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... y de repente ha vuelto a llegar el día, el gran día: mí cumpleaños. Felicitaciones, regalos, besos, pasteles, tirones de orejas, sonrisas y un largo etcetera de buenos gestos hacía mi.  Veinticuatro escasas horas de protagonismo al año, durante las cuales más vale no perder ni un segundo y disfrutar procurando no echar la vista atrás. Aunque a veces es inevitable cerrar los ojos y viajar a nuestro, cada vez más lejano pasado, trasladándonos a la dulce infancia, la loca adolescencia o simplemente a unos años antes. Es imposible dejar de recordar todas las personas que en algún momento de mí vida fueron importantes, pero que hoy se fueron irremediablemente o que simplemente decidieron poner distancia e ir alejándose hasta convertirse en completos desconocidos. Sin lugar a dudas lo más importante de este último año fue la llegada de Lia, mi carlina divina, apareció un día de verano y me encandiló al instante con un lametón y mordisco de nariz. Esta misma semana mi pequeña cumplió tres años, aunque llevemos unos meses juntas ya le debo un montón de cosas. Gracias a ella no existen los días tristes, con una simple mirada es capaz de transmitir mucho más amor que cualquier humano. Ojalá nos pareciésemos más a ellos en algunos aspectos, pues el egoísmo y egocentrismo cada vez abunda más. Casi han pasado tres décadas desde aquel veinticuatro de mayo del ochenta seis, durante estos años me he cambiado de corte de pelo, de estilo, de amigos, de país, de móvil... pero por mucho que el tiempo pase, yo sigo siendo la misma de siempre, con mis virtudes y mis múltiples defectos, mis fracasos y mis sueños. Y al final la gente que de verdad me quiere y aprecia sigue a mí lado inmune al paso del tiempo, y al resto, como siempre dice mi hermana: "si no les gusto que me echen azúcar".