Podría escribir miles de páginas de Madrid, porque a riesgo de sonar cliché, la siento como "mi" ciudad. Cada vez que voy encuentro algún rincón bonito, un paseo hermoso o un lindo restaurante y siempre elijo mi conexión aquí para pasar los primeros y últimos día de cada viaje. Me gusta también tomarla como base de operaciones, dada su excelente conectividad, para ir como en mi primera visita a Toledo, Ávila o Segovia, o simplemente para vivirla, como pasó el 2018, cuando hice mi pasantía en la universidad y fui una madrileña por adopción por casi un mes. Esta fue la cuarta vez en la ciudad.
El elegido para dormir por esta vez, como iba a ser tan cortita la estadía, fue en NH Atocha, donde ya me había quedado una vez, por lo funcional de su ubicación: al lado del metro y al lado de la estación de trenes de Atocha, así que me quedó muy bien, llegando desde el aeropuerto desde Moscú y hacia Santiago al día siguiente. Tuvo esta vez, eso sí, otros dos plus: me regalaron el late check out y me dieron una habitación con vista al Parque del Retiro, con una pequeña terracita hermosa.
Me instalé y me fui a a recoger mis postales favoritas al centro y a hacer mis últimas compritas a calle Preciados, en especial las marcas que acá llegan muy caras como Desigual o las que aún no llegan como como Yves Rocher o los maravillosos pinches y accesorios de Brigitte Bijou.
Me devolví caminando desde Sol cruzando todo el Barrio de las Letras, también llamado barrio Cortes, donde me encontré con la muy animada Plaza de Santa Ana, centro y alma del barrio, presidida por la torre del Hotel Reina Victoria y que también es sede el teatro español. Me senté a comer tranquila, la verdad donde encontré lugar porque estaba llenísimo todo y, aprovechando el bullicio de la plaza llena de bares y tabernas, en plena actividad.
También aproveché de hacer una visita a la Boca del Lobo, uno de los lugares donde lo he pasado mejor bailando y escuchando música en vivo, donde alcancé a ver un poco de la banda y volví a descansar.
Al otro día, con ánimo y humor de último día de vacaciones y a punto ya de regresar a casa, partí super tarde a mi vecino Casa Luciano, que como casi todo en este barrio data de principios del siglo XX. Sirven comida casera, por lo tanto un desayuno exquisito, al cual le agregué churros, aunque sin chocolate.
Desde allí empecé mi caminata para encontrar los tesoros de mi vecino barrio las Letras, por eso comencé por calle Huertas, donde cómo indica su nombre estaban las antiguas tierras de cultivo de la ciudad medieval, porque esta es una de las partes más antiguas de Madrid.
Mi primera visita fue al Convento de las Trinitarias Descalzas de San Idelfonso, que data del siglo XVII, y que resultó ser un tesoro por dos motivos: el primero, porque tuve la fortuna de ver cómo se ordenaban dos nuevas religiosas, provenientes de Bolivia y Ecuador. Cuando entré me dio mucha vergüenza, porque yo iba con otro objetivo, pero me invitaron a quedarme y fue una experiencia muy solemne y linda de presenciar en esta época en que yo pensaba que ya no quedaban vocaciones, además porque eran monjas de claustro.
La segunda razón es porque aquí se encuentra enterrado Miguel de Cervantes, el más célebre de los escritores del castellano.
Aunque todo en este barrio tributa a las letras y a los literatos del llamado siglo de oro español, dado que además se encuentra la casa de otro portento, cuya calle es de las más importantes del sitio: Lope de Vega, Cervantes es el protagonista de cada calle y esquina, formándose una verdadera Ruta Cervantina.
En el número 2 de la actual calle Cervantes (antes calle Franco) está la casa donde vivió y murió el escritor, y hoy se conmemora con varias placas recordatorias y también se encuentra en este barrio el lugar donde se imprimió el Quijote.
Las calles adoquinadas de esta parte del barrio tienen escritas en metal no sólo la indicación de los sitios más célebres, sino transcripciones de algunos pasajes de las obras más importantes del mismo Cervantes, Calderón de la Barca, Lope de Vega, José Zorrilla y Gustavo Adolfo Becquer.
Y en las paredes, más alusiones a Cervantes.
No solo la consagración a la literatura hacen importante a este barrio, sino también los hermosos edificios, todos antiguos, los bares y las tiendas con identidad local y de barrio.
Seguí caminando hacia la Plaza Mayor para repetir mis vistas favoritas de la ciudad, en plena actividad y como siempre estaba súper entretenida (y linda).
Ya me quedaba una sola visita favorita, para completar mi día feliz en Madrid, y para aprovechar de comer algo rico y ver sus mil colores: el Mercado de San Miguel, que sé que es lugar ultra turístico, pero me gusta mucho.
Desde ahí me devolví a Sol a visitar al Oso y el Madroño y a seguir con mis últimas compras, no sin antes honrar a mi abuelita que también amaba esta ciudad y la visitaba año a año, con su comadre Pascuala.
Ya aquí despediría mi viaje de casi un mes que comenzó aquí mismo en Madrid, siguió unos días lindos en Santiago de Compostela, visitando a mis favoritos en Valencia, donde además tuve la oportunidad de vivir las fallas, pasé por Amsterdam, Berlín y Praga, aprendiendo historia y disfrutando de su hermosura, y finalicé en Moscú, con toda su belleza y relevancia. Fue un plan B, ante la suspensión de la pasantía que finalmente haría en 2018, pero que como todos mis viajes resultó perfecto!
Next Destination: por fin San Pedro de Atacama (era la cuarta vez y no había escrito nunca de ahí)