2020 será el primer año sin Juegos Olímpicos desde la desgraciada suspensión de las ediciones de 1940 y 1944 en un planeta agitado por la Segunda Guerra Mundial.
Leo en Twitter que este 23 de septiembre se cumplieron 24 años de uno de los más grandes duelos de la historia del deporte mundial, el que enfrentó en la final de gimnasia artística femenina a Elena Shushunova y Daniela Silivas en la mágica cita de Seúl 1988.
Los tres deportes reyes de los Juegos, históricamente, el atletismo, la natación y la gimnasia artística, no defraudaron en la cita asiática. La carrera del siglo, los 100 metros lisos, maldita al fin y al cabo, se liquidó un día como hoy, 24 de septiembre, con la descalificación por dopaje de seis de los ocho competidores, incluido el increíble Ben Johnson, que surcó la meta hasta arriba de estanozonol, ante la expresión atónita del niño mimado de Estados Unidos, Carl Lewis: Ni él ni nadie habían visto correr de esa manera a velocista alguno.
El careto de Carl Lewis lo dice todo: Acababa de batir el récord de EEUU corriendo más que nunca en su vida, y solo había visto durante 9.79 segundos las inmensas espaldas de Ben Johnson aproximándose a la meta. A su lado, Linford Christie, otro histórico también condenado por dopaje, que por aquellos años había fundado "Atletas contra la droga". Vivir para ver.Si Johnson fue la bestia, Florence Griffith fue la bella, inalcanzable con sus cuatro medallas de oro, luego puestas también en cuestión por el dopaje, y famosísima por su ferocidad sobre el tartán, las uñas de más de veinte centímetros y unas licras imposibles, casi de astronauta.
En la pileta emergió con fuerza el nombre de la última de aquellas nadadoras de la República Democrática Alemana, de espaldas hipertrofiadas y minúsculos bañadores, la gran Kristin Otto, que sólo disfrutó del oro en las seis finales que nadó. Perjudicada por el boicot germano a la cita de Los Ángeles 1984, cuando ya era la mejor, eclipsó a los grandes divos de la natación americana, Janet Evans y Matt Biondi.
En saltos, Greg Louganis aportó otra de las imágenes de los juegos, a punto de desnucarse en el noveno salto de la clasificación con el trampolín de tres metros. Quedó en una anécdota: Al día siguiente ganó la prueba con autoridad y venció de nuevo en la plataforma de diez metros. El mismo saldo victorioso que en Los Ángeles, una superioridad todavía imbatida.
Aquellos Juegos inolvidables, en los que la Unión Soviética y Yugoslavia machacaron en baloncesto al Estados Unidos pre-NBA, cuando en las canchas reinaban Machulenis, Sabonis, Homicius, Kurtinaitis, Petrovic, Divac y Vrankovic, y el deporte español casi se reducía a dos sagas legendarias, Sánchez Vicario y Doreste, la gimnasia aportó el duelo olímpico definitivo. La púrpura necesaria en toda gran cita.
La URSS todavía se señoreaba por los pabellones del mundo. En categoría masculina, donde habían rivalizado con Japón años atrás, ganaron con total autoridad, con siete de los ochos oros en juego, incluido el título por equipos. A las estrellas ya conocidas, Valeri Liukin (padre de la estadounidense Nastia Liukin, campeona en 2008) y Dimitri Bilozerchev, se impuso el segundón Vladimir Artemov, que sumó cinco medallas, cuatro de ellas doradas. Ni su carrera previa, ni sus resultados de 1989 estuvieron a la altura. Al dominio soviético sólo se resistió el salto, único aparato donde no subieron al podio.
VÍDEO: Vladimir Artemov en barra fija.Lo mejor estaba por llegar. Un 23 de septiembre de 2020 quedaría marcado en la historia olímpica como el más vibrante duelo olímpico jamás visto, el inolvidable mano a mano entre la soviética Elena Shushunova y la rumana Daniela Silivas.
La URSS empezó dominando por muy poco en el concurso por equipos. Aquello era casi cuestión de estado, pues en el Mundial de Róterdam 1987 ya Rumanía les había infligido una severa derrota en el concurso por equipos (algo que solo ocurrió tres veces entre Juegos Olímpicos y Mundiales desde 1952 hasta 1992, tal fue su supremacía) y su gran figura, Aurelia Dobre, había doblegado a Shushunova en la final individual.
Un año más tarde, con Dobre en baja forma tras sufrir una grave lesión poco antes de los Juegos, se adivinaba un paseo militar en Seúl para Shushunova, una Hércules de 1,47 metros, técnicamente irreprochable en los cuatro aparatos, de poderosísimo tren superior y, sin embargo, muy elegantes y cuidadas ejecuciones al compás de la música del ejercicio de suelo.
Pero la televisión ya había reparado en la minúscula Daniela Silivas, electrizante, de abierta sonrisa cada vez que las cosas se le ponían de cara, a quien la atleta de Leningrado conocía perfectamente: En 1985 fue campeona del mundo con tan sólo 13 años en barra de equilibrio, la más joven de la historia, y en 1987 empató con ella con dos notas máximas de diez en la final de suelo.
Shushunova comenzó dominando en la previa, pero en el primer ejercicio de la final, las paralelas asimétricas, Silivas obtuvo un diez y se puso por delante con su gimnasia alegre y liviana, frente a la correcta frialdad de la soviética. El combate estaba servido, y las guerreras fueron dirimiendo sus diferencias a base de notas perfectas. Las cámaras llegaron a captar su tensión sentadas una al lado de la otra.
En el ejercicio de suelo llegó el delirio: Shushunova, que se había cobrado una leve ventaja en la barra de equilibrio, abrió el fuego con su elegante rutina acompañada por el clásico Ojos Negros. No se apreció ni un titubeo, pero tampoco fue generosa en gestos al pabellón que la jaleaba. Los altísimos mortales, bellamente ejecutados -incluida una arriesgada segunda diagonal a rodar por el piso hoy prohibida, que enlazaba con un "flic-flac" recibido de rodillas-, no desmerecían a la trabajada coreografía y expresión corporal propias de la más clásica escuela soviética. Uno de los saltos que lleva su nombre cerraba un incuestionable diez.
La presión se trasladaba a la otra aspirante, quien desplegó todo su repertorio de guiños y sonrisas. El insólito acompañamiento musical consistía en una versión ochentera de Mozart trufada de dificultad, cuatro diagonales acrobáticas y una deliciosa coreografía que incluía varios pasos de break-dance, causaron el delirio del público. El mundo parecía rendido ante el carisma y descaro de aquella niña-mujer. Silivas firmó uno de los mejores ejercicios de suelo de todos los tiempos, sumando otro diez (el número 100 de la historia olímpica) y dando un paso decisivo hacia el oro.
VÍDEO: Ejercicios de suelo de Shushunova y Silivas.La rumana llegaba con una mínima ventaja al último round del combate, el salto. La juez soviética, la mítica Nelly Kim, campeona del mundo en 1979 y eterna rival de Nadia Comaneci por aquellos tiempos, valoró a Daniela Silivas con un 9.80, frente a tres dieces y dos 9.90 del reto del jurado. El 9.95 final dejaba el camino libre a su contendiente.
La transmisión televisiva se detuvo entonces en la mirada perdida de Elena Shushunova, tratando de desconectar del griterío del pabellón en unos tiempos en que la espartana disciplina a la que estaba sometida no permitían auriculares ni música. Durante minutos permaneció absorta, como congelada. Su mirada hubiese taladrado la piedra. Luego, cerró los ojos y siguió repasando su salto mentalmente durante largo rato.
Su concentración absoluta sólo terminó cuando logró doblegar con un último diez a Silivas. Su alegría incontenida al clavar la primera tentativa fue la única licencia que se permitió. Con o sin ayuda de Nelly Kim, que años después sería presidenta del comité técnico de la Federación Internacional de Gimnasia, el ansiado oro había vuelto a manos soviéticas.
La concentración es casi imposible de encontrar en un ambiente ensordecedor, cuando la gloria está en juego.La rumana luego se tomaría la revancha en las finales por aparatos y literalmente arrasó a todas sus rivales, al ganar en tres de las cuatro especialidades, con un bronce en la restante (de nuevo, el salto) mientras que Shushunova conseguía un escasísimo botín: Una plata y un bronce. En cuatro días de competición, Daniela Silivas había logrado igualar la proeza de su compatriota Comaneci: Siete dieces en una misma competición olímpica.
Días después, Marina Lobatch, daba una última alegría a la Unión Soviética con una contundente victoria en la final de gimnasia rítmica sobre sus eternas rivales, Bulgaria, con quienes se veían las caras por primera vez en unos Juegos Olímpicos: La única nota que saltó al marcador las ocho veces que Lobatch asomó al tapiz fue el diez. Ochenta puntos sobre ochenta posibles. Desde entonces, los códigos de puntuación de las tres disciplinas se endurecerían hasta el infinito, motivando a los y las gimnastas a seguir buscando el más difícil todavía.
VÍDEO: Marina Lobatch con cinta.Por su parte, Elena Shushunova y Daniela Silivas nunca más volvieron a verse las caras en competición. La primera se retiró después de Seúl, por aquel entonces siendo una "veterana" de 19 años, consciente de que en su propio país las cosas se le pondrían muy duras con la emergente belleza de Svetlana Boginskaya o las diminutas Tatiana Gutsu y Oksana Chusovitina, quien todavía hoy permanece en activo a la edad de 45 años. Silivas siguió una temporada más, y en 1989 añadió tres oros mundiales y otros tres europeos a su brillante palmarés.
Shushonova recordaría su trayectoria en 2015, tres años antes de su prematuro fallecimiento a causa de una pulmonía en 2018, diciendo que "la carrera de un deportista está construida con recuerdos brillantes. En la infancia, mi entrenador decía que todo lo que experimenté en la gimnasia lo recordaría por el resto de mi vida. Y es cierto".
24 años después de aquella apasionante batalla, me quedo con las palabras de Silivas sobre la dureza del deporte de competición: "La gimnasia me enseñó mucho y me convirtió en la persona que soy hoy. Aprendí desde muy joven a trabajar por mi sueño y a tener metas en la vida. Fue un trabajo duro, pero tuve gente increíble a mi alrededor que me ayudó a no rendirme".
El verdadero espíritu olímpico. ¿Esfuerzo? ¿Metas? ¿Sacrificio? ¿Trabajo? Cuánto podríamos aprender de semejantes ejemplos en un mundo como el actual, donde todo parece que surge ya prefabricado, presionando la pantalla de un smartphone.
Toda gran rivalidad tiene un sitio para la deportividad. Silivas y Shushunova empataron en el primer lugar en la final de suelo del Mundial de Róterdam 1987: Cada una obtuvo tres dieces en competición.