Revista Historia

23-F: el desconocido tiroteo del ayuntamiento de Santa Coloma

Por Ireneu @ireneuc

Durante la intentona golpista del 23 de febrero de 1981, uno de los momentos más críticos del asalto al Congreso de los Diputados fueron las ráfagas de ametralladora que los Guardias Civiles golpistas, con el teniente coronel Antonio Tejero al mando, dispararon al aire para amedrentar a los diputados que allí estaban votando. Al grito de "¡Se sienten, coño!", no menos de 45 ensordecedores disparos se hicieron al techo del Congreso, hasta que el propio Tejero dio el alto el fuego ante el peligro de que se dieran entre ellos mismos. Aquellos tiros, en principio simplemente intimidatorios, dejaron una serie de impactos que han sido conservados (excepto los que las obras han borrado) y catalogados para mantener memoria histórica del hecho. Sin embargo, no fueron los únicos disparos que se sintieron aquella tensa noche. Una ráfaga de ametralladora estuvo a punto de provocar una masacre en uno de los ayuntamientos más "rojos" de Catalunya en aquel momento: el de Santa Coloma de Gramenet.

A las 18.23 h de la tarde de aquel lunes 23 de febrero, los corazones de media España casi se paran en conocer la noticia del Golpe de Estado que se estaba produciendo en aquel preciso momento. Hacía poco de la muerte de Franco, y mientras que por un lado la democracia estaba poco menos que en pañales, por el otro aún había militares afectos al antiguo régimen que, mal integrados en los estamentos democráticos, no veían con buenos ojos las políticas aperturistas, el desarrollo de la España de las autonomías y, sobre todo, la pérdida de poder y de privilegios inherentes al cambio de estatus. Todo ello, sumado a una profunda crisis de gobierno, que había provocado la dimisión del presidente Suárez, produjo una situación de caos que dio alas a los elementos más recalcitrantes del franquismo, para que vieran la oportunidad de imponer un gobierno presidido por un militar... y en esas estaban.

Las noticias alarmantes venían del Congreso y, sobre todo, de Valencia, donde el antiguo voluntario de la División Azul condecorado con la cruz de hierro nazi, el general de división Jaime Milans del Bosch, había hecho salir los tanques a la calle. Esta situación hizo que a los partidos de izquierdas se les pusieran los pelos como escarpias, habida cuenta que estaba fresquísimo el recuerdo de la represión durante la dictadura. Las informaciones contradictorias, los rumores y la gravedad del asunto hicieron que, a la vez que se recuperaban los sistemas clandestinos (ocultación de archivos, dispersión de líderes, algunos preparando maletas y otros preparando las escopetas de caza por si las moscas), los cargos electos decidiesen ir a los ayuntamientos como medida simbólica para defender las instituciones democráticas que tanto había costado conseguir. Todas las luces de todas las dependencias municipales se mantuvieron encendidas. Había que demostrar normalidad pero, en un momento en que el gobierno de la nación estaba secuestrado, se tenía que dar la imagen de que, al menos, el gobierno municipal estaba en su sitio. Y el ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet no era una excepción.

En esta ciudad del área metropolitana de Barcelona, las primeras elecciones municipales de abril de 1979 habían dado 13 concejales al PSUC, 11 al PSC, 2 a Convergencia i Unió y 1 a UCD, y se había ganado a pulso lo de " roja". Más que nada porque de los 8 partidos que se habían presentado, 6 eran de izquierdas y de ellos, 5 comunistas. Tan solo CiU y UCD no eran de izquierdas. Vista la situación, el cabeza de lista por el PSUC y primer alcalde democrático, el cura "rojo" Lluís Hernández, pudo organizar un primer gobierno municipal de unidad para dar las primeras respuestas a las graves carencias que arrastraba el municipio. Evidentemente, tanta hegemonía de la izquierda, no hizo ninguna gracia a los elementos de extrema derecha, que afiliados a Fuerza Nueva, habían pasado del todo a la nada.

Así las cosas, aquella noche de 1981, los concejales del ayuntamiento estaban reunidos en el interior del edificio consistorial, moviéndose entre la Sala de Gobierno y el despacho del concejal de Gobernación, Enrique Bellette, siguiendo las noticias por la radio, por la tele (el único aparato estaba en el despacho del alcalde) y las que iban llegando a la Guardia Urbana. Fue alrededor de la medianoche cuando un coche con varios desconocidos en su interior -pero sin duda ligados a la ultraderecha local- disparaba una ráfaga de ametralladora hacia la fachada del Ayuntamiento, penetrando algunos proyectiles en la Sala de Gobierno. Tan solo la suerte evitó que hubiera habido alguna desgracia entre los ediles allí presentes, ya que en ese preciso momento, en vez de en la Sala de Gobierno, la gente se encontraba en el despacho de Gobernación, justo enfrente. Y es que, una de las balas atravesó el sillón en que acostumbraba a sentarse el alcalde. Definitivamente, el Altísimo le echó un cable a Lluís Hernández aquella noche.

Llevado por la rabia e indignación del momento, otro sacerdote, el concejal Jaume-Patrici Sayrach, salió corriendo insensatamente tras los agresores, los cuales huyeron a toda velocidad sin darle tiempo a ver quienes eran, pero preocupando a todo el mundo por haberse arriesgado a recibir un tiro tan alegremente. Sea como sea, por quien realmente se temía era por Ricard Bonet el cual, en el momento del ametrallamiento, había ido al bar Xócala -situado delante del Ayuntamiento- a comprar bocadillos con los que pasar la larga noche. Por suerte resultó ileso.

Con todo, no fue el único momento de miedo que se vivió durante aquella extraña noche en aquel consistorio, ya que al poco rato del tiroteo, una puerta de vidrio explotó ruidosamente y, casi simultáneamente, un par de personajes desconocidos, vestidos de paisano y con las pistolas en la mano, entraron en el edificio. Más de un sudor frío invadió a aquellos representantes políticos "atrincherados" en defensa de la Democracia legalmente establecida aunque, afortunadamente, eran el comisario de policía y un subalterno que, enterados de la agresión, habían ido a ver lo que había pasado. Obvia decir que los suspiros de alivio se escucharon hasta en Barcelona.

Al final, el intento de golpe de Estado no fructificó gracias a los dos dedos de frente de muchos de los militares implicados y a la oposición del rey Juan Carlos (el cual, al haber sido instaurado directamente por Franco, era muy respetado por los golpistas), lo que hizo que los padecimientos habidos en los ayuntamientos a cuenta de ello, quedaran en una anécdota más o menos macabra. Sin embargo, y más allá de la dura vivencia colectiva, todo lo sucedido aquella noche sirvió para dejar en evidencia que cuarenta años de dictadura no se quitan de la noche al día, que cuarenta años de clandestinidad no se olvidan fácilmente y que la democracia, o se la cree todo el mundo, o no es más que un papel mojado a merced de quien tiene el monopolio de la fuerza.

Tal vez pensemos que ya hace casi 40 años de aquellos hechos, y que ya está todo olvidado, pero si tenemos en cuenta los recortes por lo " bajini" -por no decir a la descarada- de las libertades democráticas, el auge a cuenta del conflicto catalán del nacionalismo español y la extrema derecha asociada, y que muchos de los nombres que durante el 23-F se movieron por los mentideros golpistas aún siguen presentes, haríamos bien en pensar que la Democracia (con mayúsculas) es un bien demasiado preciado y demasiado frágil como para que no luchemos con uñas y dientes por defenderla.


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