La de plegarias atendidas que debieron sentir estos pesos pesados de la cultura americana del siglo XX. Quizá ninguna exenta de tributos pecuniarios. Al tipo de la izquierda le bastó susurrar el dolor del pueblo llano con su voz profunda, entonar himnos de redención en garitos y prisiones y convertir su cancionero en una especie de recetario popular para curar las heridas del alma. Nadie mejor que él para aplicarse su propia medicina. Johnny Cash fue un tipo difícil al que el azar le bendijo con la gracia de saber cantar para los convictos (todos penamos, todos lo somos) y meterse en su dolor y hacerlo propio . Eso no es fácil: cuando uno es una estrella del pop o del rock se adivina una capa de dramatismo impostado y otra, más abajo, de impostura controlada, financiada o supervisada o patrocinada por los que gobiernan los hilos del show business, que debieron frotarse las manos al descubrir que podían construir un idolo de masas con mimbres populares, con historias de la calle, con la sencilla rendición de su provincianismo, de su épica anónima y redentora. Johnny Cash llevó el country y el folk a las listas de éxitos en donde triunfaba el rock y el pop y sacó del ghetto gremial, de las praderas íntimas y de los desvencijados caminos vecinales que se esconden de las grandes autopistas y tutelan el verdadero espíritu americano, el que no lastiman las multinacionales ni el advenimiento de la decadencia, instalada en las ciudades populases, en sus avenidas sobrecrecidas de decadencia y de venenoso progreso. A Johnny Cash no le tembló la moral cuando se dejó querer por los vicios capitalinos y se entregó sin ambages al destrozo físico a base de drogas y de alcohol. Tal vez vio en sueños que ese descenso al infierno podría inspirarle más y hacerle cantar con más aplomo, demostrando en cada sílaba (sólo él sabía hacer eso) el peso de su experiencia, la rica retahíla de dolores que habían socavado su hombría profunda, su tristeza inteligente y bien explotada.
El tipo de la derecha es el reverendo Billy Graham, un iluminado de los caminos que alfombran el cancionero de Cash. Uno de esos tipos que cree haber visto a Jesús y haber recibido el mensaje de sus labios directamente a su oído interno, el que está más cercano al alma, uno de esos mesías de la América profunda que vieron en el mensaje de la fe la vía para escribir ceros en su cartilla de ahorros. Elevó el sermón apocalíptico a la categoría de arte (subversivo y teatral) y asesoró a varios presidentes de los Estados Unidos. Su negocio pastoral Livia millones de dólares y era considerado como una personalidad de la cultura. Siendo un mozo libre de pecado y limpio de temores bíblicos, fue obligado por su padre a ingerir cerveza hasta que la vomitara. Así se forjan personalidades duras, hombres conjurados a vencer las veleidades del espíritu sin otro sostén que el libro de libros y una voz recia que les dicta pasajes sublimes de la historia universal de la salvación eterna. En los Estados Unidos de América pasan estas y otras cosas: un reverendo se granjea el favor del pueblo y rige los destinos de un país de modo que hasta los presidentes lo buscan, le piden consejo y terminan por asistir a todos los sermones que esos iluminados recitan ora presos de una sacudida mística, no seré yo quién ponga en duda los vericuetos fisiológicos de la fe, ora agarrados a un deseo irrefrenable de ganar pasta gansa y manifestar al mundo el mensaje recibido en privado, en orgía doméstica, ora puro y honesto, yo qué sé.
Cash y Graham son dos iconos indiscutibles. A mí me habrían encantado compartir con ellos una mesa de bar. El abstemio (obligado) Graham y el ebrio (sin ambages) Cash compartiendo el texto íntegro de su misión en el mundo. Los dos tenían una: el trovador investido de la gracia de la comunicación total con su feligresía, vendiendo discos, llenando auditorios, cárceles, creando una imagen nítida de un american hero, el self-made man que se aprivisionó de cordura y leyó la palabra de Dios, vestida de country, insuflada de aliento testamentario, de metáforas de lis tiempos virginales, contando a cielo raso, en iglesias, en tugurios de comarcal, historias sencillas que llegaban al corazón primitivo, no tocado. Graham prescindía del vozarrón lírico de su amigo Cash: se bastaba con manejar una sintaxis engolada. La fe, la que nos venden en esa visión simplista de los medios, se maneja con un cierto tipo de vocabulario, que prende con extrema facilidad el entusiasmo popular. Graham, a pie de barra, con el amigo Cash, en una licencia poética y etílica, debía explayarse, a golpe de whisky, fumando, dejando marchar las horas bajo la vigilancia de algún dios caprichoso y rudimentario, embutido en un traje de barra y de estrellas, supervisor sublime de la creación mitológica de un país. Graham tiene su web a pleno pulmón: ahí están las plegarias atendidas y las que faltan por cumplimentar. Están los diarios del líder espiritual y el peaje del trance metafísico: abone usted unos dólares y su conversión se producirá con más fluído empeño. La evangelización del descarriado precisa de estas aportaciones. Cash también tiene su página en la red, y te planta en las narices, nada más abrirla, un epitafio, un hermoso trabajo de los diseñadores que demuestra a las claras la raíz nítidamente religiosa del trabajo de este hombre, su filiación final, el destino al que encauza su travesía vital, pero a mí, lector ocasional de biografías, atento escuchador de los susurros que las biografías cuentan a quien presta oído, me fascina esa foto en la que los dos hombres miran con cansado desafío al fotógrafo. Me fascina, sobre todo, esa cruzada emocional a la que se entregan sin desmayo, el recitado bíblico en actos multitudinarios, la gentil ayuda para recabar fondos, la novela misma de la salvación de sus conjuradas almas. Nada nuevo: nada que no conozcamos aquí, en esta lejanía, pero en España la fe no escribe en el Billboard o en los 40 principales y los reverendos, salvo chabacanos y aturdidos por el ruido mediático, no se prestan al comercio puro, a la cobranza de los parroquianos por vías excesivamente heterodoxas. ¿O sí? Tampoco tenemos un trovador como Johnny Cash. Grahams debe haber a manta, aunque se visten con otros ropajes y actúan con otro playback.