"El templo de la movida" relata en libro y documental los años gloriosos de la discoteca madrileña emblemática de los ochenta
"El templo de la movida" era un antro de buena muerte donde se juntaban lo peorcito de cada casa, los esnobs de alta alcurnia, los noctámbulos impenitentes y los amantes de la música con o sin etiquetas. Así se titulan el lbro y el documental de Antonio de Prada, que abunda en la leyenda del local de moda de la segunda edad de oro del pop español, que permaneció abierto entre abril del 81 y marzo del 85. Tan fugaz como mítica, la discoteca ejerció de imán, de punto de encuentro y, sobre todo, de escenario de tendencias y hechuras musicales aparentemente nuevas, desde el punk a la nueva ola, cuando la libertad tenía un precio. Hasta que los rockers y mods de turno se enzarzaron en una pelea más, la última bronca, un muerto en la puerta, y adiós a Rock Ola. Hoy es un almacén de trasteros, ayer fue tienda de muebles, mañana nadie se acordará de aquellas noches de garrafón y rocanrol. Veinticinco años sin templo son muchos para un mito casi fantasmal, el de la movida que jamás existió.
"Ese bar fue como un viento juvenil", ilustra el fotógrafo Alberto García Álix en el documental complementario al libro conmemorativo, repleto de entrevistas a personajes de la época. Ambos testimonios dejan constancia de una época creativa y efervescente que luego se extendió por todo el país también de forma efímera, hasta que el sistema engulló y explotó un movimiento ecléctico que, no obstante, ha influido sobremanera en costumbres y géneros musicales hasta hoy en día. No cabían más de setecientas personas en el caótico y desordenado Rock Ola, un sitio oscuro, el tugurio más célebre del lugar, sito en la calle Padre Xifré, Prosperidad, de Madrid al cielo. Lástima que un incendio destruyera casi todos los vestigios del local, apenas queda rastro de la movida, ni siquiera carteles, y mucho menos recuerdos fidedignos del baile del pogo y de las bullas incesantes que los punkies montaban a modo de fuegos de artificio, ni de los salivazos que recibía el inefable Poch de sus impresentables Derribos Arias. Curiosamente, el tiempo ha borrado del mapa sentimental a las hornadas irritantes, las bandas siniestras o epatantes, y ha indultado a los grupos menos favorecidos por los medios de entonces, los locos locutores de radio y la afición desmedida a los pelos de colores chillones. El tiempo ha salvado de la quema a Nacha Pop, Secretos, Mamá, Radio Futura y algunos más, no necesariamente adscritos al sector considerado blando. Las tribus urbanas se han devorado a sí mismas o se arrastran por televisiones y franquicias. En los años gloriosos de Rock Ola, estos grupos punteros de Madrid, Barcelona o Vigo presentaban sus discos ante una voraz audiencia y pugnaban por telonear a los foráneos que pasaban por sus tablas, Souxsie & the Banshees, Echo & the Bunnymen, Stranglers, Simple Mindas y hasta un tal Nick Cave. Luego vinieron los pabellones, las plazas de toros, los ayuntamientos mataron la gallina de los huevos de oro.
"Conocí a tu madre en Rock Ola". Qué tierno.
Agosto, Cultura, Diario de Cádiz