Como el año anterior, esta vez también acudí al Círculo de Bellas Artes de Madrid para escuchar al precio Cervantes. Si en 2009 con Juan Marsé la sala estaba a rebosar, la afluencia de público fue menor este 23 de abril con José Emilio Pacheco; al fin y al cabo, Marsé jugaba en casa.
El presentador del acto fue el poeta y traductor Jordi Doce, quien además de hacer un recorrido por la obra de Pacheco debía entrevistarle con las preguntas propuestas por alumnos de institutos madrileños, que habían estado trabajando con sus textos. Las primeras filas de la sala Ramón Gómez de la Serna estaban reservadas para ellos.
Algunas se terminaron por quedar vacías ante la ausencia de alumnos en este viernes por la tarde (demasiado buen tiempo al fin en Madrid). Me senté detrás de unas chicas que no creo que escuchasen ninguna palabra del premio Cervantes y a las que continuamente había que chistar para que dejasen oír al resto, (cuchicheaban entre sí, y ante una carcajada general una preguntaba: “¿qué ha pasado, qué ha pasado?”; pobre, se perdió lo mejor…) acompañadas de una profesora con tatuaje y rastas de colores postizas, que acabaron abandonando la sala antes de que Pacheco terminase de hablar (que el cielo nos libre de las profesoras de literatura enrolladísimas).
Doce preguntaba a Pacheco y éste se iba por las ramas, hablaba de su primer ordenador, de su admiración por Borges, y lo decepcionado que se sintió tras leer la biografía sobre él escrita por Bioy Casares, como éste durante 30 años es capad de anotar: Hoy Borges cenó en casa, y las pequeñas mezquindades del maestro al criticar a otros. Algo similar sintió Pacheco, al parecer, con Octavio Paz.
Y aquí los pantalones del poeta permanecieron firmes, pero tuvo tiempo para confundir su copa de agua con la de Doce, azorado cuando aseveró que Pacheco había nacido en el D. F. y él aseguró que no, que era de Ciudad de México.
Al final, hice cola con algunos chicos de instituto y Pacheco me firmó Como la lluvia, aunque le tuve que confesar que no había leído aún ningún libro suyo entero. Los había hojeado y me había sentido identificado con su estilo de poesía narrativa. Cogí el metro en Sevilla para bajarme en San Bernardo y visitar la Casa de Asturias en Madrid. Allí unas 20 personas asistimos a un pequeño encuentro con los narradores Ignacio del Valle, Jon Bilbao y Jorge Díaz (este último no asturiano), presentados por Miguel Munárriz. Cada uno recomienda algún libro que le marcó y se habla entonces de El gran Gatsby, Moby Dick, y me descubren a un autor norteamericano del que no tenía consciencia y que capta mi interés de forma inmediata: James Salter (ya me pondré con él).
A continuación cada uno habla de su más reciente obra.
Después de los narradores llegaban los poetas, y en el intermedio hay un coctel gratuito (si esto hubiese estado anunciado afuera, estoy seguro que los interesados por los libros se hubiesen multiplicado en la Casa de Asturias). Me acerco a Jon Bilbao y le muestro mi ejemplar de Como una historia de terror, su primer libro de relatos, que me resultó una grata sorpresa el año pasado. Compré también el nuevo, Bajo el influjo del cometa, y Bilbao tuvo la amabilidad de firmarme los dos.
Empieza el acto de los poetas, con una estructura similar. También presenta Munárriz, y los convocados son aquí Herme G. Donis, Alejandro Céspedes y Fernando Beltrán. Ellos o el público leen poemas, de libros o de tiras de papel que Céspedes ha insertado previamente en globos que ha inflado y dispersado por la sala.
Tomamos algo más, converso con Céspedes, quien ya conté que tuvo la amabilidad de escribirme un prólogo para mi libro Móstoles era una fiesta; me firma su último libro, Flores en la cuneta, premio Jaén de poesía. Me presentaron al joven escritor asturiano David Barreiro, y pasadas las 12,30 empiezan a recoger las copas y las botellas.
Salí a la calle y la noche era espléndida. No me apeteció coger el metro y caminé por la calle, llena de jóvenes de marcha, ajenos a los libros. En la calle San Bernardo entré todavía en la librería Fuentetaja, donde nunca había estado antes, y paseé entre los anaqueles. Estaba muy animada la librería. Me gustó, amplia, con buen fondo.
Y seguí andando por la Gran Vía, con una bolsa llena de libros, pensando en lo efímero de todo, en el advenimiento del libro digital, en la desaparición de las bibliotecas, de las librerías, de las editoriales… un momento vencido al menos, aún, por esta noche.
(Nota: las fotos están sacadas de Internet. Yo no llevaba cámara esta noche)