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271. Culminación

Publicado el 04 septiembre 2023 por Cabronidas @CabronidasXXI

    Tú eras una mujer que cada vez que sudabas apestabas a huevos podridos. Cuando el que sudaba era yo, hedía a pescado varios días muerto. En tu caso se debía a una irregularidad genética de tus glándulas sudoríparas. En el mío, a una alteración bioquímica de mi enzima hepática. El caso es que desde nuestro alumbramiento, esas enfermedades indoloras y de singular terminología, nos habían condenado a una existencia de soledad y rechazo.

    En el ocaso de un día impensado, nuestras vidas cincuentenarias se cruzaron en un lugar boscoso y alejado que frecuentábamos para desconectar del repudio social. Como transpirábamos un poco, de inmediato nos reconocimos, sin palabras, como dos almas señaladas por el mismo infortunio. Y allí mismo, sin intención alguna de contenernos, consumamos por vez primera nuestra necesidad natural de apareamiento.

    A los primeros movimientos pélvicos, ya nos habíamos empapado el uno del otro, con lo cual varios animales ya nos habrían olfateado, aunque sin riesgo alguno de acercamiento, ya que la maloliente exudación nacida de nuestro deseo, salvo para nosotros, era mortal para el resto de criaturas. 

    Con total entrega, y al amparo de una noche suave de luna, nos fuimos conociendo centímetro a centímetro. De la salvaje agitación de nuestros cuerpos, emanó una brumosa miasma que se extendió a lo ancho, ennegreciendo el claro mullido en el que yacíamos. Y a lo alto, truncando el aleteo de algunos pájaros cercanos, que caían fulminados sobre la hierba muerta. Mientras que a lo lejos, las alimañas gemían y aullaban.

    Al día siguiente, los primeros rayos del sol se abrieron paso entre la niebla matutina, hasta encontrar nuestros cuerpos desnudos en posición fetal, cara a cara, renacidos en medio de un silencio imperial.



    P.S.: Bromhidrosis y Trimetilaminuria

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