Ortega y Gasset (2)).
“Así como una almeja no tiene otro valor que el de sus elementos asimilables dentro de una buena digestión, así lo que me interesa de un libro es lo que de él pueda pasar a mí, tornarse sangre y carne mías. ¿Qué me importa lo que esté pegado al libro y en él quede después de leído?” (Ortega y Gasset[3]).
“La lectura, en su más noble forma, constituye un lujo espiritual: no es estudio, aprendizaje, adquisición de noticias útiles para la lucha social. Es un virtual aumento y dilatación que ofrecemos a nuestras germinaciones interiores; merced a ella conseguimos realizar lo que sólo como posibilidad latía en nosotros” (Ortega y Gasset[4]).
[1] Emil M. Cioran: “En las cimas de la desesperación”, Barcelona, Tusquets, p. 13.
[2] Ortega y Gasset: “Prólogo a ‘Historia de la Filosofía’ de Karl Vorländer”, O. C. Tº 6, pp. 294-295, nota.
[3] Ortega y Gasset: “Moralejas”, O. C. Tº 1, p. 45
[4]Ortega y Gasset: “Azorín: primores de lo vulgar”, en “El Espectador”, Vol. II, O. C. Tº 2, p. 168.