Revista Opinión

29-S: lucha, rabia, orgullo y esperanza

Publicado el 30 septiembre 2010 por Eowyndecamelot

Click to view slideshow.Día de Huelga General. En Barcelona, desde el mar hasta el centro, se respiraba una calma tensa, llena de expectación. El rodar del tráfico, tranquilo, espaciado, se confundía con el rumor las olas y llegaba a ser casi relajante. Establecimientos cerrados, grupos de sindicalistas por doquier, pequeñas manifestaciones espontáneas… Llego a Santa Caterina, el barrio inmigrante que me acogió a mi llegada a Barcelona y que sique siendo mi refugio: @eowyndecamelot, mi personalidad twittera, me está esperando: he decidido utilizarla hoy como único canal para recibir y emitir las noticias.

Éstas no tardan en llegar: si exceptuamos la reacción criminalizadora y la pobreza de los argumentos de los medios del sistema, y las actuaciones desaforadas de algunos elementos policiales, son sorprendentes. Poco antes, yo había prevenido a la gente contra el fracaso, la decepción y la inacción consiguiente. Pero la temida derrota no llega; las informaciones, al contrario, hablan de un seguimiento masivo: 70%, más en algunos lugares, un descenso del consumo eléctrico por momentos incluso a niveles más bajos que un domingo. Casi no me atrevo a pensarlo… pero… sí… parece que… ¡esto funciona!

Las cinco de la tarde. Escalo la pendiente sobre la que está construida mi ciudad para ir al encuentro de la manifestación. En mi camino, observo a las fuerzas del orden estratégicamente colocadas con propósitos no muy claros. Un diablillo malicioso me susurra al oído que le pida a uno de los chicos de azul que me señale el camino hasta la protesta, o mejor, que le pida que me lleve hasta allí con su coche policial, pero afortunadamente el ángel que vela por mi integridad física logra contener mi deseo de ecaharme unas risas a su costa. En Passeig de Gràcia, rodeada de tiendas de lujo con las persianas cerradas, veo los primeros signos de la fiesta ciudadana: grupos portando banderas de vaga o no tan vaga inspiración roja, los primeros petardos, las primeras consignas, hojas volando en el viento como una súplica atea de libertad e igualdad… Y de pronto, estoy en el centro: el gentío me rodea, me envuelve, anula mi visión. Escalo a la barandilla del metro y ni desde allí puedo ver el final, ni en principio. Sin medios para comunicarme con l@s compañer@s, me uno al desfile como la sombra que soy, la peregrina entre mundos y tiempos, entre ficción y realidad, a la que nunca nadie sabe si se ha visto o sólo se ha imaginado: no importa, acepto mi destino.

Y entonces empieza la fiesta: las banderas de agitan, tal vez demasiado verde y escaso rojo: pero sé que el color está ahí, aunque se esconda. Se mezclan las consignas en fraternal montón, con todo lo que esto implica de cordialidad y disensión al un tiempo. Mañana, quizá, nos tiraremos los trastos a la cabeza mientras nos acusamos mutuamente de pactistas, traidores, vendidos, radicales, descerebrados; supongo que va con el paquete. Hoy no. Música, coreografías, canciones de moda, populares o infantiles adaptadas para la ocasión… Veo volar una pancarta sostenida por globos, no distingo su leyenda. Deseo que el concepto que esta acción simboliza también planee en el aire, se trasmita a todos los lugares del mundo. Deseo que ellos sepan bien que aún no nos han adocenado, que aún no nos han vencido.

El Corte Inglés de plaza Catalunya, paraíso del consumismo. Algunos grupúsculos se amontonan en su puerta, a gritos de ‘esquiroles, esquiroles’. La rabia va creciendo. Patadas a la puerta, lanzamientos de objetos contundentes… Pienso: ¿es sólo violencia gratuita, manera de canalizar frustraciones personales? Tal vez. Pero adivino algo más en las caras de esos jóvenes, y no tan jóvenes: una decepción, una falta de futuro, que empieza con el fracaso del sistema educativo, la imposición del consumismo y la negación de los medios con el que podríamos llevar a cabo esta forma de vida, en el caso de que fuera positiva. Sus vidas están vacías desde casi el principio, les ha faltado visitar más el supermercado de las cosas que importan… pero siempre que lo intentaban había salido ya el tranvía (y no había más transporte público). Los cristales se rompen y un encargado aprovecha para introducir por el agujero una manguera con la que obsequia con un buen chorro de agua fecal a los atacantes; me salvo por milagro.

Comienzan a llegar furgonetas policiales; cuento más o menos una por cada manifestante. Carreras y más carreras: la ira aumenta, el lanzamiento de objetos también, hay papeleras en llamas. De pronto, los secretas se quitan sus caretas. Hay unos siete u ocho infiltrados, con el pelo sospechosamente rapado tapado por las capuchas de sus sudaderas, entremezclados con la gente justo en la zona de donde partió el último ataque: no es un hecho definitivo, pero sí sospechoso. Tres o cuatro personas están tendidas en el suelo, con las manos en la nuca. Renquean doloridos al levantarse, les han atizado bien. Muy cerca se produce otra carga, aunque sin resultados. Siento que estoy viviendo la historia en mi primera persona, y me gusta pensar que tal vez, en una mínima parte, estoy contribuyendo a ella.

Vuelvo a Santa Caterina. La estrecha calle donde tengo mi cueva esta llena de barricadas, tras una Catedral y una Via Laietana donde aún arden los últimos contenedores. Ante mis asombrados ojos se repiten las escenas de la banlieue parisiense de hace unos años: desde las ventanas y en las aceras, grupos formados por jóvenes inmigrantes de varias nacionalidades y autóctonos obsequian a los antidisturbios con todo tipo de objetos, algunos bastante peligrosos. En mi afán de retratar el instante con una máquina demasiado nueva para que haya aprendido a entenderla totalmente, con el subsiguiente desastre fotográfico, me veo en mitad del fuego cruzado y una de las pelotas de goma que los policías disparan sin encomendarse a Dios ni al diablo está a punto de estamparse en mis narices. Increpo al intrépido lanzador, recordándole mi derecho a dirigirme a mi domicilio sin ser agredida por las fuerzas del desorden, sea cual sea la situación: poco me ha faltado para ser una víctima colateral. Y vuelvo a preguntarme de dónde viene tanta rabia, a qué obedece tanta violencia. Porque aquel odio en las miradas de esos chicos y chicas no puede ser un puro juego, una rebelión sin causa.

Y el mar otra vez, el regreso a mi pequeño exilio campestre. Mañana, más criminalizaciones, más deseos de identificarnos a tod@s con la minoría más irracional (a quien, aunque no apruebe, tampoco me atrevo a juzgar), más mentiras y manipulaciones, más intentos de cerrarnos la boca a base de telebasura. Pero hoy les hemos demostrado que aún no hemos olvidado cómo se lucha, nos hemos dado razones para estar orgullosos y, contra la desesperación de l@s violent@s, hemos demostrado que aún existe, al menos de momento, una pequeña esperanza.


29-S: lucha, rabia, orgullo y esperanza

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