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259. Noches tibias de julio

Publicado el 24 julio 2023 por Cabronidas @CabronidasXXI

    En las noches de verano me gusta andar por los alrededores del barrio. Justo en este momento, llego a lo que antes era un descampado silvestre, y ahora es una zona urbanizada con ladrillo especulado. Una gran mole de pisos carísimos a medio construir, en los que se hospedarían todos aquellos esclavos precarios que tuvieran la osadía de comprometer su futuro y el de sus hijos, más la pensión de sus padres, de seguir vivos.

    Muchos de aquellos compradores de ilusión se quedaron sin su sueño, a medio camino en medio de nada. Me enfurezco un poco y sigo avanzando hasta dar con zonas, todavía salvajes, que se resisten a la voracidad capitalista. Por el momento no han crecido en ellas senderos de grava, farolas sin electricidad, jardines de césped artificial y fuentes de agua reciclada un millón de veces. Por el momento la estafa inmobiliaria no ha podido con ellas. Esta vez sonrío un poco.

    A unos trescientos metros hay una zona elevada a la que decido ir. Está un tanto concurrida para mi gusto. Pero al menos, no por esa clase de indeseables que practican la contaminación acústica y medioambiental. Parece ser que no soy el único que de vez en cuando necesita alejarse. Desde mi posición remota, diviso el puto cuartel de la puta Guardia Civil, y siento algo que no sé muy bien que es; desde luego no es simpatía y respeto. Y más allá, la casa de todos.

    La última morada en la que habitaremos, por la que se suceden en perfecto orden y cierta estética siniestra, todo un ornato mortuorio de sepulturas, nichos y panteones, que en esta noche tibia de julio, desprende una soledad beatífica, que nada tiene que ver con la del resto de la ciudad iluminada, ahora dormida y siempre decadente, habitada por muertos que se creen vivos porque respiran. 

    Nunca será esta la ciudad de los sueños, como nunca lo será ninguna. Y quizá por eso cada noche tardo más en regresar a ella. Por eso siempre me quedo aquí hasta ser el último de los caminantes. Respirando solemnidad, apoyado en un árbol con los ojos cerrados, más tranquilo de lo que podré estar jamás, rodeado del arrullo monocorde de las cigarras.



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