Escapulario de seda negra con cruz blanca de algún seguidor de Lucrecia de León (AHN, Madrid).
Lucrecia y Mendoza habían violado el acuerdo. Ella salía del convento, visitaba las cuevas, siguió soñando y siguieron difundiéndose sus sueños aunque Mendoza se había comprometido a no hacerlo. Mendoza la había introducido en sectores cortesanos y apenas disimulaban ya sus intenciones: unidos alrededor de Lucrecia creyeron que podrían echarle un pulso al rey y a su gobierno.
Justo entonces, en abril de 1590, Antonio Pérez conseguía escapar de la cárcel, llevándose miles de papeles y secretos de Estado que serían difundidos por Europa y servirían para alimentar la aún viva Leyenda Negra española. Fue entonces cuando se desencadenó una persecución contra los partidarios de Pérez, y entonces cuando Lucrecia fue considerada uno de ellos.
Lucrecia ante la Inquisición de Toledo
Hace exactamente 429 años que Lucrecia se enfrentó a la Inquisición de Toledo.
El primer paso que dio el tribunal fue requisar los papeles de Mendoza el 23 de mayo de 1590, unos 30 cuadernos con más de 400 sueños transcritos entre 1587 y 1590. Dos días después, el 25 de mayo de 1590, Lucrecia fue detenida siguiendo el procedimiento habitual del tribunal, sin decirle los motivos, sin que se registren en el proceso las causas.
A la misma vez fueron detenidos Mendoza y todos sus colaboradores. Hacía sólo cinco meses que el clérigo había comenzado a difundir copias manuscritas de sus sueños entre los partidarios de Antonio Pérez. El 31 de mayo estaban ya todos en la cárcel de la inquisición de Toledo.
Durante los interrogatorios Lucrecia contó a los inquisidores que eran dos las cosas que le atormentaban: sus sueños y no haberse casado. Y es aquí donde se muestra nuevamente la verdadera Lucrecia, sin la manipulación de Mendoza.
Porque el trato que la Iglesia dio a Santa Teresa, Catalina de Siena y otras mujeres visionarias fue distinto ya que podían estar equivocadas pero eran monjas y con buena reputación moral.
Lucrecia no, nunca tuvo vocación religiosa, lo que le dejaba en una flaca posición ante los inquisidores. Unos meses antes de ser detenida se había comprometido secretamente con uno de los ayudantes de Mendoza.
Mantenerlo en secreto había sido una estrategia clara para no afectar a la reputación de casta y virtuosa de Lucrecia, pero sirvió de poco. Lucrecia fue detenida estando ya embarazada, con 21 años de edad, y fue madre en la cárcel durante el verano de 1590. Su hija vivió con ella en la celda de la prisión durante todo el tiempo que duró el proceso.
Muchos meses en los que Lucrecia jamás escondió sus sueños políticos ni tampoco su sexualidad, pues por el proceso sabemos que discutía abiertamente con sus compañeras de celda y con conocimiento de causa sobre los distintos tipos de consoladores que empleaba en la cárcel y que alguien le suministraba.
En una ocasión, después de escuchar a su compañera de celda describirle el que ella usaba hecho de piel de oveja, Lucrecia admitió sus preferencias: “el miembro de cierta madera, que no declaró, con gosnes, y con ciertas clavijas, y una funda de raso o terciopelo”, como el que también tenía una amiga suya de Madrid.
Al salir del espacio privado y doméstico en el que estaban obligadas a estar y tomar la palabra en público, las mujeres se convertían en transgresoras. Les quedaba sólo una defensa: decir que su conocimiento no era propio sino que tenía inspiración divina.
Reprimirse, fingir, disimular, autohumillarse. Lucrecia jugó a presentarse como una víctima. Jugó con su condición de mujer, consciente del disimulo y “falta de talento” que se le presuponía, quejándose de que los que habían transcrito sus sueños “tenían la culpa por ser hombres y esta mujer (ella) a la que debían advertir”. Su inocencia era algo que no parecía preocupar a los inquisidores.
Nunca creyeron, dado su carácter subversivo, que fuesen de inspiración divina, y empezaban a tener claro que Lucrecia pensaba, soñaba y decía lo que quería, más allá de las intenciones de Mendoza.
Y sólo el demonio podía inducir a una mujer, siempre ellas, a soñar de la forma en la que Lucrecia lo hacía, promoviendo sublevaciones y una desobediencia generalizada al rey y a la Iglesia.
Los Cuatro jinetes del Apocalipsis (Alberto Durero, 1498)
Lucrecia siguió soñando a diario en la cárcel, lejos ya de Mendoza y de la campaña política orquestada a su alrededor. Siguió soñando que un dragón de 7 cabezas arrasaría España y que sería destruida primero y ganada después por el rey de Francia.
La Inquisición había conseguido acallar y encerrar a Lucrecia la profetisa, pero no silenciar a la Lucrecia la soñadora, valiente, que escapaba a cualquier tipo de control y seguía manifestando sus políticas visiones sin tapujos. Y seguía manifestando un carisma excepcional y seduciendo a quienes la custodiaban.
Convenció a sus carceleros y conquistó a algunos jueces, que comenzaron a darle un trato de favor que irritaba en Madrid al Consejo de la Suprema, la más alta institución ante la que respondían los tribunales como el de Toledo. Se hacía urgente acelerar el proceso y silenciar cuanto antes a Lucrecia, aunque su calvario realmente sólo acababa de empezar.
El 7 de diciembre de 1591 fue torturada: “y por estar negativa esta rea en lo que era acusada por el fiscal de las dichas comunicaciones le fue dado tormento, en el cual confesó muchas cosas”. Ninguna nueva, pues incluso bajo tortura dijo lo que ya había manifestado anteriormente, defendiendo sus sueños y culpando a Mendoza de haber orquestado una personal campaña política.
Pero el proceso tenía que avanzar. En 1593, tras más de dos años de juicio y de estancia en la cárcel, se presentaron 78 cargos encabezados por 3 acusaciones generales:
– El origen de los sueños de Lucrecia no era divino porque estaban plagados de proposiciones escandalosas y falsas.
– Lucrecia pretendía difamar al rey y a sus ministros.
– Los sueños eran perjudiciales a la iglesia porque buscaban dar “ocasión a grandes disensiones y levantamientos no sólo de los reinos de España y los demás estados de Su Magestad pero en los demás así católicos como herejes”.
Los inquisidores, a la luz de las transcripciones de los sueños, añadieron una nueva dimensión al caso y Lucrecia fue acusada de cometer herejía, sedición, pacto con el diablo, blasfemia, falsedad y sacrilegio.
La Inquisición buscaba a toda costa que ella reconociese algo de culpa, que admitiese haber inventado los sueños, pero jamás lo admitió. Resulta difícil imaginar la perplejidad vivida por todos los inquisidores durante el proceso, creyendo que torturada, aislada, encarcelada y humillada admitiría los cargos y reconocería la culpa que se le quería imponer. Nunca lo hizo.
Tras la acusación de 1593 fueron dos años más, hasta 1595, los que pasaron intentando vencer la tenacidad de Lucrecia, que tenía ya 25 años de edad y llevaba 5 en la cárcel. En junio de 1595 la Suprema se decidió a intervenir ante el fracaso del tribunal toledano.
Ordenaron a los jueces que hiciesen a Lucrecia dos últimas preguntas antes de deliberar: ¿eran los sueños realmente sueños? ¿eran ilusiones diabólicas? Si lo reconocía, podría resolverse el juicio. Si no lo hacía, debería volver a ser torturada hasta que lo reconociera. Y como era de esperar, tampoco entonces lo reconoció.
Fingió la invención de algunos sueños por ella, otros por Mendoza, y explicó que lo que dijo fue siempre por el bien del rey y de sus reinos. A pesar de ser torturada nuevamente jamás reconoció la culpa que querían imponerle.
Lleno de contradicciones y sin unanimidad entre jueces, el juicio tenía que acabar por orden estricta del Consejo de la Suprema. Todos los jueces estaban de acuerdo en que las proposiciones de Lucrecia eran sediciosas, pero no había acuerdo en si ella había inventado o no con fines sediciosos los sueños. Aún así y a pesar de las diferencias, también tenían claro que no podían dejar a Lucrecia sin castigo.
Lucrecia sentenciada: ilusa y maestra de profetas
El final puede parecer sorprendente, a tenor del tesón de los inquisidores y la duración del proceso, pero no lo es, pues no existían pruebas ni testimonios para acusarla de lo que se pretendía.
Lucrecia fue sentenciada a abjurar de forma privada de leví, la pena más suave de las que el tribunal de la Inquisición podía imponer, y su auto de fe se celebró en privado el 20 de agosto de 1595 en el patio del convento de San Pedro Mártir, para no generar escándalo y atracción hacia quien ya había alcanzado suficiente fama. Acudió vestida de penitente, con un sanbenito y soga alrededor del cuello y sosteniendo una vela en la mano.
Fue azotada 100 veces, fue desterrada de Madrid y de Toledo y obligada a una reclusión de 2 años en un beaterio o convento. Cuando se le leyó el texto de la sentencia era realmente la primera vez en 5 años que ella escuchaba los delitos de los que se le acusaba, entre ellos de ser “madre de profetas” por haber animado a otros a predecir el futuro. Como tonta, ilusa o iludente fue juzgada.
Pieza perteneciente al proceso original de Lucrecia de León (AHN, Inquisición, Leg. 114, exp. 10). Portada moderna.
¿Qué pasó con el resto de protagonista de esta historia? Vitores, transcriptor de los sueños de Lucrecia por orden de Mendoza, con el que ella se había prometido en secreto y era el padre de su hija, fue absuelto y desterrado de Madrid, abandonando a su prometida y a su hija. Allende, el más estrecho colaborador de Mendoza, fue condenado a 1 año de reclusión en el convento que él eligiera, prefiriendo para su destierro primero el de San Juan de los Reyes y después el de franciscanos de Ciudad Real.
Ni azotes ni escarnio público. En Ciudad Real fue apoyado por los frailes y llegó a ser comisario. Murió tranquilo, de anciano y acomodado en el monasterio.
Mendoza siempre se mantuvo firme como teólogo en su derecho de transcribir los sueños de Lucrecia, para estudiarlos y entenderlos. Pero también había escenificado unos brotes de cólera, atacando a los jueces y gritando en la cárcel, lo que hizo creer a los inquisidores que estaba falto de juicio. Y tuvo mejor suerte que ninguno de los procesados.
El 9 de septiembre de 1597 se le culpó tan sólo con 2 años de reclusión en el monasterio de la Sisla, en una celda cómoda y decorada con paños y lienzos “para satisfacer a los ojos”, cama nueva, ventanas amplias y biblioteca propia. Ahí recibía a sus parientes y amigos, muchos, lo que hizo al prior del monasterio quejarse de que parecía más “casa de orates que de religiosos”.
Tras la muerte de Felipe II en 1598, el influyente Mendoza fue puesto en libertad por Portocarrero, el nuevo inquisidor general, pero prefirió no abandonar su nueva y lujosa casa, donde siguió viviendo con sus cuadros y libros hasta que murió en 1603.
Es en este punto donde aparece el último gesto de mezquindaz en la vida de Lucrecia. La única institución dispuesta a acogerla a ella y a su niña de 4 años eran las Beatas de la Reina, a condición de que ella pagase los gastos. Alonso Franco, el padre de Lucrecia, que tenía dinero de sobra, alegó pobreza y se negó a socorrer a su hija.
Lucrecia permaneció en el hospital de San Lázaro extramuros, rodeada de leprosos y mendigos, hasta que el 27 de octubre pidió ser llevada al de San Juan Bautista-Tavera, pero se negaron a aceptarla.
La Inquisición volvió a escribir a Alonso Franco pidiendo dinero, pero el padre de Lucrecia ni siquiera contestó a esta carta. Aquí se le pierde la pista a ella y a su hija. Tenía 27 años y no hay un sólo documento que nos permita saber qué fue de ella tras el abandono absoluto de su familia y de quienes habían sido sus colaboradores y manipuladores.
Parece obvio que no pudo volver a su casa familiar, repudiada por su padre, ni a una casa propia -que nunca tuvo- junto a su hija y a un prometido que también la abandonó. Es bonito pensar que quizá Mendoza la pudo acomodar a servir en casa de algún amigo toledano, y con ella a su hija pequeña, pero no hay prueba alguna de ello. La mendicidad o la prostitución serían entonces las únicas salidas que encontrase esta mujer.
Al abordar las vidas de las mujeres del siglo XVI siempre hay que ser cauteloso y no trasladar conceptos actuales al pasado. Lo tenían difícil para ser libres en sus acciones y expresiones, así que no es tan fácil decir que fue una valiente, aunque sin duda sí una mujer polémica.
¿Mantenida y manipulada por hombres? ¿Una ingenua como a veces quiso defender, que soñaba cosas y no era consciente de la implicación política de sus sueños? ¿Consciente de todo ello y de su papel como agitadora, que inventó los sueños sabiendo que atraía hacia ella oídos para escuchar sus opiniones políticas y las de su facción?
Lo que está claro es que Lucrecia nunca hubiese trascendido sin la estrategia de Mendoza. Nunca podremos saber si soñaba lo que recogen los sueños transcritos por él, o si no soñaba exactamente eso y Mendoza lo distorsionaba en su propio beneficio. Pero sin duda sin la estrategia de copia y difusión manuscrita jamás hubiese trascendido.
La muerte y el demonio sorprendiendo a una mujer (Daniel Hopfer, c. 1520)
Y está claro también que fue una víctima de toda una honda tradición patriarcal y misógina transmitida y sustentada por fuentes médicas y teológicas que adjudicaban a las mujeres una naturaleza proclive al mal, a la debilidad, a lo diabólico.
Por ese motivo también se desconfiaba de la palabra femenina. Existieron profetas mujeres, sí, pero sólo al inicio del cristianismo, cuando aún no estaba bien institucionalizado.
Cuando se consolidó se marginó a la mujer y se bloqueó su acceso a la alta jerarquía del poder político, reservado a los hombres.
Sería un profundo error hablar de feminismo para definir el posicionamiento de Lucrecia durante toda su vida, pero es innegable que durante todo el proceso buscó ocupar espacios tradicionalmente reservados a los hombres, y sobre todo ejercer su derecho a soñar, manifestar su opinión y elegir qué hacer con su futuro sentimental. Por eso lo que quizá no sea un error es pensar que también se habría acercado a votar este domingo si siguiese viva.
por tulaytula | 23/May/2019 https://tulaytula.com/lucrecia-de-leon-frente-a-la-inquisicion-de-toledo/&version;
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