Revista Opinión
Escrito por Felipe Alcaraz El programa Operación Palace, dirigido por Jordi Évole y emitido por la Sexta el último 23F, ha causado un impacto de dimensiones inesperadas. Aparte de la gran audiencia conseguida, se ha vivido el programa con gran intensidad. Mucha gente ha vuelto a recordar dónde le sorprendió el golpe, qué hizo y qué peligros creyó correr. Casi todos, al menos los que han hablado conmigo, siguen pensando que no se sabe la verdad, toda la verdad.
Sí está claro que este último 23F iba a pasar sin un recuerdo especial de lo que ocurrió. Nadie pensaba dedicarle mayor atención. En principio, el programa de Évole ha servido para poner el 23F en la agenda política y social, y puede funcionar, además, como espoleta para seguir reflexionando sobre los que ocurrió y sus consecuencias. Reflexionar e investigar. Valga lo que sigue como un sucinto esfuerzo por parte de uno de los secuestrados aquel día en el Congreso.El programa de Évole no se anuncia como un programa informativo, incluso se repite una pregunta los días previos: ¿Puede una mentira aclarar la verdad? Se trata de una ficción que es “desmentida” a partir del minuto 45 de la emisión. No se trata de una pieza periodística. Es un programa que parte de una denuncia: los papeles y grabaciones que podrían desvelar todo el asunto siguen clasificados 33 años después, y lo que queda. Y ahora la pregunta que debe abrirse paso a partir del minuto 45: si los hechos no fueron los relatados por Operación Palace, aunque mucha gente llegó a creérselos, ¿qué ocurrió realmente? ¿Qué versión más ajustada de los hechos puede darse a tenor de pruebas circunstanciales y de ciertos indicios?Mucha gente coincide en que se estaba preparando a partir de 1980 lo que ya se conoce como “golpe institucional”, orquestado desde las más altas instancias. Sí: desde la Casa Real. El director sería el Rey y los contactos y movimientos políticos los efectuaría el general Armada. Este golpe, llamado institucional porque terminaría en un nuevo gobierno, de “concentración” se decía, votado en el Congreso de los Diputados, se habría concebido en función del ruido de sables y del malestar profundo de las fuerzas armadas. Un malestar que tomaba causa de la situación del país, aquejado por una dinámica autonómica imparable y zarandeado por un fuerte terrorismo. Además, una parte muy importante del ejército no le había perdonado a Suárez la legalización del Partido Comunista. En definitiva, en el verano de 1980 mucha gente coincidía: la enfermedad se llamaba Suárez y, sin duda, esta era la fijación del Rey, que llegó incluso a criticarlo en una reunión conjunta de los más altos mandos militares.Son interesantes las conclusiones que Antonio Elorza saca de Operación Palace en su artículo de 1 de marzo publicado en El País (Évole, la agenda oculta), donde cita otros artículos de gente que pudo recibir información directa de Santiago Carrillo, y que confirman este golpe institucional, en el que estarían concernidos políticos “seleccionados” de UCD, PSOE y PCE. Hace muy pocos días me pusieron en La Tuerka (Pablo Iglesias) una respuesta de Carrillo a la pregunta sobre si él conocía este tema. Y Carrillo remite al periodista a Tamames. El caso es que el punto clave de aquella noche puede ser el momento en que Armada la da a conocer a Tejero la composición del gobierno que él presidiría y que Tejero, que no aceptaba ningún jugueteo con la democracia, rechaza con un argumento tajante que Armada no está en condiciones de asumir: Todos militares.La supuesta composición de ese gobierno se ha publicado a partir de las informaciones aportadas por la doctora Carmen Echave, a la que se permitió libertad de movimientos aquella noche en el Congreso (a mí me dio un sobre de azúcar disuelto en agua: salí de Jaén por la mañana y resistía a las diez de la noche con un café bebido). El gobierno, que la doctora Echave apuntó en su agenda, se publicó por primera vez en un libro de los periodistas Prieto y Barbería, El enigma del elefante. Doy algunos nombres y responsabilidades: Presidente: Armada. Vicepresidente para asuntos políticos: Felipe González. Ministro de Defensa: Manuel Fraga. Ministro de Justicia: Gregorio Peces Barba. Ministro de Trabajo: Solé Tura. Ministro de Hacienda: Pío Cabanillas. Ministro de Industria: Rodríguez Sahagún. Ministro de Comercio: Ferrer Salat. Ministro de Economía: Ramón Tamames. Ministro de Autonomías y regiones: general Sáenz de Santamaría. Ministro de Sanidad. Enrique Múgica. Ministro de Información: Luis María Anson. Ministro del Interior: general Manuel Saavedra Palmeiro…Fuera esta o no la composición de aquel gobierno, lo que no ofrece ninguna duda es que Armada le propuso un gobierno de concentración a Tejero, tal como queda establecido en el juicio del 23F: “Fiscal (…): cuando le hizo en el Congreso la propuesta de ese gobierno que a usted no le satisfizo, ¿se sintió usted utilizado por el general Armada para su propósito de ser presidente del gobierno?”. Y la respuesta de Tejero es una metáfora del laberinto en que se había convertido el tema, trufado de implicaciones no desveladas: “Mi General, lo que yo quisiera es que alguien me explicara lo del 23-F, porque yo no lo entiendo”. (Actas del juicio 23-F. Folio 3970655 vuelta).Y desde luego existió la comida de Lérida, celebrada el 22 de octubre en la casa de su alcalde, Antonio Ciurana, a la que también asistieron el general Armada y Enrique Múgica, y en la que, según todos los indicios (algunas declaraciones ha hecho uno de los asistentes), ante las reflexiones de Armada sobre la sustitución del presidente Suárez y el nombramiento de un nuevo gobierno, alguien le contesta: ¿y por qué no presidido por un general? Consideración en la que, según se dice, Armada pone pie para todo lo que se desarrolló posteriormente.El caso es que Armada no logra convencer a Tejero, informa a la Zarzuela y el Rey se dispone a salir por televisión desautorizando el golpe de Tejero. Pero tarda demasiado en salir, cosa que se produce a las una y veinte de la madrugada, 80 minutos después de la última grabación. 80 minutos para repetir la grabación y emitir el discurso desde Prado del Rey. Poco después el Rey, a través de un telefax, le pide a Milans que retire en Valencia el estado de guerra, y de este momento se desgaja uno de los pocos documentos que han llegado a conocerse públicamente, referido a la orden que se le da a Milans desde la Casa Real: “Acabo de dar un mensaje por televisión afirmando mi rotunda decisión de mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente. Después de este mensaje ya no puedo volverme atrás…”. Hasta cierto punto es explicable la confusión de Tejero que, desde luego, había dado un golpe real, con tiros de verdad. Armada cree en todo momento estar actuando en nombre o, al menos, con el consentimiento del Rey y Milans, que tras el telefax del Rey declara que inicia viaje hacia la Zarzuela, viaje que se le impide, parece que quería declarar otro tanto.Francisco Medina, en su libro 23F la verdad, que, en palabras de Santiago Carrillo, “es el libro mejor documentado sobre el 23F”, hace un relato pormenorizado de las relaciones y los encuentros de unos personajes con otros, de los continuos contactos del Rey con Armada, y de los estudios y apreciaciones que se hicieron para que el golpe institucional pudiera terminar en un refrendo del pleno del Congreso. Quizás no se extiende en las consecuencias que se derivaron del “Pacto del capó”, cuando aquella madrugada, ya a punto de amanecer, se presenta en el Congreso el coronel San Martín, que “ablanda” la situación para que algo después, en la mañana del día 24, desbloquee definitivamente la situación una gestión el teniente coronel Fuentes Gómez de Salazar. El caso es que a nivel político el alcance real del pacto del capó toca la necesidad de medidas contundentes contra el terrorismo, la necesidad de racionalizar las autonomías, restándole competencias y, desde luego, la necesidad de despejar la entrada y permanencia de España en la OTAN. Si alguien quiere conectar esto con el terrorismo de estado, la LOAPA y la entrada, pero no la salida, de España en la OTAN, está en su derecho y, teniendo en cuenta la lógica propia de la política, posiblemente acierte. Y es un milagro que en este contexto, una vez aprobada por los grandes partidos de entonces la LOAPA, no sufriera mermas el estatuto andaluz, en pleno proceso de conformación; el milagro que se produjo no fue otro que la lucha muy masiva de la gente en la calle: nadie se atrevió a cortocircuitar la reivindicación planteada por aquel poder popular en presencia, único en la historia de los procesos constituyentes de nuestro estado.Las diferencias con el programa de Évole no son difíciles de establecer, en el marco de una música coincidente: Tejero, de un parte, no fue un actor contratado por ningún Garci, sino un coronel golpista que se les fue de las manos a todos, en el marco de una inestabilidad “creada” para sustituir a Adolfo Suárez. Garci no estuvo allí, ni siquiera para preparar la secuencia de los guardias tirándose por una ventana (una genialidad de Operación Palace), pero algún ensayo tuvo que haber si es verdad que diversos diputados, ante la entrada, que no se produjo, del “Elefante blanco”, se levantarían por orden de sus escaños legitimando la necesidad de un gobierno de salvación. No se conocen los nombres, o no están plenamente confirmados, de los políticos muy “seleccionados” de los principales partidos. Carrillo, efectivamente, no se tiró al suelo, y las balas pasaron a muy poco altura del grupo comunista: allí están los agujeros, si no los han tapado los yeseros de alguna contrata (al entrar Tejero, pistola en mano, Tamames exclamó: ¡Coño, el Chino! Carrillo dijo: Han tardado más de lo que suponía, o algo parecido). No sé si es verdad, como dijo Onega, que el Rey se sabía de memoria el discurso y podía repetirlo sin equivocarse, en todo caso no preparó el “golpe institucional” a través del trabajo de Garci: él trabajó con Armada que, según parece, no supo retirarse a tiempo y olvidar sus pretensiones (¿Tardó tanto en emitirse el discurso del Rey por esta razón?). A este respecto, y en general, es interesante releer los comentarios de Sabino Fernández Campo en sus memorias.Pero volvamos al principio. Algunos, en Operación Palace, hemos hecho de herejes con respecto a la memoria y a la imagen del periodismo, según se dice. Pero, ¿qué memoria, si todo está bajo siete llaves; qué memoria excepto la del sufrimiento de cada uno aquella noche? ¿Qué periodismo, el periodismo de estado, ese que parece haberse resignado ante el cofre de las siete llaves? Primero, lo que algunos intentamos es remover las cosas para intentar establecer una memoria real, que se está impidiendo. Y, de otro lado, fue un programa de ficción, no un ejercicio de periodismo, lo que pasa es que se ve el otro lado del espejo: al final Évole, cumpliendo lo pactado, desvelaba el engaño en el mismo programa, cosa que no se hace en general, es decir, nunca. De otro lado, tal como ha dicho en un comunicado el Consejo Audiovisual Andaluz, el programa ponía sobre la mesa la indefensión de los espectadores-consumidores ante el poder de la televisión en esta sociedad del espectáculo.Quizás ha valido la pena intentarlo. La ficción no es verdad, pero tampoco es mentira. La literatura es una gran mentira que dice la verdad. Y, en todo caso, hay que atreverse siempre a mirar al otro lado del espejo. La democracia real no permite un censo de hechos sobre los que no es posible hablar.
Felipe AlcarazDoctor en filología románica, profesor jubilado de la Universidad de Jaén y escritor. Ha sido dirigente de IU y PCE (Exsecretario general del PCA y expresidente del PCE) y diputado en el Parlamento andaluz y en el Congreso
Fuente: Andaluces Diario
Sí está claro que este último 23F iba a pasar sin un recuerdo especial de lo que ocurrió. Nadie pensaba dedicarle mayor atención. En principio, el programa de Évole ha servido para poner el 23F en la agenda política y social, y puede funcionar, además, como espoleta para seguir reflexionando sobre los que ocurrió y sus consecuencias. Reflexionar e investigar. Valga lo que sigue como un sucinto esfuerzo por parte de uno de los secuestrados aquel día en el Congreso.El programa de Évole no se anuncia como un programa informativo, incluso se repite una pregunta los días previos: ¿Puede una mentira aclarar la verdad? Se trata de una ficción que es “desmentida” a partir del minuto 45 de la emisión. No se trata de una pieza periodística. Es un programa que parte de una denuncia: los papeles y grabaciones que podrían desvelar todo el asunto siguen clasificados 33 años después, y lo que queda. Y ahora la pregunta que debe abrirse paso a partir del minuto 45: si los hechos no fueron los relatados por Operación Palace, aunque mucha gente llegó a creérselos, ¿qué ocurrió realmente? ¿Qué versión más ajustada de los hechos puede darse a tenor de pruebas circunstanciales y de ciertos indicios?Mucha gente coincide en que se estaba preparando a partir de 1980 lo que ya se conoce como “golpe institucional”, orquestado desde las más altas instancias. Sí: desde la Casa Real. El director sería el Rey y los contactos y movimientos políticos los efectuaría el general Armada. Este golpe, llamado institucional porque terminaría en un nuevo gobierno, de “concentración” se decía, votado en el Congreso de los Diputados, se habría concebido en función del ruido de sables y del malestar profundo de las fuerzas armadas. Un malestar que tomaba causa de la situación del país, aquejado por una dinámica autonómica imparable y zarandeado por un fuerte terrorismo. Además, una parte muy importante del ejército no le había perdonado a Suárez la legalización del Partido Comunista. En definitiva, en el verano de 1980 mucha gente coincidía: la enfermedad se llamaba Suárez y, sin duda, esta era la fijación del Rey, que llegó incluso a criticarlo en una reunión conjunta de los más altos mandos militares.Son interesantes las conclusiones que Antonio Elorza saca de Operación Palace en su artículo de 1 de marzo publicado en El País (Évole, la agenda oculta), donde cita otros artículos de gente que pudo recibir información directa de Santiago Carrillo, y que confirman este golpe institucional, en el que estarían concernidos políticos “seleccionados” de UCD, PSOE y PCE. Hace muy pocos días me pusieron en La Tuerka (Pablo Iglesias) una respuesta de Carrillo a la pregunta sobre si él conocía este tema. Y Carrillo remite al periodista a Tamames. El caso es que el punto clave de aquella noche puede ser el momento en que Armada la da a conocer a Tejero la composición del gobierno que él presidiría y que Tejero, que no aceptaba ningún jugueteo con la democracia, rechaza con un argumento tajante que Armada no está en condiciones de asumir: Todos militares.La supuesta composición de ese gobierno se ha publicado a partir de las informaciones aportadas por la doctora Carmen Echave, a la que se permitió libertad de movimientos aquella noche en el Congreso (a mí me dio un sobre de azúcar disuelto en agua: salí de Jaén por la mañana y resistía a las diez de la noche con un café bebido). El gobierno, que la doctora Echave apuntó en su agenda, se publicó por primera vez en un libro de los periodistas Prieto y Barbería, El enigma del elefante. Doy algunos nombres y responsabilidades: Presidente: Armada. Vicepresidente para asuntos políticos: Felipe González. Ministro de Defensa: Manuel Fraga. Ministro de Justicia: Gregorio Peces Barba. Ministro de Trabajo: Solé Tura. Ministro de Hacienda: Pío Cabanillas. Ministro de Industria: Rodríguez Sahagún. Ministro de Comercio: Ferrer Salat. Ministro de Economía: Ramón Tamames. Ministro de Autonomías y regiones: general Sáenz de Santamaría. Ministro de Sanidad. Enrique Múgica. Ministro de Información: Luis María Anson. Ministro del Interior: general Manuel Saavedra Palmeiro…Fuera esta o no la composición de aquel gobierno, lo que no ofrece ninguna duda es que Armada le propuso un gobierno de concentración a Tejero, tal como queda establecido en el juicio del 23F: “Fiscal (…): cuando le hizo en el Congreso la propuesta de ese gobierno que a usted no le satisfizo, ¿se sintió usted utilizado por el general Armada para su propósito de ser presidente del gobierno?”. Y la respuesta de Tejero es una metáfora del laberinto en que se había convertido el tema, trufado de implicaciones no desveladas: “Mi General, lo que yo quisiera es que alguien me explicara lo del 23-F, porque yo no lo entiendo”. (Actas del juicio 23-F. Folio 3970655 vuelta).Y desde luego existió la comida de Lérida, celebrada el 22 de octubre en la casa de su alcalde, Antonio Ciurana, a la que también asistieron el general Armada y Enrique Múgica, y en la que, según todos los indicios (algunas declaraciones ha hecho uno de los asistentes), ante las reflexiones de Armada sobre la sustitución del presidente Suárez y el nombramiento de un nuevo gobierno, alguien le contesta: ¿y por qué no presidido por un general? Consideración en la que, según se dice, Armada pone pie para todo lo que se desarrolló posteriormente.El caso es que Armada no logra convencer a Tejero, informa a la Zarzuela y el Rey se dispone a salir por televisión desautorizando el golpe de Tejero. Pero tarda demasiado en salir, cosa que se produce a las una y veinte de la madrugada, 80 minutos después de la última grabación. 80 minutos para repetir la grabación y emitir el discurso desde Prado del Rey. Poco después el Rey, a través de un telefax, le pide a Milans que retire en Valencia el estado de guerra, y de este momento se desgaja uno de los pocos documentos que han llegado a conocerse públicamente, referido a la orden que se le da a Milans desde la Casa Real: “Acabo de dar un mensaje por televisión afirmando mi rotunda decisión de mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente. Después de este mensaje ya no puedo volverme atrás…”. Hasta cierto punto es explicable la confusión de Tejero que, desde luego, había dado un golpe real, con tiros de verdad. Armada cree en todo momento estar actuando en nombre o, al menos, con el consentimiento del Rey y Milans, que tras el telefax del Rey declara que inicia viaje hacia la Zarzuela, viaje que se le impide, parece que quería declarar otro tanto.Francisco Medina, en su libro 23F la verdad, que, en palabras de Santiago Carrillo, “es el libro mejor documentado sobre el 23F”, hace un relato pormenorizado de las relaciones y los encuentros de unos personajes con otros, de los continuos contactos del Rey con Armada, y de los estudios y apreciaciones que se hicieron para que el golpe institucional pudiera terminar en un refrendo del pleno del Congreso. Quizás no se extiende en las consecuencias que se derivaron del “Pacto del capó”, cuando aquella madrugada, ya a punto de amanecer, se presenta en el Congreso el coronel San Martín, que “ablanda” la situación para que algo después, en la mañana del día 24, desbloquee definitivamente la situación una gestión el teniente coronel Fuentes Gómez de Salazar. El caso es que a nivel político el alcance real del pacto del capó toca la necesidad de medidas contundentes contra el terrorismo, la necesidad de racionalizar las autonomías, restándole competencias y, desde luego, la necesidad de despejar la entrada y permanencia de España en la OTAN. Si alguien quiere conectar esto con el terrorismo de estado, la LOAPA y la entrada, pero no la salida, de España en la OTAN, está en su derecho y, teniendo en cuenta la lógica propia de la política, posiblemente acierte. Y es un milagro que en este contexto, una vez aprobada por los grandes partidos de entonces la LOAPA, no sufriera mermas el estatuto andaluz, en pleno proceso de conformación; el milagro que se produjo no fue otro que la lucha muy masiva de la gente en la calle: nadie se atrevió a cortocircuitar la reivindicación planteada por aquel poder popular en presencia, único en la historia de los procesos constituyentes de nuestro estado.Las diferencias con el programa de Évole no son difíciles de establecer, en el marco de una música coincidente: Tejero, de un parte, no fue un actor contratado por ningún Garci, sino un coronel golpista que se les fue de las manos a todos, en el marco de una inestabilidad “creada” para sustituir a Adolfo Suárez. Garci no estuvo allí, ni siquiera para preparar la secuencia de los guardias tirándose por una ventana (una genialidad de Operación Palace), pero algún ensayo tuvo que haber si es verdad que diversos diputados, ante la entrada, que no se produjo, del “Elefante blanco”, se levantarían por orden de sus escaños legitimando la necesidad de un gobierno de salvación. No se conocen los nombres, o no están plenamente confirmados, de los políticos muy “seleccionados” de los principales partidos. Carrillo, efectivamente, no se tiró al suelo, y las balas pasaron a muy poco altura del grupo comunista: allí están los agujeros, si no los han tapado los yeseros de alguna contrata (al entrar Tejero, pistola en mano, Tamames exclamó: ¡Coño, el Chino! Carrillo dijo: Han tardado más de lo que suponía, o algo parecido). No sé si es verdad, como dijo Onega, que el Rey se sabía de memoria el discurso y podía repetirlo sin equivocarse, en todo caso no preparó el “golpe institucional” a través del trabajo de Garci: él trabajó con Armada que, según parece, no supo retirarse a tiempo y olvidar sus pretensiones (¿Tardó tanto en emitirse el discurso del Rey por esta razón?). A este respecto, y en general, es interesante releer los comentarios de Sabino Fernández Campo en sus memorias.Pero volvamos al principio. Algunos, en Operación Palace, hemos hecho de herejes con respecto a la memoria y a la imagen del periodismo, según se dice. Pero, ¿qué memoria, si todo está bajo siete llaves; qué memoria excepto la del sufrimiento de cada uno aquella noche? ¿Qué periodismo, el periodismo de estado, ese que parece haberse resignado ante el cofre de las siete llaves? Primero, lo que algunos intentamos es remover las cosas para intentar establecer una memoria real, que se está impidiendo. Y, de otro lado, fue un programa de ficción, no un ejercicio de periodismo, lo que pasa es que se ve el otro lado del espejo: al final Évole, cumpliendo lo pactado, desvelaba el engaño en el mismo programa, cosa que no se hace en general, es decir, nunca. De otro lado, tal como ha dicho en un comunicado el Consejo Audiovisual Andaluz, el programa ponía sobre la mesa la indefensión de los espectadores-consumidores ante el poder de la televisión en esta sociedad del espectáculo.Quizás ha valido la pena intentarlo. La ficción no es verdad, pero tampoco es mentira. La literatura es una gran mentira que dice la verdad. Y, en todo caso, hay que atreverse siempre a mirar al otro lado del espejo. La democracia real no permite un censo de hechos sobre los que no es posible hablar.
Felipe AlcarazDoctor en filología románica, profesor jubilado de la Universidad de Jaén y escritor. Ha sido dirigente de IU y PCE (Exsecretario general del PCA y expresidente del PCE) y diputado en el Parlamento andaluz y en el Congreso
Fuente: Andaluces Diario
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