Autor: Pedro Ruiz. Turno para los envidiosos, aunque probablemente no hallemos ninguno que por tal se tenga y es que, de todos los defectos, es tal vez la envidia el más inconfesable y el que produce mayor vergüenza asumir.
Y no me extraña, porque se puede experimentar compasión y también incluso un determinado grado de comprensión con algunas de las ‘imperfecciones’ humanas (que levante la mano aquel que nunca se equivoque) pero eso, que es rasgo de bondad de corazón y tolerancia, resulta poco menos que imposible con los envidiosos.
Hay una fábula que describe, creo que con bastante precisión, la ralea del envidioso.
Cuenta la tradición que una serpiente empezó a perseguir con afán a una luciérnaga. La luciérnaga, sin poder hacer frente a la serpiente dada la evidente diferencia de tamaño y las escasas posibilidades de sobrevivir si luchaba, huía con toda la rapidez de la que era capaz y como la única manera para evitar una muerte segura. Más rápido huía y más rápido era el reptar de la serpiente, que al parecer no iba a desistir nunca de alcanzar su objetivo.
Y así, fueron pasando los días. Uno, dos… y la serpiente no cedía en su empeño de atrapar a la luciérnaga. Al tercer día y ya exhausta, la luciérnaga se detuvo, se plantó delante de la serpiente y le dijo:
- ¿Puedo hacerte unas preguntas?
- Si te digo la verdad, es la primera vez que me ocurre algo así. O sea, que una presa pretenda hablar conmigo y me plantee preguntas. Pero como te voy a devorar de todas formas, puedes preguntar...
- ¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
- No
- ¿Yo te hice algún mal?
- No
- Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?
- Porque no soporto verte brillar...
Pues sí, así son los envidiosos; no soportan el brillo de los demás. No lo reconocerán implícitamente -y menos explícitamente- pero su inferioridad les impide reconocer el mérito ajeno, cuando lo que hacen en realidad es insultarse a si mismos por considerarse menos que otros. Demuestran también una notable incompetencia al no ver en aquello que son los demás, un acicate para la superación personal y tratan de igualar por abajo. Es decir: “Yo no soy como es él y me gustaría que él fuera como yo”, en vez de: “Yo no soy como es él, voy a trabajar duro para tratar de llegar hasta dónde él está.”
Reflexión final:”El envidioso piensa que si su vecino se rompe una pierna, él va a poder caminar mejor.” (Helmut Schoeck)… pero ya sabemos que la mediocridad, origen de la envidia, no es para nada inteligente.
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