Este es el día 2 de 365 días de escritura.
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Teníamos que vernos en BCN
te dejé un regalo
junto a las verduras frescas.
“Barcelona, marzo 2014
¿Creías que podíamos girar la tierra y encontrarnos así, como si la física y los relojes de sol no contaran para nada?
Si la latitud no miente, ahora yo estoy en Canadá dándole de beber a los osos polares. Si el ecuador sigue en su sitio para entonces, tú ahora caminas los arrozales escondidos en El Born, oyendo mis pasos y recogiendo los líquidos que quedaron sumergidos en las comisuras de los adoquines.
Esta ciudad me ha amado: conmigo ha hecho el amor en una danza natural de ancestros. Ahora bésala, acaríciate con sus aristas porque cortan la piel y dejan la huella latiendo. Embarázate de ella , róbale el tacto con la yema de tus dedos y después hazla brotar adentro, muy adentro tuyo.
Al otro lado, donde ya no quedan latitudes, donde los relojes de sol se mezclaron con el flujo de los ríos veloces, donde hay risa de pájaro y resuena el aguardiente en las gargantas recién amanecidas, yo aún ardo.
Sin piel, sin ojos, yo aún ardo.”
Ardo con las palabras en la boca cada día. Te escribí esto hace tiempo: lo abandoné en un localcito donde sirven tarta de arándanos del día y los cristales tienen cuentas de colores. Iba a gustarte, ¿quién sabe? Quizás lo reconozcas cuando vuelvas a vagar por la ciudad, sin un proyecto fijo como hiciste siempre, sin preguntarte más allá de hoy que habrá.
Vengo de una habitación azul a una habitación hecha de mosaico. Vengo de la taiga (¿podrán llamarse así las llanuras, solo porque yo las nombre?) a una ciudad construida en piedra y luna, y la cocina hoy sin luz y la ventana abierta, y el runrún de lo que comienza, y estas cosas, que solo son para ti, por qué no, y para nadie más.
Un día 2 que comienza en un día 1. Dijimos: ¡abajo el Mediterráneo! Y cayeron, a la vez, todas las fronteras que una vez fueron levantadas.
M.