Revista Cine
Director: Spike Lee
Primero que todo, debo disculparme porque ayer, comentando "Just Pals", olvidé alabar la sensacional interpretación de Buck Jones, a quien, lo prometo, volveremos a ver en unos cuantos días más (acompañado del mismísimo John Wayne, así que ya se imaginan el entusiasmo). Ahora, a lo de hoy: "25th Hour", película dirigida por Spike Lee, un director innegablemente talentoso pero también un racista de tomo y lomo. Como sea, de vez en cuando hace buenas películas y, aún más raramente, hace películas en donde los protagonistas son blancos o en donde el conflicto no es estrictamente racial. Ahí tenemos "Inside Man", "Oldboy" y la que hoy nos ocupa, "25th Hour", basada en una novela de David Benioff, él mismo encargado del guión. Por si acaso, Benioff es uno de los co-creadores de la adaptación televisiva de "Game of Thrones". Lo más importante, en todo caso, es que "25th Hour" es una película que me encanta; de hecho, no sería descabellado señalar que está entre lo mejor de su década e, incluso, de lo que va de siglo y milenio. Tremendo, ¿no?
No sé si estaré siendo muy atrevido, pero si tengo que enlazar "25th Hour" con alguna referencia reciente, irremediablemente se me vienen a la cabeza "The Set-Up" e incluso "Odds Against Tomorrow" (ambas de Robert Wise, comentadas hace poco), aunque con la primera comparte más puntos en común: lo inexorable del destino, la imposibilidad de cambiarlo.
En la presente, Edward Norton es un traficante de drogas que es condenado a prisión, y la acción transcurre durante sus últimas veinticuatro horas de libertad, las cuales las dedica a caminar, pasear a su perro, estar con la novia, despedirse de los amigos y solucionar uno que otro problema; sin embargo, no hay nada que pueda hacer, pues de todas formas debe ir a prisión y enfrentarse a quién sabe qué infierno: sí señor, su destino parece estar sellado y se cierne sobre él como un gran manto de oscuridad. En la de Wise, Robert Ryan es un boxeador fracasado que tiene toda la intención de ganar una pelea que está amañada... en su contra, y sin que lo sepa, por lo que su destino, sin importar qué decida hacer o qué pensamiento cruce por su mente, parece ser igualmente desalentador. En ambas, el protagonista se pierde en sus pensamientos, en sus dudas, en sus rencores y en sus claroscuros, en su propia historia llena de altos y bajos. En ambas, el protagonista vaga sin rumbo en una ciudad en ruinas, decadente y gris, hogar de multitud de personajes cuyas vidas se escurren entre los escombros, cimientos de una sociedad demasiado agitada y superficial para su propio bien, una sociedad cuyos valores se venden al mejor postor y las decisiones vitales se toman de acuerdo al ritmo del mercado: el precio de la moral. Una sociedad dividida, frente a frente, separada por un espejo deformante cuyas caras no reconocen sus miserias comunes, sus culpas comunes, sus características comunes.
"25th Hour" es un inteligente y furioso alegato contra la hipocresía de la gente. Furioso por su feroz mirada y discurso, inteligente por su soberbia puesta en escena, amén de un guión centrado en explorar el estado de las cosas y reflexionar en torno a lo que observa (personajes, lugares, tiempos...) y de una dirección potente, precisa y de una personalidad cinematográfica apabullante, y es que sabemos que, cuando no se le nubla la mente con su vena racista, Spike Lee es dueño de un dominio dramático único que le permite entrar de lleno al núcleo del asunto y exponerlo con crudeza y, sobra decirlo, a través de una ejecución formal deliciosamente deslumbrante. Ahí tenemos el monólogo de Norton o la constante y sutil comparación establecida entre él y el personaje de Barry Pepper, un broker de Wall Street: el segundo juzga al primero por vender drogas, por arruinar personas aprovechándose de sus adicciones, por convertir en negocio el sufrimiento ajeno, por destruir una vida en un segundo al hacer una simple transacción; no obstante, el primero ve al segundo como un siniestro sujeto que mueve millones de dólares como si fuera un juego cuando, en realidad, de un momento a otro miles de personas pueden perder el trabajo de toda una vida. Ambos juegan con el destino de otros, ambos sellan vidas sin que lo sepan, o sin que lo quieran ver... Éstos ejemplos son tan sólo dos muestras de la brillante escritura sobre la que Lee construye una densa atmósfera cargada de ambigüedad moral, de alienación y, sobre todo, de un trágico sentido del tiempo. Una imagen claustrofóbica, asfixiada por la impotencia; un relato cuyo motor narrativo pareciera ser el aciago anhelo de responder a la gran pregunta: ¿Por qué?
De esta forma, entre complejas reflexiones y fascinantes y memorables escenas (no me hagan elegir... aunque toda la secuencia de la discoteca me encanta), Spike Lee nos ofrece una mirada a lo más bajo e inmundo de la sociedad (de su estructura), donde la desesperación se adueña de la razón y la lealtad es un bien escaso; una mirada íntima a personajes prisioneros de sus decisiones, de sus deseos, de sus propios pecados, pero también prisioneros de una gran y fría maquinaria... Quizás Edward Norton no sea el único que está condenado, pero ciertamente es el único que lo sabe con más certeza... Nada que hacer: that's how it goes, everybody knows...
Impresionante y condenadamente imprescindible. Una puta maravilla, claro que sí.